Los diezmos, el momento oportuno y el transporte
El autor vive en São Paulo, Brasil.
No teníamos dinero para viajar hasta la capilla, así que comenzamos a caminar.
Un sábado, mi esposa y yo nos dimos cuenta de que no teníamos suficiente dinero para tomar un transporte público para ir a la capilla al día siguiente; y tampoco había forma de sacar dinero del banco. Teníamos el dinero de los diezmos en el sobre, listo para entregárselo al obispo. Comenzamos a hablar sobre cómo llegaríamos a la Iglesia. Sentíamos que si usábamos el dinero de los diezmos para pagar el transporte, el Señor entendería; sin embargo, decidimos que no era correcto usarlo.
La otra posibilidad era no ir a la Iglesia. También pensamos que el Señor comprendería, ya que nunca antes habíamos dejado de ir. Sin embargo, si hacíamos eso, no podríamos darle los diezmos al obispo, por lo cual, también lo descartamos.
En nuestro esfuerzo por ser fieles, decidimos que saldríamos más temprano de lo que lo hacíamos normalmente y caminaríamos hasta la capilla. De modo que, ese hermoso día de reposo, salimos para ir a la Iglesia, que quedaba a unos cuatro kilómetros y medio de nuestra casa. Para nuestros hijos, de los cuales el mayor tenía seis años, era como una fiesta, y disfrutaron de correr y jugar a lo largo del camino.
Cuando llegamos a una calle ancha y peligrosa, escuché al Espíritu que me susurraba: “Tienen que cruzar ahora”. Se lo comenté a mi esposa y ella me respondió que era peligroso porque en esa parte la calle daba una curva y no podíamos ver los autos que venían en dirección contraria. Le dije que sentía que debíamos cruzar ahí; de modo que cada uno de nosotros tomó a dos de los niños de la mano y cruzamos rápido. Apenas subimos a la acera del otro lado, un auto se detuvo y el conductor nos preguntó: “¿Van a la Iglesia?”.
El conductor era un hermano que no pertenecía a nuestro barrio pero a quien yo conocía porque había visitado el barrio al que él asistía. Le dijimos que sí y él ofreció llevarnos. Cuando nos subimos al auto, el hermano nos explicó que nunca tomaba ese camino, que la única razón por la que estaba pasando por allí era porque su socio había perdido las llaves de la oficina y él le estaba llevando las suyas.
Pensé para mí mismo que eso no había sucedido por casualidad; el Señor sabía que necesitábamos transporte para llegar a la capilla. Yo tenía los diezmos en el bolsillo y eso me dio la oportunidad de enseñar a nuestros hijos las bendiciones que se reciben por pagar los diezmos. Llegamos a la capilla más temprano que nunca, pero estábamos felices y agradecidos. Participamos de todas las reuniones y no le dijimos a nadie lo que había sucedido.
Los veranos en São Paulo son muy calurosos, en especial al mediodía, que era la hora a la que terminaban nuestras reuniones. Nos disponíamos a emprender el regreso a casa cuando alguien se acercó y nos preguntó: “¿Tienen alguien que los lleve de vuelta a su casa?”. Le dijimos que no y él dijo: “¿Quieren que yo los lleve?”. Aceptamos su ofrecimiento y mi esposa y yo nos miramos, emocionados y sonrientes.
Más de una vez el Señor nos ha bendecido de gran manera por nuestra obediencia.