Aférrate a la barra
Del discurso “Llegar a ser una obra de arte”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young, el 5 de noviembre de 2013. Para leer el texto completo en inglés, vaya a speeches.byu.edu.
Si ejercitamos la fe y obedecemos diligentemente los mandamientos del Señor, podemos escoger lo correcto con más facilidad.
Cuando un buen miembro de la Iglesia a quien conozco estaba en la universidad, lo invitaron a una fiesta un sábado por la noche en casa de un compañero. También invitaron a los profesores de la universidad, en especial aquellos que eran amigables con los estudiantes. La fiesta parecía ser acogedora y segura; sin embargo, cuando mi amigo llegó, enseguida se dio cuenta de que el ambiente no era lo que él había esperado. Los estudiantes estaban fumando, bebiendo alcohol, usando drogas y haciendo cosas horribles en cada rincón de la casa. Él se sintió preocupado y decidió irse, pero el lugar de la fiesta quedaba lejos de su casa; había ido en el auto de un amigo, así que no tenía manera de irse solo.
En ese momento, oró en silencio al Señor para que lo ayudara. Después de pensar un rato, sintió que debía ir afuera; hizo caso a sus sentimientos y se quedó afuera de la casa hasta que la fiesta hubo terminado.
En el camino de regreso a casa, su amigo le contó las cosas horribles que habían sucedido durante la fiesta; mi amigo se sintió incómodo con la situación y no fue fácil lidiar con ella.
Sin embargo, al tomar la Santa Cena al día siguiente en la Iglesia, sintió calma, paz y la seguridad de que había tomado la decisión correcta. Se dio cuenta de lo que significa asirse a la barra de hierro y no soltarla, aun en medio de los vapores de tinieblas. Comprendió claramente lo que Nefi enseñó a sus hermanos de que “quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:24).
Imaginen lo que hubiera sucedido si ese joven, por vergüenza, no hubiese sido lo suficientemente fuerte para mantenerse asido a la barra de hierro. Como resultado de ésa y otras decisiones de su vida, se casó con una joven en el templo, estableció una familia recta y tuvo éxito. Hoy día, sirve fielmente en la Iglesia y se esfuerza por ser un buen ejemplo para sus hijos.
El hombre natural
No es fácil enfrentar la tentación diaria. Todos estamos expuestos a un ambiente que es hostil al evangelio de Jesucristo; vivimos en un mundo que se está deteriorando moralmente. Los medios de comunicación y la tecnología nos invitan a participar en actividades destructivas y amenazadoras que van en contra de nuestras creencias y los valores del evangelio de Jesucristo. La presión por parte de amigos que no comparten nuestros valores, o que sí los comparten pero son débiles en la fe, nos empuja a participar en conductas degradantes; y además de eso, tenemos que lidiar con el hombre natural que existe en cada uno de nosotros.
La Guía para el Estudio de las Escrituras define al hombre natural como “la persona que se deja influir por las pasiones, los deseos, apetitos y sentidos de la carne en lugar de escuchar la inspiración del Santo Espíritu. Ese tipo de persona comprende lo físico, pero no puede percibir lo espiritual. Todo ser humano… debe volver a nacer por medio de la expiación de Jesucristo para dejar de ser un hombre natural”1.
Con frecuencia, el presidente Thomas S. Monson cita un proverbio que puede ayudarnos a evitar la distracción de la tentación y mantenernos en camino hacia la dirección correcta: “No puedes hacer bien haciendo lo malo, ni puedes hacer mal haciendo lo bueno”2.
Si ejercitamos la fe y obedecemos diligentemente los mandamientos del Señor, escogeremos lo correcto con más facilidad.
La luz de Cristo
El profeta Mormón enseñó a su pueblo:
“…por tanto, os muestro la manera de juzgar; porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios.
“Pero cualquier cosa que persuade a los hombres a hacer lo malo, y a no creer en Cristo, y a negarlo, y a no servir a Dios, entonces sabréis, con un conocimiento perfecto, que es del diablo; porque de este modo obra el diablo, porque él no persuade a ningún hombre a hacer lo bueno, no, ni a uno solo; ni lo hacen sus ángeles; ni los que a él se sujetan” (Moroni 7:16–17).
