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“Sabía que no estaba sola”
Quisiera compartir una hermosa experiencia que viví y vivo en esta pandemia.
Siempre tuve la bendición de sentir la compañía de nuestro Padre Celestial en el transcurso de mi vida; es tanta la fe que aprendí a cultivar en ciertos momentos de mi vida que sé quién me ayudará en el momento adecuado, y este tiempo no fue la excepción.
Soy enfermera y junto a mis compañeras solo esperábamos no contraer la enfermedad pues teníamos contacto directo con pacientes de COVID-19, pero lamentablemente nos contagiamos y a las dos semanas presenté síntomas muy agudos de dicha enfermedad.
Lloré mucho y tenía miedo de haber contagiado a mi familia y amistades. Durante dos meses sentí morir un poco cada día; solo pedía al Señor su ayuda sanadora, rogaba por mi familia para que no pasaran por lo que me estaba ocurriendo.
Sabía que no estaba sola, confiaba en que Dios estaba conmigo ¿y saben? el Señor puso los más dulces ángeles en mi camino demostrándome una y otra vez que Él estaba a mi lado y que con tan solo pedir ayuda, ahí estaría con todo Su amor y ternura. Aprendí mucho en ese tiempo y que nosotros solo somos instrumentos en sus manos. Pude sentir una y otra vez las manos del Señor intercediendo por mí cuando me sentía muy mal, por coincidencia para otros, para mí: puro milagro de Dios; el médico que me salvó la vida siempre estuvo como un ángel guiado por Dios. Tuve muchos momentos de desánimo, pero en cada llamada telefónica, mensajes o palabras de aliento del personal o compañeras de sala, me ayudaron a superar día a día cada situación, insuperable en otras circunstancias, pero con tanto apoyo recibido les aseguro que me sentí ministrada por muchos ángeles del Señor.
Testifico que el Señor hace milagros en nuestras vidas y sé que mi vida hoy es un milagro. Mi testimonio creció por estar al lado del Señor y confiar en Él, aun a sabiendas que quizá no viva más.
Amo la obra del Señor y agradezco la oportunidad de ayudar, siento que me dio otra oportunidad más para poder seguir apoyándole dando un poco, pero con mucho cariño a quien me lo dio todo a su tiempo. Agradezco a mi Señor por Su sacrificio al experimentar dolor; no podría jamás imaginar cuánto sufrió por nosotros aun sin merecerlo. Testifico que todo esto es para mejorarnos como personas, como familias, como hermanos, como líderes; y lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.