Juan, el discípulo a quien Jesús amaba
Los escritos del Nuevo Testamento asociados con Juan el Amado lo presentan como un maestro, así como un modelo para nuestro propio discipulado.
Después de Pedro, Juan es quizás el más conocido de los Doce Apóstoles originales de Jesús. Él y su hermano Santiago estuvieron con Pedro en algunos de los momentos más importantes del ministerio mortal del Salvador, y ha sido asociado tradicionalmente con cinco libros diferentes del Nuevo Testamento1. En Juan 13:23 se da a entender su cercanía personal al Señor: “Y uno de sus discípulos, a quien Jesús amaba, estaba reclinado en el pecho de Jesús”. A través de los siglos, el arte cristiano ha reflejado esta imagen, presentando a Juan como un hombre joven, a menudo reposando en los brazos del Salvador. Este es el origen de su singular título, Juan el Amado, pero su testimonio y misión revelan aspectos del discipulado que todos podemos compartir.
Juan, hijo de Zebedeo
El nombre hebreo de Juan, Yohanan, significa “Dios ha mostrado Su gracia”. La mayoría de los detalles que conocemos acerca de él provienen de los primeros tres Evangelios, que cuentan la historia del ministerio mortal del Salvador desde prácticamente la misma perspectiva. Todos coinciden en que Juan era el hijo de un próspero pescador galileo llamado Zebedeo, que era dueño de su propia barca y podía contratar a jornaleros para que lo ayudaran a él y a sus hijos en su trabajo. Juan y su hermano Santiago también estaban asociados con los hermanos Pedro y Andrés, y los cuatro dejaron su negocio pesquero cuando Jesús los llamó a seguirlo en un discipulado de tiempo completo2.
Aunque los Evangelios ya no vuelven a mencionar a Zebedeo, sabemos que la madre de Santiago y Juan se convirtió en seguidora de Jesús; intercedió ante Jesús por sus hijos y estuvo presente en la Crucifixión3. La madre de Santiago y Juan, conocida habitualmente por el nombre de Salomé, también pudo haber sido hermana de María, la madre de Jesús, lo cual significa que ellos podrían haber sido primos hermanos de Jesús y parientes de Juan el Bautista4.
Poco después de su llamado inicial, Juan presenció muchos de los primeros milagros y enseñanzas del Señor5. El hecho de ver estos milagros y escuchar discursos como el Sermón del Monte indudablemente preparó a Juan para el momento en que Jesús lo llamó a ser uno de Sus Doce Apóstoles6. Entre estos testigos especiales, Pedro, Santiago y Juan formaron un círculo íntimo de discípulos cercanos que estuvieron presentes en momentos significativos del ministerio terrenal de Jesús:
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En la resurrección de la hija de Jairo, constatando en persona el poder del Señor sobre la muerte7.
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En el Monte de la Transfiguración, donde vieron a Jesús revelado en Su gloria y escucharon la voz del Padre testificar que Jesús era Su Hijo en quien estaba complacido8.
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En el Monte de los Olivos para escuchar Su profecía final acerca de los últimos días9.
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En el jardín de Getsemaní, donde el Salvador comenzó Su gran obra expiatoria estando ellos cerca10.
Así como Jesucristo le dio a Simón el nombre adicional de Cefas o Pedro, que significa “roca”, también les dio a Santiago y Juan el título de Boanerges, o “hijos del trueno”11. Teniendo en cuenta que le preguntaron a Jesús si debían mandar que descendiera fuego sobre una aldea de samaritanos que los habían rechazado (véase Lucas 9:51–56), este apodo podría sugerir que eran irascibles o al menos que tenían un carácter muy fuerte. Sin embargo, es igual de probable que el nombre adelantara cuán poderosos podrían llegar a ser como testigos, de la misma manera que el nombre de Pedro probablemente reflejara su naturaleza devota, aunque impulsiva en los comienzos, así como su firmeza y fortaleza después de la resurrección de Jesús12.
En las apariciones de Juan en el libro de los Hechos, se le describe como un compañero fuerte y firme de Pedro. Juan estaba con Pedro cuando sanó al cojo en el templo, y juntos predicaron audazmente ante los líderes judíos de Jerusalén. Juntos, los dos apóstoles viajaron a Samaria para conferir el don del Espíritu Santo a los samaritanos a quienes Felipe había enseñado y bautizado13.
