Contar secretos
“Como os he amado, amad a otros” (“Amad a otros”, Himnos, Nº 203).
¿Era éste un secreto que Luisa debía guardar?
Luisa cerró el libro de Matemáticas cuando sonó la campana; de todas formas, no se había podido concentrar en los problemas durante la última hora.
Todos los otros alumnos salieron corriendo, pues era la última clase del viernes. Por lo general, Luisa también se alegraba por el fin de semana; pero hoy, desde el almuerzo, lo único que sentía era preocupación. Fue durante el almuerzo que su mejor amiga, Carlotta, le había hecho una pregunta: “¿Puedes guardar un secreto?”.
En ese momento, Luisa se había acercado y había asentido con entusiasmo; a ella le gustaba guardar secretos. Estaba segura de que Carlotta le iba a contar de algún chico guapo que le gustaba;
pero el secreto de Carlotta no era para nada divertido.
Una voz interrumpió los pensamientos de Luisa; parpadeó y levantó la vista del pupitre. “¿Tienes alguna pregunta en cuanto a la tarea, Luisa?”, le preguntó la maestra. Todos los otros alumnos ya habían salido del salón.
“No”, contestó Luisa. Miró a la maestra a los ojos; se lo tenía que contar a alguien; pero Carlotta le había hecho prometer que no lo haría.
“Tengo que llegar al autobús”, dijo Luisa apresurada; se puso el abrigo y salió corriendo al frío aire de invierno.
En todo el camino a casa, Luisa se sentía tan nerviosa que casi no lo podía soportar; sentía presión en el pecho, como si no pudiera respirar.
Luisa no podía dejar de pensar en el secreto de Carlotta. Durante el almuerzo, Carlotta le dijo que había estado haciendo algo peligroso. Luisa todavía casi no podía creer lo que había oído. ¡Creía que conocía a su mejor amiga!; no se podía imaginar que Carlotta estuviera haciendo algo tan alarmante. Cuando terminó el almuerzo, Carlotta hizo que Luisa prometiera que nunca se lo contaría a nadie.
¿Pero y si Carlotta se hiciera daño?
En el autobús, Luisa intentó no hacer caso a las risas y las voces a su alrededor al cerrar los ojos y orar en su corazón.
“Por favor, Padre Celestial, ayúdame a saber qué hacer; no quiero que mi amiga se enoje conmigo, pero tampoco quiero que le ocurra nada malo. En el nombre de Jesucristo. Amén”.
Caminar hasta casa le pareció más largo de lo normal. ¿Podría darse cuenta su mamá de que ocurría algo malo cuando Luisa llegara a casa? ¿Qué debía decir?
Al mirar la nieve en el suelo, Luisa recordó la lucha con bolas de nieve que ella y Carlotta habían tenido con algunos niños en el parque la semana anterior. ¡Fue muy divertido! Pensó en las otras cosas que a ella y a Carlotta les encantaba hacer juntas. Pasar tiempo juntas. Hacer caminatas. Hacer la tarea de la escuela. Jugar deportes.
¿Qué pasaría si Luisa contara el secreto y Carlotta ya no quisiera ser su amiga? El pensarlo hizo que a Luisa se le retorciera el estómago aún más.
Entonces se le ocurrió otra idea. Lo más importante por ahora era lo que fuera mejor para Carlotta y no lo que Carlotta pudiera pensar en cuanto a ella. Carlotta necesitaba una verdadera amiga, una amiga que la ayudara a mantenerse fuera de peligro. Luisa sabía que Jesús siempre hacía lo que era mejor para los demás, aunque algunas personas no estuvieran contentas con Él.
Sabía lo que debía hacer; tenía que hablarle de ello a su mamá. Además, llamaría a Carlotta y le diría lo preocupada que estaba y que un adulto tenía que ayudar. Quizás entonces Carlotta también hablaría con su mamá.
Luisa sintió alivio en el corazón mientras se dirigía a la puerta de su casa.
“¿Mamá?”, llamó cuando entró; “¿podemos hablar?”
Tal vez Carlotta se enojara, pero Luisa sabía qué era lo que debía hacer: Sería una verdadera amiga.
Algunos secretos eran demasiado importantes como para guardarlos.