Revelación
La revelación es la comunicación de Dios a Sus hijos. Esa guía llega a través de varios medios y de acuerdo con las necesidades y las circunstancias de las personas, de las familias y de la Iglesia en general.
Cuando el Señor revela Su voluntad a la Iglesia, lo hace por intermedio de Su profeta. Las Escrituras contienen muchas de esas revelaciones, o sea, la palabra del Señor recibida por medio de profetas de la antigüedad y de los últimos días. En la actualidad el Señor continúa guiando a la Iglesia al revelar Su voluntad a Sus siervos escogidos.
Los profetas no son los únicos que pueden recibir revelación. De acuerdo con tu fidelidad, tú puedes recibir revelación para ayudarte en tus necesidades, responsabilidades y preguntas específicas, así como para ayudarte a fortalecer tu testimonio.
Preparación para recibir revelación a través del Espíritu Santo
Las Escrituras hablan de diferentes tipos de revelación, como visiones, sueños y visitaciones de ángeles. A través de esos medios, el Señor ha restaurado Su Evangelio en los últimos días y ha revelado verdades relacionadas con doctrinas como la existencia preterrenal, la redención de los muertos y los tres reinos de gloria; sin embargo, la mayoría de las revelaciones a los líderes y a los miembros de la Iglesia se reciben mediante la inspiración del Espíritu Santo.
Las apacibles impresiones espirituales quizás no parezcan tan espectaculares como las visiones o las visitaciones de ángeles, pero son más poderosas y duraderas y tienen más efecto para cambiar la vida de la persona. El testimonio del Espíritu Santo produce una impresión en el alma que es más significativa que cualquier cosa que puedas ver o escuchar. Por medio de ese tipo de revelaciones, recibirás fortaleza duradera para seguir fiel al Evangelio y para ayudar a otras personas a hacer lo mismo.
Los siguientes consejos te ayudarán a prepararte para recibir las impresiones del Espíritu Santo:
Ora pidiendo guía. El Señor dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7–8). A fin de hallar y recibir, debes buscar y preguntar; si no llamas y oras a tu Padre Celestial y le pides Su guía, la puerta de la revelación no se abrirá; pero si te acercas a tu Padre en humilde oración, con el tiempo recibirás “revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna” (D. y C. 42:61).
Se reverente. La reverencia es una actitud de profundo respeto y amor. Cuando eres reverente y pacífico, atraes sobre ti la revelación. Aun cuando todo lo que te rodee esté alborotado, puedes tener una actitud reverente y estar preparado para recibir la guía del Señor.
Se humilde. La humildad está íntimamente relacionada con la reverencia. Cuando eres humilde, reconoces que dependes del Señor. El profeta Mormón enseñó: “Por motivo de la mansedumbre y la humildad de corazón viene la visitación del Espíritu Santo, el cual Consolador llena de esperanza y de amor perfecto” (Moroni 8:26).
Guarda los mandamientos. Cuando guardas los mandamientos, estás preparado para recibir, reconocer y seguir la guía del Espíritu Santo. El Señor prometió: “Mas a quien guarde mis mandamientos concederé los misterios de mi reino, y serán en él un manantial de aguas vivas que brota para vida eterna” (D. y C. 63:23).
Toma dignamente la Santa Cena. Las oraciones sacramentales nos enseñan cómo recibir la compañía constante del Espíritu Santo. Al tomar la Santa Cena, das testimonio a Dios de que estás dispuesto a tomar sobre ti el nombre de Su Hijo y de que siempre te acordarás de Él y guardarás Sus mandamientos. Nuestro Padre Celestial promete que si guardas esos convenios, siempre tendrás la compañía del Espíritu. (Véase D. y C. 20:77, 79.)
Estudia diariamente las Escrituras. Al estudiar diligentemente las Escrituras, aprenderás de los ejemplos de hombres y mujeres cuya vida ha sido bendecida por seguir la voluntad revelada del Señor. También llegarás a ser tú mismo más receptivo al Espíritu Santo. Al leer y al meditar, tal vez recibas revelación acerca de la manera en que cierto pasaje de las Escrituras se aplique a ti o de cualquier otra cosa que el Señor desee comunicarte. Puesto que la lectura de las Escrituras te ayudará a recibir revelación personal, debes estudiarlas diariamente.