Sin embargo, es en los escritos que se asocian con Juan donde más se manifiesta como un poderoso testigo de la divinidad de Su maestro y amigo, Jesucristo. Estos libros del Nuevo Testamento presentan a Juan como un maestro y un modelo para nosotros en nuestro propio discipulado.
Discípulo amado
Curiosamente, Juan nunca es nombrado en el Evangelio que tradicionalmente se le ha atribuido. El Evangelio de Juan menciona a los dos hijos de Zebedeo una sola vez, en el último capítulo, donde se hallaban entre los siete discípulos que se encontraron con el Señor resucitado junto al Mar de Galilea. Incluso allí, sin embargo, no son mencionados por su nombre. En cambio, la tradición, apoyada por referencias de las Escrituras de la Restauración14, ha identificado a Juan como el anónimo “discípulo a quien Jesús amaba” que estuvo presente en la Última Cena, la Crucifixión, la tumba vacía y la aparición final de Jesús en el Mar de Galilea15.
También puede haber sido el “otro discípulo” que, junto con Andrés, había sido seguidor de Juan el Bautista, y le oyó testificar que Jesús era el Cordero de Dios (véase Juan 1:35–40), y es probable que fuera el discípulo que acompañó a Pedro después del arresto de Jesús y le ayudó a acceder al patio del sumo sacerdote (véase Juan 18:15–16).
En el Evangelio de Juan, el discípulo amado emerge como un amigo cercano y personal del Señor. Junto con Marta, Lázaro y María, Juan es descrito explícitamente en este Evangelio como alguien a quien Jesús amó (véase Juan 11:3, 5). Su posición en la mesa durante la Última Cena reflejaba no solo honor sino también cercanía.
Más allá de su amistad con el Salvador, otros pasajes lo revelan como un testigo poderoso de los acontecimientos más importantes de la misión de Jesús: permaneció al pie de la cruz para presenciar la muerte del Señor como sacrificio por el pecado, corrió a la tumba después de la Resurrección para confirmar que estaba vacía, y vio al Salvador resucitado.
Dos veces menciona el Evangelio de Juan que está basado en el testimonio del discípulo amado y recalca que su testimonio es verdadero16, lo cual coincide con el título que José Smith le dio a este Evangelio: “El Testimonio de Juan”17.
Aunque los eruditos todavía debaten sobre la identidad del discípulo amado, si era el apóstol Juan, entonces fue la fuente del material de este Evangelio, si no su autor original18. ¿Por qué entonces permaneció sin nombre, sin ser identificado nunca directamente como el apóstol Juan? La respuesta podría ser en parte porque su intención era que sus propias experiencias fueran modelos para creyentes y discípulos de todas las épocas. Permaneciendo en el anonimato, podría permitirnos proyectarnos en sus experiencias, aprendiendo a amar y ser amados por el Señor y obteniendo nuestros propios testimonios, que después se nos llama a compartir con los demás.
Las epístolas: 1, 2 y 3 Juan
Como el Evangelio de Juan, ninguna de las tres cartas atribuidas a Juan lo nombra directamente. Sin embargo, 1 Juan, que es más un tratado doctrinal que una carta real, está estrechamente asociado con el Evangelio en su estilo y temas, los cuales abarcan la importancia del amor y la obediencia, temas que el Salvador enseñó en el relato de Juan de la Última Cena.
1 Juan, escrito después del Evangelio, comienza declarando el testimonio del autor sobre el Señor Jesucristo, “lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida”(1 Juan 1:1; cursiva agregada). Además de reafirmar las primeras líneas del Evangelio de Juan, el autor recalca su poderoso testimonio personal y físico de Jesucristo, quien fue la Palabra de Dios literalmente hecha carne.
Los primeros cristianos, que eran la primera audiencia del libro, aparentemente habían sufrido divisiones internas con un grupo que abrazaba creencias incorrectas acerca de que Jesús había abandonado a la Iglesia19. En 1 Juan, el autor no es solo un testigo; es una autoridad llamada a corregir la falsa doctrina y a contrarrestar las amenazas a la fe de los anticristos y los falsos espíritus (véase 1 Juan 2:18–27; 4:1–6). Su misión también consistía en animar a aquellos que permanecían fieles compartiendo verdades significativas acerca de Dios y Cristo, y la importancia de perseverar en la fe y la justicia.
