La última palabra
Respetemos el don que es nuestro cuerpo
De un discurso de la Conferencia General de octubre de 2010.
El verdadero éxito en esta vida se logra al consagrar nuestra vida, es decir, nuestro tiempo y opciones, a los propósitos de Dios (véanse Juan 17:1, 4; Doctrina y Convenios 19:19). Al hacerlo, permitimos que Él nos eleve a nuestro destino más alto.
Una vida consagrada respeta el incomparable don del cuerpo físico, una creación divina a la imagen misma de Dios. Un propósito central de la vida mortal es que cada espíritu reciba un cuerpo y aprenda a ejercer el albedrío moral como un ser dual de cuerpo y espíritu. El cuerpo físico también es esencial para la exaltación, la cual solo se recibe en la perfecta combinación de lo físico y lo espiritual, como vemos en nuestro Señor amado y resucitado. En este mundo caído, habrá vidas penosamente cortas, cuerpos deformados, quebrados o apenas aptos para mantenerse vivos; pero la vida será suficientemente larga para cada espíritu, y cada cuerpo cumplirá los requisitos de la resurrección.
Quienes creen que el cuerpo no es más que el resultado casual de la evolución, no sentirán responsabilidad ante Dios ni ante nadie por lo que hagan con él. Sin embargo, nosotros que tenemos una perspectiva eterna, debemos reconocer que tenemos un deber hacia Dios en cuanto a cómo tratamos nuestro cuerpo. Pablo dijo:
“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el que tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19–20).
Si aceptamos estas verdades y la guía de los profetas modernos, ciertamente no desfiguraremos nuestro cuerpo con tatuajes, ni lo debilitaremos con drogas, ni lo profanaremos por medio de la fornicación ni la inmodestia. Dado que nuestro cuerpo es el instrumento de nuestro espíritu, es vital que lo cuidemos lo mejor que podamos. Debemos consagrar su poder a servir y adelantar la obra de Cristo. Pablo dijo: “Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro servicio razonable” (Romanos 12:1).