2015
Los zapatos celestiales de mi compañero
Marzo de 2015


Los zapatos celestiales de mi compañero

Michael Reid, Arizona, EE. UU.

illustration of pair of shoes by bed

Hace algunos años, al salir del Centro de Capacitación Misional de Provo, llegué a Florida sintiéndome preparado y entusiasmado para comenzar a trabajar en el campo misional. Cuando conocí a mi compañero, vimos que teníamos muchos intereses en común y nuestro compañerismo parecía ser perfecto.

Sin embargo, tras unas pocas semanas, observé algunas diferencias. Por ejemplo, yo estaba listo para ir a tocar puertas cada día, pero mi compañero no estaba muy entusiasmado al respecto. De hecho, aun cuando él era el compañero mayor, él decidía no tocar puertas.

También noté que parecía hablar mucho acerca de sí mismo. Provenía de una familia acomodada y había vivido muchas cosas que yo desconocía, por ser de circunstancias más humildes.

Esas cosas hicieron que nacieran en mí sentimientos de incomodidad, que casi llegaron al nivel de resentimiento. El albergar resentimiento contra mi compañero me afectó espiritualmente, en especial cuando intentaba enseñar el Evangelio. Tenía que hacer algo. Primero consideré hablar con mi compañero y aclarar con él todas mis frustraciones, pero luego decidí emplear otra táctica.

Por las mañanas, él y yo nos turnábamos para ducharnos y prepararnos para el día; mientras él estaba en la ducha, decidí escabullirme al pie de su cama y limpiarle los zapatos. Después de limpiarlos y lustrarlos rápidamente, los volvía a colocar con cuidado donde estaban. Hice eso cada mañana durante dos semanas, y noté que durante ese tiempo, mi resentimiento comenzó a ceder. A medida que servía a mi compañero, mi corazón comenzó a cambiar. No le mencioné nada sobre mi pequeño acto de servicio, pero un día, mi compañero comentó que él debía haber sido bendecido con “zapatos celestiales”, porque nunca parecían ensuciarse.

De esa experiencia aprendí dos lecciones importantes: Primero, aprendí que el verdadero problema lo llevaba en mi interior, aunque lo que provocaba mis sentimientos proviniera de afuera; el problema no era mi compañero.

Segundo, supe que, por lo general, servimos a quienes amamos. Lo que no sabía es que el mismo principio funciona a la inversa: llegamos a amar a quienes servimos.