2004
Escrituras en una maleta
junio de 2004


Escrituras en una maleta

“…el Libro de Mormón y las Santas Escrituras de mí proceden para vuestra instrucción (D. y C. 33:16).

Basado en un hecho real

Keryn metió un par extra de pantalones vaqueros (tejanos) en la maleta y la cerró. “¡Muy bien!”, se dijo.

Llevaba meses esperando aquel viaje escolar. Su clase iría dos días de acampada, viviendo como pioneros: haciendo velas, cocinando directamente sobre el fuego y hasta ayudarían en la construcción de una cabaña de troncos.

Keryn echó un vistazo a su cuarto, intentando ver si se olvidaba de algo. Había metido el cepillo de dientes, tenía ropa limpia y un par extra de zapatos, y sería mejor no olvidar la vieja sudadera.

Al recogerla del suelo, vio las Escrituras que estaban en la mesilla de noche y se quedó inmóvil, sin saber qué hacer.

Cada miembro de la familia había decidido leer el Libro de Mormón diariamente y hasta ahora, Keryn no había fallado ni una sola noche. Pero, ¿cómo iba a leerlo en una cabaña repleta de chicas de la escuela? Con un suspiro abrió la maleta y metió las Escrituras entre las camisetas y los pantalones vaqueros, y se sentó sobre la maleta para cerrarla. Tal vez podría encontrar algún momento para alejarse de los demás y ponerse a leer.

*****

“Vamos, Keryn. ¡Te echo una carrera hasta la fogata!”. Sarah salió corriendo y Keryn fue detrás intentando alcanzarla.

Había sido un día divertido y muy atareado. Keryn había cortado un tronco para ayudar con la cabaña, había sumergido mechas en cera una y otra vez, había tallado una ballena de jabón y había nadado en el lago.

La diversión continuó en el campamento durante el tiempo de las canciones y de la narración de cuentos. Por último, Keryn, Sarah y dos compañeras de cabaña se dirigieron en la oscuridad hasta su alojamiento, tomadas del brazo y cantando en voz alta.

Las chicas se dejaron caer en sus literas, contaron historias y se rieron de lo que habían hecho ese día. Luego, una a una se prepararon para dormir.

Keryn se cepilló los dientes, se subió a la litera de arriba y escuchó a las demás. Había decidido dejar las Escrituras en la maleta, pero no se sentía del todo bien. Entonces vinieron a su mente las palabras: “Léelas. Sabes que necesitas leerlas”.

Sin muchas ganas de hacerlo, Keryn bajó de la litera y sacó las Escrituras de la maleta. Volvió a subir y trató de abrir el Libro de Mormón sin que se notara.

No tuvo suerte. Acababa de encontrar el lugar donde se había quedado en Mosíah cuando Sarah asomó la cabeza por el borde de la litera y le preguntó: “¿Qué lees?”.

“Está bien”, se dijo Keryn, “ha llegado el momento de ser misionera”.

“Es un libro como la Biblia y se llama el Libro de Mormón”, dijo en voz alta.

Sarah se subió a la litera con ella. “¿Y de qué trata?”.

Carol y Tasha también se acercaron.

Keryn se sentó. “Bueno, ahora estoy en una parte llamada Mosíah y hay un profeta llamado Abinadí que está predicando el Evangelio a un rey inicuo y sus sacerdotes. Les está hablando de los Diez Mandamientos y de todas las cosas que deberían ya saber, pero ellos prefirieron hacer cosas malas”. Ella se hizo a un lado para que Tasha pudiera subir.

“¿Y qué les sucede?”, preguntó Tasha.

“Pues más adelante, Abinadí no quiere negar a Dios y el rey manda que lo maten”.

“¿Qué?”, exclamó Sarah. “¡Qué horrible!”.

“Sí, es muy triste”, dijo Keryn. “Pero Alma, uno de los sacerdotes del rey, sí le hace caso a Abinadí y acaba predicando el Evangelio a muchas personas”.

“¡Es fabuloso!”, dijo Tasha. “Leo la Biblia casi todos los días, pero no la traje”. Se puso boca abajo y trató de alcanzar la litera de abajo. “Oye, Carol, ¿me viste saltar en el lago?”.

Keryn sonrió al ver que la conversación volvía a los acontecimientos del día. Se sentía bien de no haber dejado las Escrituras en la maleta, de que sus amigas no se hubieran burlado de ella y de la oportunidad de hablarles del Libro de Mormón.

Observó a Sarah, a Carol y a Tasha, que ahora conversaban de sus proyectos de manualidades y entonces se volvió a su libro y siguió leyendo sobre Abinadí y el rey Noé.

Jennifer Jensen es miembro del Barrio Zionsville, Estaca Indianapolis Norte, Indiana.

“Mi amor por [el Libro de Mormón] aumenta constantemente, y parece que cada vez que leo sus páginas, emana de ellas una nueva luz que me ilumina. Amo este libro sagrado y escogido”.

Élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Agregamos nuestro testimonio”, Liahona , diciembre de 1989, pág. 13.