¡Desaparecido!
Una noche, poco después de haber sido llamado obispo, recibí una llamada telefónica de una hermana muy angustiada. Me dijo que su marido, un hombre ya mayor, había desaparecido. Había salido de casa para hacer unos mandados y hacía mucho que debía haber regresado. Entre lágrimas, la hermana me explicó que había llamado a todos los hospitales de Southampton para comprobar si lo habían ingresado a causa de algún accidente. También se había alertado a la policía y lo buscaban por toda la ciudad.
Le dije que la visitaría de inmediato para ver si los miembros del barrio podrían ayudar de algún modo y para darle una bendición del sacerdocio, si así lo deseaba. Ella accedió agradecida.
En seguida llamé al presidente del quórum de élderes. Ya eran las 10:30 de la noche y aunque por lo general no me gustaba molestar a los hermanos ya tarde por la noche, ésta era una emergencia y sabía que podía confiar en el hermano Rosser para que me ayudara.
Al llegar a la casa de la hermana, ya estaban allí miembros de la familia y pronto se hizo evidente que ya se había hecho todo lo que se podía hacer. No había mucho que hacer, excepto dar consuelo y efectuar una bendición del sacerdocio. Pusimos nuestras manos sobre la cabeza de esta querida hermana y la bendijimos por el poder del Sacerdocio de Melquisedec, pero cuando llegué al punto en el que uno por lo general agrega palabras de consuelo y de consejo, según la indicación del Espíritu, mi mente estaba totalmente en blanco. Me hallé suplicándole a mi Padre Celestial alguna palabra con la que pudiera bendecirla al mismo tiempo que examinaba mi vida para ver si había alguna cuestión de dignidad personal que estuviese actuando como una barrera para la comunicación divina. Tras lo que pareció un largo silencio, fui inspirado a pedir al Padre Celestial que la bendijera con el Espíritu Santo en Su papel de Consolador, y concluí la bendición.
Tras la bendición, mientras el hermano Rosser y yo nos dirigíamos hacia nuestro vehículo, le expresé mi preocupación respecto a no haber sentido nada más que pedir la presencia del Espíritu Santo. Cuanto más ahondaba en el asunto, más aumentaba mi temor de que algo terrible le hubiese sucedido al marido desaparecido.
Era pasada la medianoche; mientras el hermano Rosser y yo nos alejábamos en el auto, tuve la impresión de pasar por una parte concreta de la ciudad en vez de tomar la ruta más directa a casa. El hermano Rosser estuvo de acuerdo en que obedeciéramos la impresión.
Después de unos minutos, nos detuvimos en un semáforo donde tenía pensado dar vuelta a la izquierda. En ese instante, una voz fuerte y clara me indicó que diera vuelta a la derecha. La luz se puso verde y giré a la derecha. Al pasar el cruce, vi la figura solitaria de una persona sentada en un banco del vacío recinto de un centro comercial. Frené y salimos del auto. Al acercarnos a la figura, que se acurrucaba para librarse del frío, emitimos el nombre de la persona desaparecida; el hombre levantó el rostro y lo reconocí. ¡Habíamos sido enviados directamente a él!
Ese hermano mayor se había caído y había perdido el conocimiento temprano en el día. Para cuando lo encontramos, ya se había recuperado, pero tenía dolores y le había afectado el frío. Llamamos rápidamente a la policía, pedimos una ambulancia e informamos a su esposa que lo habíamos encontrado.
Después de asegurarnos de que todo estaba bien, el hermano Rosser y yo de nuevo nos dirigimos a casa y reflexionamos en lo sucedido. Habíamos sido guiados específicamente por el Espíritu Santo. Las lágrimas corrían con fluidez.
Aquella noche aprendí varias cosas. Primero, que sólo debemos dar las bendiciones que seamos inspirados a dar, en vez de aquellas que, en nuestra opinión, desee oír la persona que las reciba. Segundo, un poseedor del sacerdocio debe mantenerse siempre digno de ser llamado de un momento a otro. Tercero, nuestro Padre Celestial da a conocer Su voluntad en Su propio tiempo y a Su manera. Cuarto, precisamos reconocer las muchas formas que tiene el Espíritu Santo de comunicarse con nosotros y debemos obedecer esas impresiones cuando las recibamos. Por último, aprendí que en ocasiones el Señor interviene directamente y podemos ser el medio por el que se reciba Su ayuda. Me siento agradecido por las muchas lecciones de aquella noche fría y oscura.
Christopher Alan Klein es miembro del Barrio Southampton, Estaca Portsmouth, Inglaterra.