Bendecida por declarar mi fe
Kristin McElderry, Massachusetts, EE. UU.
Me bauticé cuando tenía diecinueve años de edad. Muchos de mis familiares y amigos no aceptaron mi decisión de unirme a la Iglesia, pero eso no me detuvo. Dos semanas después, comencé mi segundo año en la universidad. Cuando regresé al campus me sentía nerviosa con respecto a mi nueva fe.
Comenzó a preocuparme que no tuviera el valor para defender mi religión. Me sentía sola. Nunca había conocido a un miembro de la Iglesia en la universidad; tampoco sabía dónde encontrar un centro de reuniones, o si había siquiera un barrio o una rama cerca. Oré al Padre Celestial para que me diera valor. Oré a fin de poder tener confianza para defender mis nuevas creencias.
Unos días más tarde, ayudé a algunas personas a instalarse. Conocí a un joven llamado Brian y nos hicimos amigos. Un día estábamos caminando por el campus cuando me preguntó qué planes tenía para el domingo. Le dije que iba a la Iglesia.
“Oh, ¿a qué Iglesia vas?”, preguntó.
A pesar de la sensación de ansiedad que tenía en el estómago, me armé de valor y dije: “Voy a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.
¡Estaba orgullosa de mí misma! También estaba nerviosa de cuál sería la reacción de Brian. En ese momento vi a los misioneros. Antes de que Brian dijese nada, le dije que volvería enseguida. Corrí hacia los misioneros y ellos se alegraron de conocerme y me dieron todos los detalles que necesitaba para llegar a la Iglesia al día siguiente.
Volví adonde estaba Brian y le expliqué lo que había pasado. También compartí con él un poco sobre la Iglesia y continuamos caminando sin mayor diferencia, salvo que ahora sentía mi paso renovado. También sentía la calidez y la paz que solo el Espíritu puede dar. Me había preocupado el hecho de sentirme sola y de no saber adónde ir a la Iglesia, pero creo que la llegada de aquellos misioneros a ese preciso lugar y en aquel instante fue la manera en que el Padre Celestial me bendijo por declarar mi fe.
Han pasado más de diez años y desde aquel día nunca he tenido miedo de decir que soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.