2020
Acercándonos: Amando como lo hizo el Salvador
Diciembre de 2020


Acercándonos: Amando como lo hizo el Salvador

Los autores viven en Utah, EE. UU.

Podemos aprender mucho del ejemplo del Salvador de interactuar con los demás.

Jesus talking to the Samaritan woman at the well

En el pozo, por Crystal Close.

Como miembros de la Iglesia, que somos homosexuales, a menudo hemos recurrido al ejemplo del Salvador para que nos ayude a entender cómo sobrellevar mejor las relaciones con los miembros de la Iglesia y otras personas. Un día estábamos pensando en que el Salvador nos pidió “[q]ue os améis unos a otros; como yo os he amado” (Juan 13:34). Nos pareció interesante que no dijera “porque yo os he amado” sino “como yo os he amado”. Eso nos hizo pensar en cómo el Salvador amaba a las personas. ¿De qué maneras mostró amor?

Decidimos dedicar un tiempo a estudiar el Nuevo Testamento, buscando específicamente relatos sobre cómo interactuó el Salvador con otras personas durante Su ministerio terrenal. Como marido y mujer que experimentamos atracción hacia personas del mismo sexo, queríamos específicamente entender mejor cómo trató Jesús a aquellos que parecían estar fuera de la definición de lo habitual en la sociedad. En esto observamos unos cuantos patrones.

Jesús abordó las diferencias culturales con bondad

Vivimos en una época de gran división social y política, como lo hizo el Salvador durante Su vida. Algunas de las cuestiones importantes de Su época venían de mucho tiempo atrás y estaban profundamente arraigadas en la historia y las creencias culturales.

Por ejemplo, el Señor viajó a propósito a través de Samaria, un lugar que los judíos evitaban por una disputa que se remontaba a cientos de años. Cuando Jesús se encontró con una mujer y le pidió que sacara agua, ella pareció reaccionar como una “ajena” política y religiosa, resaltando las diferencias que había entre Él como judío y ella como samaritana. (Véase Juan 4). En respuesta, Jesús trató a esa mujer en su calidad de hija de Dios. Su reacción de hablar con ella con amor y sinceridad es un gran ejemplo para cada uno de nosotros. Una estrategia común del adversario es tratar de separarnos en bandos diferentes, enfrentados en una batalla. “Pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Es fácil aplicar la lección de este relato a nuestra sociedad actual. A lo largo de nuestra vida diaria, la cual incluye las reuniones y actividades de la Iglesia, nos encontramos con gente de muchos orígenes diferentes. El mundo incluso podría catalogar a algunos como enemigos políticos o culturales. En lugar de centrarnos en lo que podría separarnos, podemos elegir centrarnos en lo que tenemos en común como hijos de padres celestiales y aprender a hablar con los demás con amor, como lo hizo el Salvador.

Cuando el Salvador visitó al pueblo de las Américas tras Su resurrección, enseñó lo siguiente: “… [el] diablo […] es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros” (3 Nefi 11:29). El pueblo le escuchó y, durante la siguiente generación, crearon una sociedad en la que “no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial” (4 Nefi 1:3).

Jesús se acercó en vez de alejarse

De forma activa, Jesús trató de acercarse a los demás, emocional e incluso físicamente a veces, en lugar de poner excusas para distanciarse de los que a menudo eran despreciados y excluidos.

Por ejemplo, Jesús conoció una vez a un hombre que tenía una mano deforme. Debido a que era el día de reposo, había tabúes religiosos que limitaban el trabajo que se debía hacer ese día. En lugar de eludir a alguien que necesitaba ayuda hasta que se presentara una oportunidad más aceptable socialmente, Jesús eligió “hacer el bien” de inmediato (Mateo 12:12). Invitó al hombre a extender la mano. “Y él la extendió, y le fue restituida como la otra” (Mateo 12:13).

Hay historias similares que se repiten a lo largo de las Escrituras. Jesús reconoció con compasión a una mujer considerada impura (véase Lucas 8), acogió y sanó a un hombre que oía voces y se hería (véase Marcos 5), y sanó a un hombre a quien los demás juzgaban erróneamente (véase Juan 9:1–7). Un patrón que observamos a lo largo de las Escrituras es que cuando “extendí[a] Jesús su mano” (Mateo 8:3), generalmente lo hacía para alentar y amar a los demás y para brindarles sanación y paz.

