Unidad
Poco antes de que el Salvador llevara a cabo la Expiación, oró por Sus discípulos, a los que había enviado al mundo a enseñar el Evangelio, además, oró por los que creerían en Él por causa de las palabras de Sus discípulos. Oró pidiendo unidad: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).
De esa oración, aprendemos de qué forma nos une el Evangelio a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo, y unos a otros. Si vivimos el Evangelio, si recibimos las ordenanzas de salvación y guardamos nuestros convenios, cambiará nuestra naturaleza. La expiación del Salvador nos santificará y podremos vivir en unidad y disfrutar de paz en esta vida, así como prepararnos para morar para siempre con el Padre y Su Hijo.
El Señor ha dicho: “Si no sois uno, no sois míos” (D. y C. 38:27). Tú puedes buscar y fomentar esa norma de unidad en tu familia y en la Iglesia. Si eres casado(a), tú y tu cónyuge pueden estar unidos en propósito y en hechos; permitan que sus cualidades singulares se complementen al enfrentar juntos las dificultades y al aumentar su amor y comprensión; también habrá unidad con otros integrantes de la familia y con otros miembros de la Iglesia al servirse, al enseñarse y al alentarse unos a otros. Tú puedes llegar a ser uno con el Presidente de la Iglesia y con otros líderes de la Iglesia al estudiar sus palabras y seguir su consejo.
Con el crecimiento de la Iglesia en el mundo, todos los Santos de los Últimos Días del mundo pueden estar unidos. Podemos tener “entrelazados [nuestros] corazones con unidad y amor el uno para con el otro” (Mosíah 18:21); apreciamos la diversidad cultural y las diferencias individuales, pero también buscamos “la unidad del Espíritu” que se recibe cuando seguimos a líderes inspirados y recordamos que todos somos hijos del mismo Padre (véase Efesios 4:3–6, 11–13).