Mensaje de los Líderes del Área
Las bendiciones de los templos en mi vida
Mi amor por el templo se remonta a mi infancia, cuando solo sabía de él por imágenes e historias. Siempre que mis padres regresaban de una visita al Templo de Berna en Suiza, se les veía más felices y el rostro más iluminado que antes —y cada vez traían delicioso chocolate suizo—. Así se creó en mí una conexión muy positiva con la Casa del Señor a una edad muy temprana.
A la edad de trece años tuve la oportunidad de ver y entrar en un templo por primera vez. Incluso con solo mirar el exterior me conmovió la santidad y la pureza del templo. Dentro del templo me sentí cerca del cielo. Estos sentimientos se han vuelto más profundos y claros a lo largo de los años.
Sobre el umbral de las puertas del templo está grabado: Santidad al Señor. La Casa del Señor. El Señor Jesucristo es ciertamente el Señor del Templo. Estos edificios sagrados están consagrados a Él y a nuestro Padre Celestial. Los templos son santificados por la presencia del Espíritu Santo. Cristo es la fuente del poder y la luz que emana del templo. Todos los símbolos y convenios, todas las ordenanzas del templo apuntan a Él y Su gran Expiación, y nos ayudan a ser más como Él.
Nuestra vida cotidiana se caracteriza a menudo por estar llena de ruido y agitación. Dejarlo todo atrás de vez en cuando, ir a la Casa del Señor y abrirnos a un ambiente de paz y santidad trae paz a nuestra alma. En ese ambiente puro es más fácil para nosotros encontrar respuestas a nuestras preguntas y preocupaciones más profundas. En su primer mensaje como Presidente de la Iglesia, el presidente Nelson prometió lo siguiente:
“Las ordenanzas del templo y los convenios que ustedes hagan allí son clave para fortalecer su vida, su matrimonio y su familia, y su habilidad para resistir los ataques del adversario. Su adoración en el templo y el servicio que presten allí por sus antepasados los bendecirá con mayor revelación personal y paz, y los fortalecerá en su compromiso de mantenerse en [la senda] de los convenios”1.
El cumplimiento de las grandes promesas del templo depende de cuán fielmente guardemos los convenios del templo y de cuánto nos consagremos realmente al Señor y a Su obra.
No tenemos que ser perfectos para ir al templo y recibir las maravillosas bendiciones que nos esperan allí, pero sí debemos luchar por conseguir la dignidad necesaria y llevar al templo el sacrificio de un corazón quebrantado y un espíritu contrito2. Para mí, esto significa que tengo que desarrollar un corazón blando y maleable, un corazón que esté en armonía con mi Padre Celestial. Un espíritu contrito para mí significa adoptar una actitud honrada, ser consciente de mis imperfecciones y saber que necesito la ayuda del Señor para volver a mi Padre Celestial.
El Señor ha prometido: “Y bienaventurados son todos los que padecen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo”3.
La mayor bendición que experimenté en la Casa del Señor fue que pude sentar las bases de una familia eterna junto con mi amada esposa. Debido a los convenios del templo y la autoridad de sellamiento que se ejerce allí, tenemos la promesa de que nuestro matrimonio durará por el tiempo y por toda la eternidad, si nos mantenemos fieles a los convenios. Tenemos la promesa de que, junto con nuestros seres queridos, podemos vivir para siempre en la presencia de Jesucristo y nuestro Padre Celestial. El cumplimiento de esta promesa vale la pena todo sacrificio.
Seamos un pueblo que acude al templo con la mayor frecuencia posible para ser santificado y purificado, para recibir revelación y poder de lo alto, para servir a nuestros antepasados y, a través de los convenios del evangelio y la gracia de Cristo, para recibir todas las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene reservadas para nosotros.