Arrepentimiento
El arrepentimiento es uno de los primeros principios del Evangelio (véase Artículos de Fe 1:4). Es esencial para tu felicidad en esta vida y por toda la eternidad. El arrepentimiento es mucho más que limitarte a reconocer que has obrado mal; es un cambio en la manera de pensar y en el corazón que te brinda una nueva perspectiva de Dios, de ti mismo y del mundo; implica apartarse del pecado y volverse a Dios en busca del perdón. Lo motiva el amor a Dios y el sincero deseo de obedecer Sus mandamientos.
La necesidad del arrepentimiento
El Señor ha declarado que “ninguna cosa impura puede heredar el reino del cielo” (Alma 11:37). Al cometer pecados, te vuelves impuro e indigno de regresar y morar en la presencia del Padre Celestial; esos pecados también llenan de angustia tu alma en esta vida.
Mediante la expiación de Jesucristo, nuestro Padre Celestial ha preparado el único camino para que seas perdonado de tus pecados (véase “Perdón”, páginas 141–143). Jesucristo padeció el castigo por los pecados a fin de que seas perdonado(a) si te arrepientes sinceramente. Al arrepentirte y confiar en Su gracia salvadora, serás limpio(a) del pecado. Él declaró:
“Te mando que te arrepientas; arrepiéntete, no sea que te hiera con la vara de mi boca, y con mi enojo, y con mi ira, y sean tus padecimientos dolorosos; cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes; sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes.
“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;
“mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo;
“padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.
“Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres” (D. y C. 19:15–19).
El peligro de postergar el arrepentimiento
No justifiques tus pecados ni aplaces tu arrepentimiento. Amulek advirtió: “Esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra… os ruego, por tanto, que no demoréis el día de vuestro arrepentimiento hasta el fin; porque después de este día de vida, que se nos da para prepararnos para la eternidad, he aquí que si no mejoramos nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se puede hacer obra alguna” (Alma 34:32–33).
Los elementos del arrepentimiento
El arrepentimiento es un proceso doloroso, pero lleva al perdón y a la paz duradera. Por conducto del profeta Isaías, el Señor dijo: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). En esta dispensación, el Señor ha prometido: “Quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42). El arrepentimiento abarca los siguientes elementos:
Fe en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo. El poder del pecado es grande. Para librarse de él, debes volverte a tu Padre Celestial y orar con fe. Es posible que Satanás trate de convencerte de que no eres digno de orar y de que nuestro Padre Celestial está tan molesto contigo que nunca escuchará tus oraciones; ésa es una mentira. Tu Padre Celestial siempre está listo para ayudarte si acudes a Él con un corazón arrepentido. Él tiene el poder de sanarte y de ayudarte a triunfar sobre el pecado.
El arrepentimiento es un acto de fe en Jesucristo, el reconocimiento del poder de Su Expiación. Recuerda que sólo puedes ser perdonado bajo las condiciones que Él impone. Si reconoces con agradecimiento Su expiación y Su poder para limpiarte del pecado, puedes “ejercitar [tu] fe para arrepentimiento” (Alma 34:17).
Pesar por el pecado. Para ser perdonado(a), primero debes reconocer en tu interior que has pecado. Si te estás esforzando por vivir el Evangelio, ese reconocimiento te llevará a la “tristeza que es según Dios”, la cual “produce arrepentimiento para salvación” (2 Corintios 7:10). La tristeza que es según Dios no viene como consecuencia natural del pecado ni por el temor al castigo, sino que emana del conocimiento de que has desagradado a nuestro Padre Celestial y al Salvador. Cuando experimentes la tristeza que es según Dios, sentirás el deseo sincero de cambiar y la voluntad de someterte a todos los requisitos para obtener el perdón.
Confesión. “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Para recibir el perdón es esencial estar dispuesto a confesar totalmente a tu Padre Celestial todo lo que hayas hecho. Arrodíllate ante Él en humilde oración y reconoce tus pecados. Confiésale la vergüenza y la culpa que sientes, y después suplícale Su ayuda.
Las transgresiones serias, como las violaciones a la ley de castidad, pueden poner en peligro tu condición de miembro de la Iglesia; por lo tanto, debes confesar esos pecados tanto al Señor como a los representantes de Él en la Iglesia. Esto se hace bajo el cuidado del obispo o del presidente de rama y posiblemente del presidente de estaca o de misión, quienes sirven como atalayas y jueces en la Iglesia. Aunque sólo el Señor puede perdonar los pecados, estos líderes del sacerdocio tienen un papel vital en el proceso del arrepentimiento. Ellos guardarán tu confesión en forma confidencial y te ayudarán en el proceso del arrepentimiento. Se completamente honrado con ellos. Si sólo confiesas parcialmente, mencionando sólo errores menores, no podrás resolver una transgresión más seria que no se haya divulgado. Cuanto más pronto comiences el proceso, más pronto hallarás la paz y el gozo del milagro del perdón.
Abandono del pecado. Aunque la confesión es un elemento esencial del arrepentimiento, no es suficiente. El Señor ha dicho: “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (D. y C. 58:43).
Mantén la determinación permanente e inflexible de no repetir nunca la transgresión. Si guardas ese compromiso, nunca volverás a experimentar el dolor de ese pecado.
Huye inmediatamente de cualquier situación peligrosa y si existe la posibilidad de que peques en cualquier circunstancia, aléjate de ella. No puedes permanecer en la tentación y esperar vencer el pecado.
Restitución. Hasta donde sea posible, debes restituir todo lo que ha sido dañado por tus acciones, ya sea la propiedad o la buena reputación de otra persona. La restitución voluntaria demuestra al Señor que harás todo lo posible por arrepentirte.
Vida recta. No basta con simplemente tratar de resistir el mal o desechar el pecado de tu vida, sino que debes llenarla con rectitud y participar en actividades que te otorguen poder espiritual. Sumérgete en las Escrituras; ora a diario pidiendo al Señor que te dé más fortaleza de la que podrías obtener por ti mismo. En ocasiones, ayuna para pedir bendiciones especiales.
Una obediencia total te brinda todo el poder del Evangelio en tu vida, incluso mayor fortaleza para superar tus debilidades; dicha obediencia comprende acciones que quizás inicialmente no pensabas que formaban parte del arrepentimiento, como la asistencia a las reuniones, el pago del diezmo, el prestar servicio y el perdonar a los demás; pero el Señor prometió: “El que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D. y C. 1:32).