En 2 Juan y 3 Juan, él se identifica simplemente como “el anciano” y continúa recalcando la importancia del amor y la obediencia y los peligros de los falsos maestros y de aquellos que rechazan la autoridad apropiada de la Iglesia20.
Estos tres libros nos enseñan la importancia de la devoción continua al Jesucristo revelado.
El revelador
De los cinco libros que se le atribuyen, solo Apocalipsis utiliza realmente el nombre de Juan, identificando a su autor tres veces por ese nombre en sus versículos iniciales (véase Apocalipsis 1:1, 4, 9). Aparte de identificarse a sí mismo como el siervo de Dios, el autor no da ninguna otra indicación de su cargo o llamado, pero la mayoría de las autoridades cristianas primitivas creían que él era Juan, hijo de Zebedeo.
El Libro de Mormón y Doctrina y Convenios confirman que el apóstol Juan había recibido el cometido especial de recibir y escribir las visiones que tuvo21. Apocalipsis, un libro complejo y altamente simbólico, tenía por objeto consolar y tranquilizar a los cristianos que sufren persecución o pruebas en todas las épocas, y al mismo tiempo revelaba el papel de Jesucristo a través de la historia.
Aunque se han propuesto dos fechas diferentes para cuando Juan escribió el Apocalipsis —una fecha temprana en los años 60 d. C., durante el reinado del emperador Nerón, y una fecha posterior en los años 90 d. C., durante el reinado del emperador Domiciano— ambas serían posteriores al martirio de Pedro, lo que significa que Juan sería el único de los apóstoles principales que seguía vivo.
Su llamamiento, sin embargo, no consistía únicamente en recibir y registrar las visiones contenidas en el libro. En una de sus visiones, un ángel le dijo a Juan el Revelador que tomara un pequeño libro, o pergamino, y se lo comiera. Aunque al principio tenía un sabor dulce en su boca, le amargó el vientre, lo que José Smith interpretó como una representación de su misión de ayudar a recoger Israel como parte de la restauración de todas las cosas (véanse Apocalipsis 10:9–11; Doctrina y Convenios 77:14). Esta misión fue posible gracias al ministerio continuo de Juan después de ser trasladado. Si bien los comentaristas antiguos y modernos han estado divididos con respecto al significado de la declaración de Jesús a Pedro sobre el destino de Juan al final del Evangelio (véase Juan 21:20–23), José Smith recibió una revelación que confirmó que la misión de Juan continuará como un ser trasladado hasta el regreso del Salvador (véase Doctrina y Convenios 7:1–6). En otras palabras, no solo profetizó del fin de los tiempos, sino que su misión abarca colaborar en que se cumplan estas profecías, así como dar testimonio del cumplimiento de las cosas que le fueron reveladas.
Aunque nuestras propias misiones no sean tan grandiosas, el ejemplo de Juan nos enseña que nuestro amor por Jesucristo nos lleva a aceptar nuestros propios llamados y desafíos en la vida, sin importar cuán agridulces parezcan a veces.
Convertirnos en discípulos amados nosotros mismos
Juan fue un miembro destacado de los Doce Apóstoles originales de Jesús, quien tuvo una estrecha relación personal con el Salvador y sirvió en importantes funciones como Su testigo, como líder de la Iglesia y como revelador. Sin embargo, la manera en que eligió presentarse a sí mismo como el discípulo amado en el Evangelio que lleva su nombre le permite servir como modelo para todos nosotros en nuestro propio discipulado. De él aprendemos que como seguidores de Jesucristo, todos podemos descansar en los brazos de Su amor, el cual constatamos más plenamente a través de ordenanzas como la que Él estableció en la Última Cena. Nosotros también podemos permanecer simbólicamente al pie de la cruz, testificando que Jesús murió por nosotros, y correr con esperanza para aprender por nosotros mismos que el Señor vive. Como Juan, como discípulos amados, nuestro llamamiento consiste en compartir ese testimonio con los demás, testificando de la verdad y cumpliendo cualquier llamado que surja en nuestro camino hasta que el Señor venga de nuevo.