Tiempo para compartir
Una casa o un hogar
“Y no tendréis deseos de injuriaros el uno al otro, sino de vivir pacíficamente” (Mosíah 4:13).
Imagínate una casa. ¿Te la imaginas con ventanas y una puerta? Una casa es donde las familias duermen, comen y viven. La casa se convierte en un hogar cuando los miembros de la familia aprenden juntos, se ayudan mutuamente y hacen cosas divertidas.
Hace muchos años, el fuego destruyó la casa de una familia. Uno de los vecinos trató de consolar al hijo de siete años de esa familia diciéndole: “Juanito, es una pena que se haya quemado tu hogar”. Juanito pensó por un instante y dijo: “Ése no era nuestro hogar, sólo era nuestra casa. Todavía tenemos un hogar, sólo que ahora mismo no tenemos donde ponerlo”. Él sabía que el fuego no había destruido a su familia ni lo que sentían los unos por los otros.
¿Qué estás haciendo para que tu casa se convierta en un hogar? Invitas al Espíritu a tu hogar cuando amas a tu familia y te preocupas por ella. Puedes contribuir a la felicidad de tu familia al vivir las enseñanzas del Evangelio.
Cuando Guillermo tenía cinco años, su madre le preguntó qué haría si Jesús fuera a su casa. ¿Cambiaría la forma de tratar a los de su familia? Su madre le dio una lámina de una casa y algunas flores de papel. Cada vez que compartía con sus hermanos y no se peleaba, podía pegar una flor en la casa. La lámina le recordaba que debía convertir su casa en un hogar.
Convierte tu casa en un hogar
Recorta las flores de la página A4 y luego escribe el apellido de tu familia en la placa de la casa. Cada vez que prestes servicio a tu familia o vivas las enseñanzas del Evangelio, pega una flor en la casa. A medida que añadas más flores, tu casa se convertirá en un hogar. ¡Ponla donde te recuerde que debes convertir tu propia casa en un hogar!
Ideas para el Tiempo para compartir
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1. Lean el relato de cuando Jesucristo visitó a los nefitas y les mandó que oraran (véase 3 Nefi 18:17–21). Escriba en la pizarra: “La oración familiar fortalece a mi familia”. Escriba pasajes de las Escrituras que se relacionen con la oración (véase más abajo) sobre tiras de papel y ate cada una a un palito. Pida a cada clase que lea un pasaje y analice las bendiciones de la oración (por ejemplo: Alma 37:37; 3 Nefi 18:15; 3 Nefi 18:20; 3 Nefi 18:21; Moroni 10:4–5; D. y C. 68:28; D. y C. 88:63; D. y C. 112:10). Pida a cada clase que lea el pasaje en voz alta, que diga cuál es la bendición y que alguien de la clase lleve el palito al frente del salón. Una vez que se hayan recogido todos los palitos, átelos juntos y pida a un niño que trate de quebrarlos. Los palitos son más fuertes cuando están todos juntos. Del mismo modo, las bendiciones de la oración fortalecen a la familia. Comparta una experiencia de cuando su familia se haya visto fortalecida mediante la oración familiar. Canten un himno o una canción sobre la oración. Para concluir, pida a los niños que hagan y coloreen un dibujo de lo que se relata en 3 Nefi 18:21, a fin de ponerlo a la vista en su hogar.
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2. Trace en la pizarra el contorno grande de una casa. Dibuje una mesa y varias sillas en la casa y dé tizas a unos cinco o seis niños y susúrreles que dibujen a un familiar leyendo las Escrituras en la mesa. Pida a la pianista que toque una canción o un himno sobre las Escrituras y pida a la Primaria que adivine qué está haciendo la familia del dibujo. Señale que, así como se dijo a los niños qué debían dibujar, el Señor habla a Sus hijos a través de las Escrituras. Éstas pueden ayudarnos si las leemos con regularidad, oramos en cuanto a ellas y seguimos sus enseñanzas. Ayude a los niños a memorizar D. y C. 19:23 (véase La enseñanza: el llamamiento más importante, 1999, págs. 171–172). Pida que cada clase aprenda y represente una estrofa (excepto el versículo 8) de “Historias del Libro de Mormón” (Canciones para los niños, págs. 118–119) y que la cante en la Primaria. Aliente a los niños a estar preparados para recitar D. y C. 19:23 el próximo domingo.