La decisión del yoyó
La autora vive en Illinois, EE. UU.
“El Espíritu me habla mediante una voz apacible y delicada” (Children’s Songbook, pág. 106).
Lea y su mamá estaban por terminar de hacer las compras. Entonces, su mamá se detuvo para mirar ropa.
“Serán tan solo unos minutos”, dijo su mamá.
Lea suspiró. Cuando su mamá decía: “tan solo unos minutos”, ¡en ocasiones se refería a veinte minutos!
Cerca de donde estaba, Lea encontró una repisa con juguetes. Dio vuelta a las páginas de un libro para colorear y después lanzó una pelota de goma unas cuantas veces, pero pronto eso se volvió aburrido.
Entonces sacó algo brillante y redondo. ¡Era un yoyó! Era similar al que Oskar había llevado a la escuela la semana pasada. Durante el descanso les había mostrado a todos sus impresionantes trucos. Los trucos tenían nombres como “paseando al perrito” y “la vuelta al mundo”. Lea le había preguntado si podía intentarlo, pero Oskar no se lo permitió.
Lea pasó el lazo de la cuerda por su dedo. Dejó que el yoyó cayera y después estiró la cuerda como había visto que Oskar lo hacía. El yoyó golpeó el piso con un ¡pum! Ella lo volvió a intentar. Tras intentar unas cuantas veces, ¡pudo hacer que el yoyó regresara a su mano! Si había aprendido eso tan rápido, tal vez podría aprender a hacer todos los trucos que Oskar había hecho.
Fue entonces cuando Lea miró la etiqueta con el precio. Frunció el ceño. ¡El dinero que tenía en la alcancía en casa no se acercaba siquiera a esa cantidad!
“Ya casi termino, Lea”, dijo su mamá.
Lea suspiró. Estaba a punto de poner el yoyó en su lugar cuando le vino una idea. El yoyó no era muy grande. ¡Podía guardarlo en su bolsillo y quedárselo! El dueño de la tienda no estaba prestando atención. Nadie se enteraría. Podría quedárselo para siempre y aprender a hacer trucos nuevos, y los niños de la escuela pensarían que ella era genial.
Cuando Lea miró el yoyó en su mano, se sintió molesta y nerviosa. Sus manos se sentían sudorosas. Sujetó el yoyó más fuerte. ¿Qué era este mal sentimiento? Ella deseaba que se alejara.
Entonces recordó algo que su papá le había dicho antes de bautizarse.
“Cuando te bautices, recibirás el don del Espíritu Santo”, dijo su papá. “El Espíritu Santo nos ayuda a tomar buenas decisiones. Nos habla con una voz apacible y delicada”.
“¿Me va a hablar a mí?”, preguntó Lea.
“No exactamente”, dijo su papá. “Tal vez sea como un pensamiento que viene a tu mente, o un sentimiento que te viene al corazón”.
“¿Qué tipo de sentimiento?”.
“Es diferente para cada persona”, dijo su papá. “Pero, generalmente, cuando haces algo bueno, el Espíritu Santo te ayudará a sentirte tranquila y en paz. Cuando haya algún peligro, Él te advertirá. Y cuando quieras hacer algo incorrecto, el Espíritu Santo se irá, y te sentirás confundida o triste”.
Lea bajó la cabeza para mirar el yoyó. En verdad lo quería. Sin embargo, sabía que el Espíritu Santo le estaba diciendo que robar era malo.
Lea puso el yoyó de nuevo en la repisa. Tan pronto como lo hizo, se sintió tranquila y en paz. Caminó de regreso a donde estaba su mamá.
“Ya terminé”, dijo su mamá. “¿Estás lista para irte?”
Lea sonrió y contestó: “Sí”.
Al salir de la tienda, Lea se sentía tan feliz y ligera como los rayos del sol. El yoyó podría haber sido divertido por un tiempo, pero seguir al Espíritu Santo era algo que ella deseaba hacer siempre. ●