Ven y escucha la voz de un profeta
La carrera
En la conciencia de toda persona yace ese espíritu, esa determinación de elevarnos al nivel de nuestro verdadero potencial. Pero el camino es escarpado y difícil. Eso es lo que descubrió John Helander, de Göteborg, Suecia. John es discapacitado y le cuesta coordinar sus movimientos.
Durante una conferencia de la juventud celebrada en Kungsbacka, Suecia, John participó en una carrera. No tenía posibilidades de ganarla; al contrario, era la oportunidad de ser humillado.
¡Qué carrera! Luchando, abriéndose paso, insistiendo, los corredores dejaron a John muy atrás. Los espectadores estaban maravillados. ¿Quién era ese corredor que estaba tan atrasado? Durante su segundo recorrido de la pista, los participantes pasaron a John cuando éste se encontraba apenas a la mitad del primero. La tensión aumentaba a medida que los corredores se acercaban a la meta. ¿Quién iba a ganar? ¿Quién entraría en segundo lugar? Entonces se aplicó el último empuje; alguien cruzó la línea de meta; la multitud estalló de júbilo y se anunció el nombre del ganador.
La carrera había terminado, ¿o no? ¿Quién era el que seguía corriendo cuando la carrera ya había concluido? Pasa por la meta, pero es su primera vuelta. ¿No sabe ese tonto que ha perdido la carrera? Se esfuerza por seguir. Es el único participante que queda de la carrera. Todos tienen la vista fija en ese valiente corredor. Entra en la última vuelta de la carrera y avanza hacia la meta. Hay asombro; hay admiración. A medida que John se aproxima a la meta, todos los espectadores se ponen de pie. Tambaleante, exhausto, pero victorioso, John Helander rompe la cinta recién estirada. Los aplausos se pueden oír en la distancia.
Cada uno de nosotros es un corredor en la carrera de la vida, pero ni ustedes ni yo corremos solos. El inmenso grupo de familiares, amigos y líderes admirará nuestro valor, aplaudirá nuestra determinación a medida que nos incorporemos de nuestras caídas y perseveremos hacia nuestra meta. La carrera de la vida no es para corredores de velocidad en una pista sin obstáculos. Nos dan confianza las palabras del himno:
Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
y fuerza y vida y paz os daré,
y salvos de males, y salvos de males,
y salvos de males vosotros seréis.
(“Qué firmes cimientos”, Himnos, Nº 40)
Deshagámonos de todo pensamiento de fracaso; desechemos cualquier hábito que nos impida progresar. Busquemos; obtengamos el premio preparado para todos, que es la exaltación en el reino celestial de Dios.
Adaptado de un discurso pronunciado en la conferencia general de abril de 1987.