Capítulo 2
Suficiente gloria
Mientras los santos, junto con Brigham Young, abandonaban Sugar Creek, Louisa Pratt, de cuarenta y tres años, permaneció en Nauvoo, preparándose para dejar la ciudad con sus cuatro hijas pequeñas. El Señor había llamado a su esposo, Addison, a una misión en las islas del Pacífico hacía tres años. Desde entonces, había sido difícil mantener el contacto con él, debido a la inestabilidad del servicio postal entre Nauvoo y Tubuai, la isla de la Polinesia Francesa donde servía Addison. Sus cartas llegaban con varios meses de atraso, y algunas hasta con más de un año.
La última carta de Addison dejaba en claro que él no lograría volver a casa a tiempo para partir al oeste con ella. Los Doce le habían pedido que permaneciera en las islas del Pacífico hasta que lo llamaran a volver a casa o se enviara a misioneros para reemplazarlo. En un momento dado, Brigham había esperado poder enviar más misioneros a las islas, una vez que los santos recibieran su investidura; pero el éxodo de Nauvoo había hecho posponer ese plan1.
Louisa estaba dispuesta a realizar el viaje sin su marido, pero el pensar en ello la ponía nerviosa. Detestaba el tener que dejar Nauvoo y el templo, y no le gustaba la idea de viajar en carromato por las Montañas Rocosas. Además, ella quería ver a sus ancianos padres en Canadá —probablemente por última vez— antes de partir al oeste.
Si ella vendía su yunta de bueyes, tendría el dinero suficiente para visitar a sus padres y comprar pasajes para su familia en un barco que navegara a la costa de California, evitando así el viaje por tierra.
Louisa ya estaba casi decidida a ir a Canadá, pero algo la inquietaba. Decidió escribirle a Brigham Young y comentarle sus preocupaciones en cuanto al viaje por tierra y su deseo de ir a ver a sus padres.
“Si usted me dice que la expedición en yunta de bueyes es la mejor vía hacia la salvación, entonces pondré en ello mi corazón y mis manos”, le escribió, “y pienso que podré soportarlo todo sin quejarme, como cualquier otra mujer”2.
Poco tiempo después, un mensajero le trajo la respuesta de Brigham. “Venga. La salvación en yunta de bueyes es la vía más segura”, le dijo. “El hermano Pratt se reunirá con nosotros en el yermo donde nos estableceremos, y él se sentirá terriblemente desilusionado si su familia no está con nosotros”.
Louisa consideró el consejo, blindó su corazón para hacer frente a las dificultades que le aguardaban y decidió seguir al cuerpo principal de los santos, ya sea para vida o para muerte3.
Esa primavera, los trabajadores se apuraron para acabar la construcción del templo antes de su dedicación el 1º de mayo. Instalaron un suelo de ladrillos alrededor de la pila bautismal, colocaron las obras decorativas de madera en sus sitios y pintaron las paredes. Se trabajaba todo el día y, a menudo, hasta avanzada la noche. Como la Iglesia tenía poco dinero para pagar a los trabajadores, muchos de ellos sacrificaron parte de sus salarios a fin de asegurarse de que el templo estuviera listo para ser dedicado al Señor4.
Dos días antes de la dedicación, los trabajadores terminaron con la pintura del salón de asambleas del primer piso. Al día siguiente, barrieron todo el polvo y recogieron los escombros del gran salón y lo prepararon para el servicio. Los trabajadores no alcanzaron a dar los toques finales a cada cuarto, pero ellos sabían que eso no impediría que el Señor aceptara el templo. Con la confianza de haber cumplido con el mandato de Dios, ellos pintaron las palabras: “El Señor ha visto nuestro sacrificio” encima de los púlpitos, a lo largo de la pared oriental del salón de asambleas5.
Siendo conscientes de la deuda que tenían con los trabajadores, los líderes de la Iglesia anunciaron que la primera sesión de la dedicación sería un evento caritativo o de beneficencia. Se pidió a los asistentes que contribuyeran con un dólar para ayudar a pagar a los humildes trabajadores.