Nuestro Padre Celestial nos ha dado la luz de Cristo, que es la “energía, poder o influencia divinos que proceden de Dios por medio de Cristo y que dan vida y luz a todas las cosas”3; y ayuda a una persona a escoger entre el bien y el mal. Este don, junto con la compañía del Espíritu Santo, nos ayuda a determinar si una decisión nos coloca en el territorio del Señor o detrás de las líneas enemigas. Si nuestro comportamiento es bueno, es Dios quien nos inspira; si nuestro comportamiento es malo, está influyendo en nosotros el enemigo.
Mi amigo de la universidad utilizó esos dos dones. La luz de Cristo lo ayudó a determinar lo que era correcto, y el Espíritu Santo guió su decisión sobre qué camino seguir. Esos dos dones están al alcance de aquellos que se aferran a la barra de hierro.
El don del arrepentimiento
Supongamos que, por alguna razón, hemos sido engañados o confundidos por la tentación y terminamos cometiendo un pecado; ¿qué debemos hacer? Si caemos en la tentación y pecamos, tenemos que reconciliarnos con Dios; expresado en el lenguaje de las Escrituras, tenemos que arrepentirnos.
El élder Neil L. Andersen, del Quórum de los Doce Apóstoles, ha enseñado:
“Cuando pecamos, nos alejamos de Dios. Cuando nos arrepentimos, nos volvemos hacia Dios.
“La invitación a arrepentirnos rara vez es una reprimenda; es más bien una petición amorosa de que nos demos vuelta y de que nos volvamos de nuevo hacia Dios (véase Helamán 7:17). Es el llamado de un Padre amoroso y de Su Hijo Unigénito a que seamos más de lo que somos, que alcancemos un nivel de vida mejor, que cambiemos y que sintamos la felicidad que proviene de guardar los mandamientos. En calidad de discípulos de Cristo, nos regocijamos en la bendición de arrepentirnos y en el gozo de ser perdonados. Ellos llegan a ser parte de nosotros, y moldean nuestra forma de pensar y de sentir”4.
El arrepentimiento es un don maravilloso y está al alcance de todo aquel que desee regresar a Dios y permitir que Él moldee su vida.
Nacimos con la semilla de la divinidad en nuestro espíritu porque somos hijos de Dios; y esa semilla tiene que crecer. Crece a medida que ejercitamos nuestro albedrío en rectitud, al tomar decisiones correctas, al utilizar la luz de Cristo y el Espíritu Santo para que nos guíen en las decisiones que tomamos durante el curso de nuestra vida. Ese proceso lleva tiempo, pero es posible moldear nuestro espíritu y nuestra vida un día tras otro.
Al reconocer nuestra dedicación y perseverancia, el Señor nos dará lo que no podemos obtener por nosotros mismos; nos moldeará porque Él ve nuestro empeño por vencer nuestras imperfecciones y debilidades humanas.
En ese sentido, el arrepentimiento llega a ser parte de nuestra vida diaria. El tomar la Santa Cena cada semana, es decir, el presentarnos de manera sumisa y humilde ante el Señor, reconociendo que dependemos de Él, pidiéndole que nos perdone y nos renueve, y prometiéndole que siempre lo recordaremos, es muy importante.
En ocasiones, en nuestro empeño diario por llegar a ser más como Cristo, nos encontramos luchando repetidamente con las mismas dificultades. Es como si estuviéramos ascendiendo una montaña cubierta de árboles; a veces no vemos nuestro progreso hasta que nos acercamos a la cima y miramos hacia abajo desde las altas crestas. No se desanimen; si están tratando y esforzándose por arrepentirse, están en el proceso del arrepentimiento.
El élder D. Todd Christofferson, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “…el sobreponernos a malos hábitos o adicciones, con frecuencia significa un esfuerzo hoy, seguido de otro mañana y luego otro, tal vez durante muchos días, incluso meses y años, hasta que logremos la victoria”5.
A medida que mejoramos, vemos la vida con mayor claridad y sentimos al Espíritu Santo obrar más fuertemente en nosotros. Para aquellos que verdaderamente están arrepentidos pero que no parecen encontrar alivio, sigan guardando los mandamientos; les prometo que el alivio vendrá cuando el Señor lo considere oportuno; sanar requiere tiempo.
Para conservar una perspectiva eterna, sobrepongámonos al hombre natural, juzguemos según la luz de Cristo, busquemos la guía del Espíritu Santo, arrepintámonos cuando cometamos errores y permitamos que nuestro Padre Celestial transforme nuestra vida en lo que Él ha planeado para nosotros.