Investigadores cayendo de los árboles
Yamila Caminos
Buenos Aires, Argentina
Para los jóvenes misioneros que golpeaban puertas en las calles de Buenos Aires, Argentina, en 1995, la promesa que habían recibido de un miembro de la Presidencia de Área parecía extraña: “Si trabajan arduamente y son completamente obedientes, los investigadores caerán de los árboles para bautizarse”. Nos enteramos de esa promesa poco tiempo después.
Mi padre estaba podando uno de los árboles que se hallaban a lo largo de la acera frente a nuestra casa. Mientras podaba, subido al árbol, notó a dos jóvenes que caminaban hacia él por la calle. Cuando pasaron bajo el árbol, él los llamó en inglés.
En realidad mi padre no hablaba inglés, pero sabía algunas palabras y tenía curiosidad. ¿Quiénes eran esos jóvenes y qué estaban haciendo en nuestro vecindario?
Los misioneros se detuvieron, preguntándose de dónde había venido la voz. Luego, mi padre se bajó del árbol para hablar con ellos. Impresionado por su mensaje y sus modales, los invitó a su casa.
Las experiencias previas de mi padre con la religión lo habían dejado preocupado, pero el mensaje del Evangelio restaurado le habló al corazón. Él había vivido momentos difíciles y sabía que debía cambiar. Escuchó atentamente cuando los misioneros nos enseñaron a él, a mi madre, a mi abuela y a mí.
Yo solo tenía 11 años, pero las verdades que enseñaban también hicieron eco en mí, y en mi madre y mi abuela. Como resultado, todos nos bautizamos unos meses después, en septiembre de 1995.
Las semillas de la fe que los misioneros sembraron en nuestro corazón pronto fueron nutridas por el hermanamiento de amigos en la Iglesia, enseñanzas adicionales del Evangelio y buenas experiencias con firmes líderes de la Iglesia. Gracias a la cálida bienvenida que recibimos, la semilla de nuestra fe “cayó en buena tierra y, cuando brotó, dio fruto a ciento por uno” (Lucas 8:8).
Los frutos de nuestra fe que disfrutamos hoy, casi 25 años después, incluyen un firme compromiso con el evangelio restaurado de Jesucristo, las bendiciones del templo y una vida plena y feliz con una nueva generación de miembros de la familia unidos por toda la eternidad.
Siempre estaremos agradecidos por los dos fieles misioneros que pusieron a prueba una promesa inspirada.