2004
Echo de menos a Andy
junio de 2004


Echo de menos a Andy

Estaba enfermo y no podía dormir, pero mi médico me dio algo más que un medicamento: me dio una respuesta que me dio la vida.

Cuando Andy, mi hermano mayor, falleció de cáncer de huesos a los 15 años, sentí que una parte de mí también murió. La semana después de su muerte me sentía enfermo y no podía dormir; a veces hasta sentía que no podía respirar.

Andy y yo nunca nos llevamos bien; él siempre me tomaba el pelo y a cambio del constante fastidio yo hacía todo lo posible por ser el hermano menor más molesto que pudiera haber. Entonces, ¿por qué me sentía tan mal ahora que él ya no estaba aquí?

Por las noches no dejaba de dar vueltas en la cama ni de mirar fijamente al techo. Aún seguía pensando en Andy. En pocos días cumpliría doce años de edad; ya no era un niño pequeño, pero tras una breve oración, tuve la impresión de que mamá sabría qué hacer.

“Mamá”, dije mientras la despertaba dulcemente. “No puedo dormir. Me duele la cabeza y me cuesta respirar”.

Mamá no sabía qué decir. Hacía poco que acababa de perder a un hijo, y por sus ojos enrojecidos y su cara triste se podía ver que mi nuevo problema no era algo que necesitara en esos momentos. “Mañana iremos al médico. ¿De acuerdo, Steve?”.

Llegó la mañana y mis hermanos se fueron a la escuela mientras mamá y yo íbamos a la consulta del Dr. Freestone. Nos conocía muy bien. Contando a Andy, éramos una familia de seis hijos muy activos y una hija. El Dr. Freestone era el que nos enyesaba los brazos y nos cosía los puntos. Sabía cómo curar todos nuestros males.

Había ido a su consulta varias veces, aunque no conservaba buenos recuerdos de esas visitas. Observé la sala de espera un tanto nervioso y finalmente el doctor llegó.

“Hola, Steven. ¿Qué te pasa?”, preguntó.

“No lo sé. Tengo jaquecas y a veces me cuesta respirar de noche”, mascullé.

“¿Cuánto hace que te sientes así?”, preguntó.

“Casi una semana”, respondí de forma pausada.

Me examinó e hizo muchas preguntas. Luego de realizar varios análisis, se sentó, estudió sus notas y me miró durante unos segundos antes de hablar. “Steven, no encuentro nada malo”, dijo. “¿Y dices que has tenido dolores de cabeza?”.

Asentí con la cabeza.

“¿En qué piensas cuando te duele la cabeza”, preguntó.

Medité en su pregunta y empecé a llorar. “Bueno, por lo general pienso en Andy”.

“¿Lo echas de menos?”

Tuve que asentir. No podía hablar y los ojos se anegaron de lágrimas. Mamá también se echó a llorar. El Dr. Freestone, lleno de cierta emoción, dijo algo que jamás olvidaré.

“Mira, Steven, Andy te ama, pero el hecho de que ya no lo veas no significa que no esté ahí. Él es feliz donde está ahora y sé que desea que tú también lo seas”.

Sus palabras parecían tener perfecto sentido. Necesitaba recordar que en realidad no había perdido a mi hermano, sino que seguiría conmigo en el espíritu. Mamá me rodeó con su brazo mientras dábamos las gracias al Dr. Freestone; nos secamos las lágrimas y salimos de su consulta.

Siempre había creído en el plan de salvación, pero en ese momento se convirtió en algo real para mí. Volvería a ver a Andy.

Jamás había pensado que me cayera bien, pero tan pronto como se fue, lo echaba tanto de menos.

Esa noche dormí sabiendo que Andy me amaba y que deseaba que fuera feliz, tal como él lo era.

Steven Tuitupou pertenece al Barrio Orem College 12, Estaca College First, Orem, Utah.