2018
Bendecida por declarar mi fe
Junio de 2018


Bendecida por declarar mi fe

Kristin McElderry, Massachusetts, EE. UU.

friends walking around campus

Ilustración por Eva Vazquez

Me bauticé cuando tenía diecinueve años de edad. Muchos de mis familiares y amigos no aceptaron mi decisión de unirme a la Iglesia, pero eso no me detuvo. Dos semanas después, comencé mi segundo año en la universidad. Cuando regresé al campus me sentía nerviosa con respecto a mi nueva fe.

Comenzó a preocuparme que no tuviera el valor para defender mi religión. Me sentía sola. Nunca había conocido a un miembro de la Iglesia en la universidad; tampoco sabía dónde encontrar un centro de reuniones, o si había siquiera un barrio o una rama cerca. Oré al Padre Celestial para que me diera valor. Oré a fin de poder tener confianza para defender mis nuevas creencias.

Unos días más tarde, ayudé a algunas personas a instalarse. Conocí a un joven llamado Brian y nos hicimos amigos. Un día estábamos caminando por el campus cuando me preguntó qué planes tenía para el domingo. Le dije que iba a la Iglesia.

“Oh, ¿a qué Iglesia vas?”, preguntó.

A pesar de la sensación de ansiedad que tenía en el estómago, me armé de valor y dije: “Voy a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.

¡Estaba orgullosa de mí misma! También estaba nerviosa de cuál sería la reacción de Brian. En ese momento vi a los misioneros. Antes de que Brian dijese nada, le dije que volvería enseguida. Corrí hacia los misioneros y ellos se alegraron de conocerme y me dieron todos los detalles que necesitaba para llegar a la Iglesia al día siguiente.

Volví adonde estaba Brian y le expliqué lo que había pasado. También compartí con él un poco sobre la Iglesia y continuamos caminando sin mayor diferencia, salvo que ahora sentía mi paso renovado. También sentía la calidez y la paz que solo el Espíritu puede dar. Me había preocupado el hecho de sentirme sola y de no saber adónde ir a la Iglesia, pero creo que la llegada de aquellos misioneros a ese preciso lugar y en aquel instante fue la manera en que el Padre Celestial me bendijo por declarar mi fe.

Han pasado más de diez años y desde aquel día nunca he tenido miedo de decir que soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.