2016
Esperábamos mellizas; descubrimos milagros
Septiembre de 2016


Nuestro hogar, nuestra familia

Esperábamos mellizas; descubrimos milagros

La autora vive en Filipinas.

Pensamos que todo en la vida iría sin sobresaltos; pero pronto las cosas se complicaron y estaba aterrada pensando en qué otra cosa podría ir mal.

husband and wife

Una noche, estaba mirando las noticias y algo me llamó la atención. Reconocí a la reportera; era una compañera de la universidad. ¡Había realizado su sueño de ser conductora de un noticiero!

“¿Y yo?”, me pregunté. “¿Qué es lo que he logrado?”. Miré al bebé dormido en mis brazos y pensé en los acontecimientos de los últimos tres años.

Siempre pensé que tendría una carrera, pero cuando mi esposo, Charles, y yo tuvimos a nuestra primera hija, Chevy, mis prioridades cambiaron. Renuncié a mi trabajo para cuidar de ella. Teníamos fe en Jesucristo de que si pagábamos nuestro diezmo y obedecíamos los mandamientos, todo saldría bien.

Las cosas iban bien hasta que, un día, a Charles lo despidieron del trabajo. Teníamos fe en que estaríamos bien, pero teníamos que hacer algo. Decidimos que yo también buscaría un empleo, así que tanto Charles como yo comenzamos a buscar trabajo. Después de unas semanas, me contrataron en un centro de llamadas. Odiaba tener que dejar a mi bebé de nueve meses con una niñera todos los días, pero era la mejor solución.

Al mes de estar trabajando, me enteré de que estaba embarazada. Afortunadamente, Charles pronto encontró trabajo; no le pagaban mucho, pero ayudaría. Por un tiempo nos sentimos tranquilos.

Entonces mi embarazo se complicó y tuve que dejar de trabajar. Cuando fui al médico para mi visita mensual, quedamos sorprendidos al saber que íbamos a tener mellizas. Charles y yo estábamos asustados, pero confiábamos en el Padre Celestial.

A los tres meses y medio de embarazo, desperté sangrando. Pensé que estaba teniendo un aborto natural, así que fui al hospital. Las bebés estaban bien, pero el doctor me mandó reposo absoluto por el resto del embarazo.

Las cosas se estaban poniendo muy complicadas; al pagar los recibos del hospital, nuestra cuenta de banco quedó vacía, y el escaso sueldo de Charles no era suficiente para cubrir nuestras necesidades. Me sentía inútil; no podía ayudar a ganar un ingreso ni a cuidar de Chevy. A veces me olvidaba de que quienes llevaba dentro de mí eran dos hijas en espíritu especiales; suplicaba día y noche a mi Padre Celestial por alivio. Estaba aterrada pensando en qué otra cosa podría ir mal; sin embargo, un pensamiento me volvía a la mente una y otra vez: el Padre Celestial vive y Él sabe cuáles son nuestras necesidades.

Charles también estaba batallando, pero se mantuvo fuerte; me atendía a mí y cuidaba de Chevy además de ir a trabajar. Sus bendiciones del sacerdocio me dieron consuelo y su amor me fortaleció. Teníamos miedo, pero afrontamos esa nueva prueba juntos.

Hice lo mejor que pude para aceptar la situación; en vez de quejarme, leía las Escrituras, las revistas de la Iglesia y buenos libros. También cantaba himnos; en particular, el himno “Qué firmes cimientos” (Himnos, nro. 40) me ayudó mucho. Me sentí más cerca de mi Salvador y me di cuenta de lo mucho por lo que tenía que estar agradecida, a pesar de nuestras circunstancias.

Con el paso de los días, sentimos la mano de Dios en nuestra vida. Todo el tiempo sucedían grandes y pequeños milagros inesperados. Nuestros familiares y amigos pagaron algunos de nuestros gastos, y sentí el amor y preocupación de nuestra familia. La presidenta de la Sociedad de Socorro asignó a una o dos hermanas para que me visitaran todos los días; ellas traían alimentos, cocinaban, limpiaban, atendían a Chevy, compartían conmigo pensamientos espirituales y me levantaban el ánimo. Oraban pidiendo que me recuperara y que las mellizas estuvieran sanas y salvas. Nunca nos faltó de comer. Aquellas hermanas no sabían cuánto me ayudaba su servicio a sobrellevar mi carga. Cuando llegó el momento, el Padre Celestial me ayudó a tener un parto sin complicaciones y las dos niñas nacieron sanas.

Han pasado años desde aquella época difícil de nuestra vida, pero no ha habido ni un día en el que no hayamos sentido el amor de Dios. Nuestra situación económica es mucho mejor ahora y nuestras hijas están creciendo, son inteligentes y talentosas. Tenemos más fortaleza y estamos mejor preparados para los desafíos futuros, porque sabemos que el Padre Celestial bendice a Sus hijos en Su propio tiempo y que nunca los desamparará ni los dejará sin consuelo. La vida no es un recorrido fácil, pero Dios siempre estará con nosotros y nos guiará.