2004
Protégeme en mi camino
junio de 2004


Protégeme en mi camino

“No se alarme, señora, pero a su hijo lo atropelló un auto mientras se dirigía a la escuela”.

Las palabras de aquella joven me produjeron el mismo efecto que el estallido de una bomba. Sin detenerme a pensar, tiré el teléfono al suelo, tomé a mi hijita, que aún estaba dormida, y corrí hacia la escuela. Yo lloraba y oraba.

Llegué a la escuela en cuestión de minutos; allí estaba Abraham, de cinco años, sentado en su aula, completamente sano, diciéndome que lo había atropellado un automóvil. Lo examiné y aunque no había daños visibles causados por el accidente, lo llevamos al hospital.

Al entrar en la sala de urgencias, vimos a un hombre con la cabeza gacha, sollozando. Alguien debió de haberle dicho que yo estaba allí, porque mientras los médicos examinaban a mi hijo, se me acercó nerviosamente y me dijo: “Yo soy el responsable de atropellar a su hijo. Me haré cargo de los gastos de cualquier cosa que necesite”.

El hombre empezó a contarme exactamente lo que había sucedido. Había pasado la intersección en un cruce que tenía el semáforo descompuesto y no vio al pequeño, que estaba cruzando la calle enfrente del autobús que estaba en alto. Sólo lo vio después de atropellarlo con el auto. Dijo que el impacto había sido como si hubiera chocado contra una pared de ladrillo. La colisión destrozó el auto e hirió a sus pasajeros; me dijo que cerró los ojos y pensó en el pequeño tendido en la calle.

Hundido en la desesperación al volver a vivir la experiencia, el hombre ni siquiera se percató de que mi hijo ya estaba corriendo y saltando por los pasillos. De repente, dejó de hablar y sus ojos siguieron los saltos y los brincos de Abraham, exclamando: “¡Es él! ¡Es él! ¡Es un milagro!”. Me miró y dijo: “No creo en Dios, pero le diré algo. Choqué contra algo muy duro y fuerte. Si cree en algo, esté agradecida, pues una hueste de ángeles ha protegido hoy a su pequeño”.

Fue entonces que recordé la oración que Abraham había ofrecido aquella mañana. Tenía la costumbre de ofrecer oraciones muy largas en las que daba gracias por todo, desde nuestros parientes lejanos hasta por los platos que había en la mesa. Pero aquel día en especial, hizo una oración muy breve y sólo dijo: “Padre Celestial, protégeme en mi camino a la escuela”.

Más tarde fuimos hasta el lugar del accidente y vi con mis propios ojos la magnitud del daño que sufrió el auto del conductor. Se le había salido una rueda; una puerta estaba abollada hacia adentro y tenía el parachoques destrozado. Pero mi pequeño Abraham no tenía más que un arañazo en el codo. Aunque sé que no todas las oraciones reciben una respuesta tan rápida ni tan extraordinaria, Abraham es un testimonio viviente del amor y del poder de Dios.

Gloria Olave es miembro de la Rama Paterson 1 (hispana), Distrito Paterson, Nueva Jersey.