La hora de dormir de Félix
La autora vive en Utah, EE. UU.
“Cuando soy bueno y atento, y ayudo a los demás, me siento muy feliz, pues me estoy ayudando a mí” (Children’s Songbook, pág. 197, solo disponible en inglés).
Anton miraba la pantalla de su computadora mientras se cargaba el nivel seis por lo que parecía ser la millonésima vez. Tomó aire y comenzó a avanzar por el laberinto, volando sobre coloridos barrotes y a través de túneles ardientes. Cuanto más se acercaba a la línea de meta, más rápido pataleaba.
“¿Anton?”. Era la voz de mamá. Parecía que necesitaba algo.
“¡Ahora no!”, pensó. Saltó sobre otro barrote y aceleró por otro túnel. “¿Sí?”, dijo sin dejar de mirar la pantalla.
“Por favor, ¿podrías ponerle el pijama a Félix y leerle un cuento? Tengo que acabar de limpiar la cocina”.
“Mm…”, ¡estaba tan cerca! Giró por un último pasillo con barrotes, sobre otra llama, por delante de un monstruo triturador y… ¡SÍ! ¡Cruzó la línea de meta!
La computadora cargó el nivel siete. Parecía más difícil, pero Anton estaba ansioso por probarlo. Le había costado mucho llegar a ese nivel. Anton presionó el botón de pausa y miró a mamá, que sostenía a Félix, su hermanito pequeño. “¿Puedes esperar solo cinco minutos más? ¡Acabo de llegar al nivel siete!”.
“Necesito tu ayuda, de verdad”, dijo mamá. “Puedes hacer un nivel más después de atender a Félix”.
Félix sonrió. “Pofavó…”, dijo con la vocecilla de un niño de dos años.
Anton miró la pantalla de la computadora y suspiró. “Está bien”. Solo tenía que darse prisa para poder regresar a su juego.
Levantó a Félix y subió con él las escaleras hasta su habitación.
“¿Quién es mi hermanito favorito?”, dijo hincando un dedo en la blanda barriguita de bebé de Félix. Le sopló a Félix en el estómago y sonrió mientras este se reía fuertemente.
Anton le puso a Félix su pijama favorito de dinosaurios. Luego lo subió a la cama y se dirigió a la puerta. Mamá también le había dicho que le leyera un cuento a Félix, pero él había hecho lo importante. Tal vez ahora podría subir dos niveles más antes de irse a la cama.
En ese preciso instante, Anton sintió un tirón en la camisa. Bajó la vista y vio que Félix se había bajado de la cama.
“¿Oso?”, preguntó Félix. Corrió a su cesta de libros y volvió con uno que tenía un oso polar en la portada.
“¡Oh, Félix, tengo cosas que hacer!”, dijo Anton. Félix sujetó el libro encima de la cabeza, mirando a Anton con sus grandes ojos de color café.
Anton no pudo sino sonreír. “No aceptarás un no por respuesta, ¿verdad? Bueno, está bien”.
Anton se sentó en la cama de Félix y este se subió a su regazo. Anton abrió la primera página y leyó mientras Félix se apoyaba en él. Félix señalaba cada animal de la página y practicaba cómo decir su nombre. “Zeba… famenco… mosa”.
Cuando acabó, Anton cerró el libro y tapó a Félix con la manta. “Buenas noches, Félix”, dijo, dándole un beso en la frente y levantándose para salir.
Pero al caminar hacia la puerta, escuchó esa vocecita de nuevo. “¿Me acurrucas?”.
Anton sonrió. “Está bien, échate a un lado. Me quedaré un ratito”.
Anton se recostó sobre la almohada. En realidad no le apetecía hacer otra cosa, al menos por el momento. Sonrió cuando Félix dio un gran bostezo y cerró los ojos. No se había sentido tan feliz en todo el día. Su juego podía esperar.