La lasaña de cumpleaños
Ilustración por Allen Garns
Durante mucho tiempo, sentí el deseo de hacer pan o preparar comida de más y llevársela a algún hermano o hermana del barrio de la Iglesia para compartir con ellos mi amor y el amor del Señor, pero nunca lo había hecho.
Me encanta cocinar, pero ahora solo estamos en casa mi esposo y yo, así que preparo comidas más pequeñas, porque por lo general tardamos varios días en acabar las comidas más grandes.
Una noche decidí preparar lasaña. En lugar de hacer una bandeja grande, hice dos bandejas más pequeñas; así nos comeríamos una para cenar y podría dar la otra a alguien que la necesitara.
Llamé a la presidenta de la Sociedad de Socorro para saber si alguien necesitaba que le llevaran comida, y ella mencionó a una madre que criaba sola a sus dos hijos y trabajaba. Esa tarde, envié un mensaje de texto a aquella madre para decirle que había preparado lasaña de sobra y quería llevársela a ella y a su familia.
Ella me respondió con otro mensaje que decía: “¡Qué extraño! Pero sí, ¡sería fantástico!”. Ella todavía estaba en el trabajo, pero sus hijos estaban en casa, así que podía llevarles la lasaña en cualquier momento.
Un rato después, me envió otro mensaje y me preguntó: “¿Sabía que hoy es mi cumpleaños?”. Le aseguré que no tenía ni idea y ella me contestó: “Pues bien, ¡feliz cumpleaños a mí!”.
Cuando les llevé la lasaña, ella acababa de volver del trabajo. Estaba encantada y sus hijos también.
El domingo me buscó en la capilla y, con lágrimas en los ojos, me dijo que cada año, el día de su cumpleaños, su abuela siempre le preparaba lasaña para cenar. Su abuela había muerto el año anterior y aquel fue el primer cumpleaños que no estaba allí para prepararle lasaña.
Cuando le llevé la lasaña el día de su cumpleaños, eso fortaleció su testimonio de que el Señor está pendiente de ella y la ama, y eso fortaleció mi testimonio de que, si nos ponemos a disposición del Señor para ser instrumentos en Sus manos, Él nos indicará dónde podemos prestar servicio.