Voces de los Santos de los Últimos Días
Saber que somos una familia por la eternidad nos llenó de paz durante la pandemia
“La plenitud del evangelio de Jesucristo brinda gran consuelo en los tiempos terrenales difíciles; lleva luz en donde hay tinieblas y una influencia de calma en donde exista el tumulto; da una esperanza eterna en donde sólo hay desolación” (Robert D. Hales, “La Familia Eterna”, Conferencia General, octubre 1996).
Mi familia y yo conocimos la Iglesia en el año 2004. Escuchamos a los misioneros y ese mismo año nos bautizamos. Después, en el año 2009, logramos ir al templo para sellarnos como familia por la eternidad. Siempre he atesorado en mi corazón ese sagrado momento, pero nunca había significado tanto como ahora. En este mundo conmocionado por la pandemia del Covid-19, como familia contemplábamos cómo la humanidad era fuertemente golpeada por esta enfermedad.
El virus llegó a nuestro país a finales de marzo de 2020, y nunca imaginamos cuánto cambiaría nuestra vida. Como medida de protección, la Iglesia nos instruyó a que nos reuniéramos en nuestros hogares como familia para llevar a cabo nuestra adoración y enseñanza; y así lo hicimos, obedeciendo el consejo de nuestro profeta. De forma individual, limitamos las veces que salíamos de casa y, cuando debíamos hacerlo, tomábamos todas las medidas de protección posibles. Sin embargo, sin darnos cuenta, este enemigo pronto se apodero de nuestra familia, empezando por mi padre, Julio Pérez. Un par de días después, casi simultáneamente, mi madre Emilia y yo nos vimos afectados.
Un comienzo sutil
El efecto del virus comenzó de forma sutil y leve, como un pequeño malestar. Luego fue aumentando más y más hasta deteriorar nuestra salud. Yo lo comparo con las estrategias que usa Satanás. Igual que a un virus, no podemos verlo y nos influye sutilmente hasta desviarnos de nuestra morada celestial y quebrantar nuestra fe.
La enfermedad avanzó gravemente deteriorando la salud de mi padre, quien pertenecía a la población de mayor riesgo debido a su avanzada edad, con un corazón débil y afectado por otras complicaciones de salud. Todo indicaba que los momentos más difíciles se acercaban. Oramos, ayunamos y pedimos a Dios las fuerzas para superar este terrible mal.
Tiempos difíciles llenos de paz
Debido a que la salud de mi padre empeoraba cada día más, sentí que debía reunir a todos en casa para que oráramos como familia y que debía dar a mi padre una bendición del sacerdocio. Fue un momento sumamente conmovedor y triste al mismo tiempo, pero lleno de la influencia del Espíritu; fue un momento sagrado. Mi madre hizo una oración y por medio de sus palabras inspiradas pudimos sentir claramente cuál sería la voluntad de Dios. Al imponer las manos sobre la cabeza de mi padre, declaré lo que sentí por medio del Santo Espíritu y supliqué al Señor que aliviara los dolores de mi padre a fin de que finalmente pudiera descansar.
El momento fue triste pero lleno de paz. Como familia le expresamos nuestro amor y lo importante que él era para nosotros. Después de un breve momento pude verlo elevar sus manos al cielo y dar gracias al Señor. Treinta minutos después, mi padre falleció. Fue un momento muy doloroso, sin embargo, como familia entendimos vivamente el Plan de Salvación. Tal como nuestro Salvador Jesucristo lloró cuando supo que Lázaro había muerto, nosotros también lloramos, pero a la vez sentimos paz y fortaleza. Esta Escritura vino con claridad a mi mente: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento…” (Doctrina y Convenios 121:7).
Recordamos que nos habíamos sellado como familia; ¡estamos unidos por la eternidad! Aunque estemos separados de forma momentánea, un día lo volveremos a ver, estaremos juntos otra vez. Sabíamos que era la voluntad de Dios y que no estábamos solos; esa paz nos ha llenado desde entonces.
Extrañamos su presencia, pero atesoramos el legado de servicio, humildad, amor y entrega total a la obra del Señor y a su familia que siempre demostró. Fue un gran padre, esposo y abuelo. Gracias a él conocemos este Evangelio maravilloso.
Sé que Dios vive y que nos ama; no obstante, no entendemos muchas situaciones de la vida mortal. Sé que el Evangelio es lo único que nos traerá paz, gozo y confianza ante los desafíos. Nuestro testimonio de que Dios nos escucha, nos conoce y no nos abandona es aún mayor. Doy gracias por las bendiciones del templo y por estar sellados como una familia eterna.