Tal vez una invitación de estos relatos es que podemos acercarnos a aquellos que quizá parezcan diferentes a nosotros. Por ejemplo, ¿nos sentamos al lado de alguien que está visitando la Iglesia, aunque no esté vestido igual que los demás? ¿Les hacemos sitio para que se unan a una conversación en el pasillo? ¿Les sonreímos, saludamos y hacemos preguntas amables en un esfuerzo por conocerles mejor y ayudarles a sentirse incluidos?

Y lo que quizás sea más importante, ¿cómo podemos desarrollar una relación emocional y espiritual más estrecha con los demás, compartiendo paz y amor como lo hizo el Salvador? Sabemos que Dios nos bendice cuando nos esforzamos por entablar una relación, especialmente con aquellos que pueden parecer diferentes a nosotros.

Jesús invitaba a personas a compartir una comida

Durante nuestro estudio del Nuevo Testamento, nos conmovió la frecuencia con la que el Salvador compartía una comida con otras personas. En muchos casos, era objeto de crítica por causa de la gente con la que elegía pasar tiempo .

En un ejemplo, Jesús llamó como uno de Sus discípulos a un hombre llamado Mateo, que era “publicano”, o alguien que representaba al gobierno imperante en la época (véanse Lucas 5:27; Guía para el Estudio de las Escrituras, “Publicanos”). Por lo general, el pueblo judío odiaba a los publicanos, así que cuando Mateo organizó una gran fiesta para Jesús y Sus discípulos, los escribas y fariseos —quienes supuestamente seguían los mandamientos de Dios— se quejaron. “¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?”, preguntaron. Jesús respondió: “Los que están sanos no necesitan médico, sino los que están enfermos” (Lucas 5:30–31).

painting of Jesus walking down a dirt path with disciples

Jesús y los discípulos en el valle de Cedrón, por Balage Balogh, Art Resource.

Este es un poderoso ejemplo de cómo el Salvador eligió no dejarse influir por las apariencias externas ni las reputaciones mundanas. Más bien, se centró en las necesidades, el valor y el potencial de cada persona. Nos dimos cuenta de algo interesante cuando leímos que Jesús compartía comidas con Mateo y otras personas. Nunca podremos influir en nadie si no tenemos acceso a ellos. A menos que nos tomemos el tiempo para conocerles, amarles y aceptarles en el punto donde se encuentren en su camino, probablemente ejerceremos muy poca influencia en su vida.

Puede que hayan escuchado el dicho “Ama al pecador; odia el pecado”. ¿Dedicamos suficiente tiempo a la primera mitad de esa invitación? Jesús nos dice “que os améis unos a otros” (véase Juan 13:34) y que perdonemos “setenta veces siete” (véase Mateo 18:22). En lugar de dedicar tiempo a tratar de distinguir y odiar el pecado de otra persona, podemos emplear esa energía para fomentar las relaciones con nuestros hermanos y hermanas.

Nos gusta emplear el dicho: “Ama al pecador; ¡invítalo a cenar!”. Debido a que todos hemos pecado y estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), eso debería darnos muchas oportunidades de servir a los demás por medio de comidas amorosamente preparadas, servidas en un lugar donde el Espíritu de Dios esté presente. Rodeemos nuestras mesas de conversaciones de amabilidad sincera, amistad genuina y esfuerzos intencionales por vernos unos a otros como Jesús nos ve.

Edifiquemos Sion

Este año hemos celebrado el bicentenario de la Primera Visión, cuando Jesucristo anunció que Su evangelio sería restaurado. El año que viene, aprenderemos del ejemplo de los primeros santos que ayudaron a construir el Reino del Señor aquí en la tierra en esta dispensación. Esos primeros santos tuvieron que encontrar una forma de cooperar y estar unidos, aunque provenían de una diversidad de naciones, antiguas creencias religiosas y estratos socioeconómicos.

Hoy nos enfrentamos a una oportunidad semejante. Debemos encontrar la manera de unirnos en nuestra fe, a pesar de las diferencias culturales y políticas que tratan de separarnos. Eso solo sucederá si dejamos que el Salvador sea nuestro guía. Él entiende perfectamente nuestra debilidad y puede hacer que las cosas débiles sean fuertes (véase Éter 12:27). Él entiende perfectamente nuestros dolores y puede ayudarnos a sanar (véase Alma 7:11–12). Él entiende nuestras diferencias perfectamente y aún así promete que podemos —según se describe en Doctrina y Convenios 49:25— florecer y regocijarnos en Sion. Juntos.