Sección Doctrinal
La parábola de las lentejas
Las lentejas son uno de los alimentos más ricos y nutritivos; tanto que los que conocen bien sus propiedades podrían testificar, diciendo: “Yo sé que las lentejas son buenas”. Pero supongamos que compramos, por ejemplo, un quilo de esas lentejas que por su color se llaman “pardinas”, se las damos a un cocinero que es un “pardillo” en la cocina, y nos prepara con ellas un guiso incomible. ¿Qué haríamos nosotros? Seguramente que las rechazaríamos, y nos negaríamos a comerlas. ¿Diríamos, entonces, que las lentejas son malas? ¿Perderíamos nuestro testimonio sobre lo apropiado de esta legumbre? ¡No deberíamos! Porque el problema no son las lentejas, sino el cocinero. Por tanto, podríamos decir que sabemos que las lentejas son buenas, a pesar del cocinero; y, por tanto, por muy buenas que sean las lentejas, si no se preparan bien, de nada sirven sus propiedades y beneficios.
De la misma manera, los que han probado el Evangelio restaurado pueden testificar de sus bondades. Pero, supongamos que algunas de estas personas leen o escuchan una presentación en la que la doctrina y la historia de la Iglesia se manipulan interesadamente hasta convertirlas en inaceptables. ¿Qué harían ellos? ¿Perderían su testimonio, o se negarían a aceptar esa forma de “servir” las enseñanzas de la Iglesia? Eso dependerá de si el conocimiento que tienen les ayuda a diferenciar los hechos de las interpretaciones sesgadas y llenas de prejuicios de quienes “cocinan” las verdades hasta convertirlas en mentiras incomibles.
Lo mismo se podría decir de la Iglesia como organización, con respecto a la forma como la gestionan o dirigen los llamados a servir: del apóstol al setenta, del setenta al presidente de estaca, del presidente de estaca al obispo, y del obispo a los padres de familia y miembros de la Iglesia en general. ¿Qué pasaría si uno de estos dirigentes, influido por un carácter poco equilibrado, utilizara su autoridad de forma impropia, ofendiendo a los dirigidos? ¿Abandonarían estos la Iglesia? Nuevamente: eso dependerá de su capacidad para separar la Iglesia de los eclesiásticos.
Y, volviendo a las legumbres, ¿qué pasa cuando alguien dice que no le gustan las lentejas, aunque sean las mejores del mercado, y las prepare el mejor de los cocineros?
Cuando yo era niño, mi madre preparaba unas lentejas buenísimas, pero a mí no me gustaban, y no las quería. Si las lentejas eran buenas y la cocinera también, ¿dónde estaba el problema? El problema era yo, que no había aprendido a disfrutar la comida nutritiva. Y tuve que aprender a educar el gusto por los alimentos saludables, dejando a un lado las golosinas; porque hasta que no nos guste lo bueno, no estaremos seguros. Y ahora que soy adulto, no solo disfruto las lentejas, sino que las cocino yo, y me ha tocado a mí educar el gusto de mis hijos por los alimentos adecuados.
Entre la verdad y nosotros hay multitud de obstáculos que tenemos que vencer, si queremos beneficiarnos del Plan de Salvación que nuestro Padre Celestial nos ha enseñado por medio de sus profetas. Los obstáculos pueden ser los demás, o podemos ser nosotros mismos. El mejor consejo que se puede dar para vencerlos es que, pase lo que pase, vivamos de tal manera que seamos dignos de la influencia del mejor cocinero de la verdad: el Espíritu Santo, que nos ayudará a identificar y disfrutar del Evangelio restaurado y de la Iglesia, de forma que seamos capaces de convertir el Plan de Salvación en un Plan de felicidad.