Un llamamiento para John
Hace muchos años, como nuevo obispo, observé que había una fiel hermana que siempre asistía a las reuniones de la Iglesia sin su esposo, John. Me enteré de que John había sido presidente de rama durante la construcción de su centro de reuniones. Recibió tan poca ayuda de los miembros de la rama que acabó extenuado al llevar a cabo la mayor parte de la obra y se volvió menos activo.
Cuando los miembros del barrio iban a su casa, él encendía un cigarrillo y colocaba una lata de cerveza junto a su silla, como diciendo: “No conseguirán que regrese”.
Con el tiempo, me enteré de que John era reparador de electrodomésticos. Los miembros mayores del barrio solían llamarme para hacer reparaciones. Como ahora conocía las habilidades de John, lo llamaba para pedirle consejo sobre reparaciones;
algo que hice aproximadamente durante un año. En esa época necesitábamos llamar a un secretario de barrio. Tras meditarlo en oración, me sentí inspirado a extender ese llamamiento a John.
Se lo dije al presidente de estaca y él me respondió: “¡No podemos llamarlo ahora! Fuma y bebe cerveza”. Le pedí al presidente de estaca que, de todos modos, lo llamara para entrevistarlo. John acudió a la entrevista, pero su respuesta fue categórica: “No, no soy digno”.
La situación continuó igual: John seguía siendo menos activo y yo le llamaba para pedirle consejo. Durante ese tiempo, no le dije nada acerca de regresar a la Iglesia. Le pedí al presidente de estaca que lo entrevistara por segunda vez. Nuevamente, John respondió que no, pero en esa ocasión añadió: “Le avisaré cuando esté listo”.
Después, seguí llamando a John para pedirle consejo y lo hermanaba de la mejor manera posible.
Un día respondí a una llamada de teléfono y escuché: “¿Hablo con don obispo?”. Él me había empezado a llamar así. “Soy John, estoy listo”. Entonces se lo llamó y prestó servicio como secretario de nuestro barrio.
Con el paso de los años, John prestó servicio en varios llamamientos. Él y su esposa sirvieron juntos en una misión y ahora prestan servicio en el templo. En la fiesta de mi 50.º aniversario de boda, John escribió una nota en la que decía: “Obispo, gracias por salvarme la vida”.
No puedo expresar con palabras el gozo que sentí al saber que John había regresado a la Iglesia, en parte, porque tuve paciencia y le pedí ayuda cuando la necesité.