El 1º de mayo por la mañana, Elvira Stevens, de catorce años, salió de su campamento al oeste del río Misisipí para cruzar el río y asistir a la dedicación. Elvira había quedado huérfana poco después de que sus padres se mudaran a Nauvoo, y ahora vivía con su hermana casada. Como nadie más en su campamento podía ir con ella a la dedicación, ella fue sola.
Sabiendo que podían transcurrir muchos años antes de que otro templo fuese edificado en el oeste, los Apóstoles habían administrado la investidura a algunos jóvenes; entre ellos a Elvira. Ahora, tres meses después, Elvira subió una vez más las escaleras hacia las puertas del templo, aportó su dólar y halló un asiento en el salón de asambleas6.
La sesión comenzó con el canto de un coro. Orson Hyde ofreció luego la oración dedicatoria. “Concede que Tu Espíritu more aquí”, suplicó, “y que todos puedan sentir una sagrada influencia en el corazón de que Su mano ha ayudado en esta obra”7.
Elvira sintió el poder celestial en el salón. Después de la sesión, ella regresó a su campamento, pero volvió para la siguiente sesión dos días más tarde, esperando poder sentir el mismo poder nuevamente. Orson Hyde y Wilford Woodruff dieron sermones sobre la obra del templo, el sacerdocio y la resurrección. Antes de concluir la sesión, Wilford elogió a los santos por haber terminado el templo aun cuando tendrían que abandonarlo.
“Millares de santos han recibido su investidura en él y la luz no se apagará”, dijo él. “Esta es suficiente gloria por haber construido el templo”.
Después de la sesión, Elvira retornó al campamento, cruzando el río por última vez8. Los santos en Nauvoo, entretanto, pasaron el resto del día y la noche recogiendo y retirando las sillas, mesas y otros muebles hasta que el templo quedó vacío, y lo dejaron en las manos del Señor9.
Más adelante en la ruta, Brigham y el Campamento de Israel se detuvieron en un lugar llamado Mosquito Creek, no muy lejos del río Misuri. Estaban hambrientos, tenían un retraso de dos meses, de acuerdo con el plan, y su pobreza era extrema10. No obstante, Brigham insistía en enviar una compañía de avanzada hacia las Montañas Rocosas. Él creía que un grupo de santos debía finalizar el viaje en esa estación, porque mientras la Iglesia anduviera errante sin una sede, sus enemigos tratarían de dispersarla o de bloquearles la ruta11.
Brigham sabía, sin embargo, que equipar a ese grupo sería una carga excesiva para los recursos de los santos. Pocos contaban con dinero o provisiones sobrantes y Iowa proveía pocas oportunidades para realizar labores a cambio de dinero. Para poder sobrevivir en las praderas, muchos santos habían vendido posesiones valiosas a lo largo de la ruta o habían realizado trabajos ocasionales para obtener dinero para alimentos y mercadería. Conforme el campamento avanzaba hacia el oeste y los asentamientos poblados se hacían menos frecuentes, resultaría cada vez más difícil encontrar tales oportunidades12.
Además, había otros asuntos que preocupaban a Brigham. Los santos que no pertenecían a la compañía de avanzada necesitarían un lugar donde pasar el invierno. La tribu de los omahas y otras tribus aborígenes que habitaban esas tierras al oeste del río Misuri estaban dispuestas a permitir a los santos acampar allí durante el invierno, pero los agentes del gobierno se resistían a dejar que se asentaran por mucho tiempo en tierras reservadas para los indígenas13.
Brigham también sabía que los santos que habían quedado en Nauvoo eran pobres o estaban enfermos, y dependían de la Iglesia para su traslado al oeste. Por un tiempo, él había confiado en que podrían ayudarles mediante la venta de las propiedades valiosas que había en Nauvoo, incluyendo el templo. Pero hasta ese momento, esa iniciativa no se había podido concretar14.
El 29 de junio, Brigham se enteró de que tres oficiales del ejército de los Estados Unidos se acercaban a Mosquito Creek. Los Estados Unidos habían declarado la guerra a México y el presidente James Polk había autorizado el reclutamiento de 500 santos para conformar un batallón destinado a una campaña militar en la costa de California15.