Del campo misional
Ayuda adicional
La autora vive en Iowa, EE. UU.
En tu misión tal vez conozcas investigadores que necesiten a alguien a su lado, dispuesto a sumergirse en el proceso con ellos.
Descendí a mi propio ritmo. Un metro y medio… sentí que una corriente me empujaba. Ahora tres metros. De repente se oscureció. Sentí que me costaba respirar. Ese océano helado y turbio no era nada parecido a la piscina en la que había practicado. Asustada y con claustrofobia, me apresuré hacia la superficie.
El asistente del instructor me preguntó: “¿qué ocurre?”. Las lágrimas me corrían dentro de la máscara. Estaba a la mitad del examen de certificación de buceo, haciendo un descenso de nueve metros, una de las habilidades necesarias para aprobar el examen. El asistente notó mi pánico y me aseguró que iba a estar bien. Me estaba alentando, pero no me estaba empujando. En algún momento me dijo: “No tienes que hacerlo”. Fue entonces cuando me di cuenta de que deseaba hacerlo.
Me di cuenta de que, aunque era difícil, quería lograrlo, quería obtener mi certificación. Así que controlé mi miedo y junto con la clase completé las habilidades que me faltaban para aprobar el examen. Fue difícil, pero con un poco de aliento pude lograrlo.
Meses después, cuando servía como misionera en Perú, recordé mi difícil experiencia con el buceo al invitar a las personas a fortalecer su fe y a cambiar sus vidas. A mi compañera y a mí nos gustaba visitar a una familia en particular, la familia Rumay. Carina, Enrique y sus dos hijas adolescentes, Karen y Nicole, nos recibían a menudo y se ganaron nuestros corazones muy rápido. No pasó mucho tiempo para que Carina, Karen y Nicole aceptaran el Evangelio y se unieran a la Iglesia.
Sin embargo, Enrique necesitaba un poco de ayuda adicional. Nuestro mensaje difería de la forma en la que se le había criado, así que nos tomó un poco ganarnos su confianza. Enrique tenía varias preocupaciones. Lo que más le preocupaba del Evangelio era el Libro de Mormón. Él nunca había escuchado sobre el libro y tenía dificultades para leerlo y comprenderlo. Su falta de familiaridad hacía que Enrique se sintiera inseguro.
En ese punto, Enrique era como yo cuando nadé hacia la superficie: todos los demás parecían descender con facilidad, mientras yo estaba paralizada por el miedo. Como yo, todo lo que Enrique necesitaba para tener éxito era un poco de ayuda adicional.
Esa ayuda se presentó de varias maneras. Había misioneros que lo ayudaron a abordar sus preocupaciones y a sentir el Espíritu. También tenía miembros del barrio que lo hermanaban y le enseñaban sobre su papel como padre. La mayor ayuda de todas fue la propia familia de Enrique.
Incluso antes de bautizarse, los Rumay habían hecho el hábito de orar como familia y estudiar las Escrituras. Le consiguieron a Enrique un juego de Escrituras con letra grande y una versión en audio, para que pudiera estudiar las Escrituras con más facilidad. Esos esfuerzos simples ayudaron inmensamente a Enrique. En ningún momento lo presionaron, simplemente lo apoyaron. Mediante sus acciones, le dijeron: “Sabemos que puedes hacerlo”.
Esa ayuda permitió que Enrique descubriera por sí mismo el poder del Libro de Mormón. Un día, anunció que había escuchado todo el libro y que sabía que era la palabra de Dios. Cerca de cuatro meses después del bautismo de su esposa e hijas, Enrique dio el mismo paso y también fue bautizado.
Enrique dice que está agradecido por la ayuda y paciencia que recibió, las cuales le permitieron llegar a donde está ahora. Como misionera, me sentí bendecida al ser testigo del ejemplo de amor de esa familia a medida que ayudaron a su esposo y padre a vencer sus dudas. También me sentí agradecida por tener mi experiencia desafiante con el buceo, que me permitió identificarme un poco con la manera que Enrique se sintió y con la que otros investigadores se sienten durante el proceso de conversión.
En la misión, al invitar a las personas a arrepentirse y cambiar, recuerda que en ocasiones lo único que necesitan para tener éxito es un poco de aliento adicional. Pueden necesitar a su lado a alguien en quien confíen y que tenga experiencia para decirles: “Todo va a estar bien. Sé que puedes hacerlo. Creo en ti”. Pueden estar esperando que tú seas esa persona que esté dispuesta a sumergirse con ellos en el proceso, ayudarles a dominar hábitos y habilidades nuevas, y ayudarles a obtener su certificación, que finalmente es la aprobación del Señor.