Dedica tiempo para meditar. Cuando dedicas tiempo a meditar en las verdades del Evangelio, abres la mente y el corazón a la influencia guiadora del Espíritu Santo (véase 1 Nefi 11:1; D. y C. 76:19; 138:1–11). La meditación aleja tus pensamientos de las cosas triviales del mundo y te acerca más al Espíritu.
Cuando busques guía específica, estudia el asunto en tu mente. A veces, la comunicación del Señor vendrá sólo después de que hayas estudiado el asunto en tu propia mente. El Señor le explicó ese proceso a Oliver Cowdery, que sirvió como escribiente de José Smith durante gran parte de la traducción del Libro de Mormón. El Señor le habló a Oliver Cowdery por intermedio del profeta José Smith y le explicó por qué Oliver no había podido traducir el Libro de Mormón aun cuando se le había dado el don de traducir: “He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme. Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, haré que tu pecho arda dentro de ti; por tanto, sentirás que está bien” (D. y C. 9:7–8).
Busca con paciencia la voluntad de Dios. Él se revela “en su propio tiempo y a su propia manera, y de acuerdo con su propia voluntad” (véase D. y C. 88:63–68). Probablemente recibas revelación “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” (2 Nefi 28:30; véase también Isaías 28:10; D. y C. 98:12). No trates de forzar los asuntos espirituales. Así no es como se recibe revelación. Se paciente y confía en el tiempo del Señor.
Cómo reconocer la guía del Espíritu Santo
Entre los muchos ruidos y mensajeros del mundo de hoy, tienes que aprender a reconocer las impresiones del Espíritu Santo. A continuación, se indican algunos de los medios principales por los que el Espíritu Santo se comunica con nosotros:
Habla a la mente y al corazón con una voz apacible y delicada. El Señor enseñó: “Hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón. Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación” (D. y C. 8:2–3). A veces el Espíritu Santo te ayudará a entender una verdad del Evangelio o te dará una guía que “parece ocupar [tu] mente e introducirse con más fuerza en [tus] sentimientos” (D. y C. 128:1). Aunque una revelación así tenga un efecto muy potente sobre ti, casi siempre se recibe calladamente, como un “silbo apacible y delicado” (véase 1 Reyes 19:9–12; Helamán 5:30; D. y C. 85:6).
Nos guía por medio de nuestros sentimientos. Aunque a menudo describimos la comunicación del Espíritu como una voz, es una voz que, más que escucharla, la sentimos. Y aunque hablamos de “escuchar” los susurros del Espíritu Santo, a menudo, al describir la comunicación espiritual, decimos que “sentimos algo”. El consejo del Señor a Oliver Cowdery que se encuentra en la sección 9 de Doctrina y Convenios, del cual se habla en la página 161, enseña este principio. No obstante, ese consejo a veces se malentiende. Al leer ese pasaje, algunos miembros de la Iglesia se confunden, temiendo no haber recibido nunca una comunicación del Espíritu Santo porque nunca han sentido el ardor en el pecho. Note las palabras finales del Señor en Doctrina y Convenios 9:8: “Por tanto, sentirás que está bien”. El ardor que se describe en este pasaje de las Escrituras se refiere a un sentimiento de consuelo y serenidad, no necesariamente a una sensación de calor. Al continuar buscando y siguiendo la voluntad del Señor en tu vida, llegarás a reconocer cómo influye personalmente el Espíritu Santo en ti.
Nos da paz. Al Espíritu Santo a menudo se le llama el Consolador (véase Juan 14:26; D. y C. 39:6). Al revelarte la voluntad del Señor, el Espíritu “[hablará] paz a [tu] mente” (D. y C. 6:23). La paz que Él da no puede ser falsificada por las influencias o las enseñanzas del mundo. Es la paz que prometió el Salvador cuando aseguró a Sus discípulos que enviaría al Consolador: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).