2022
Las bendiciones y los milagros del templo
Diciembre de 2022


Voces de los Santos

Las bendiciones y los milagros del templo

Recuerdo como si fuera ayer el día de mi bautismo junto a mi amada esposa; era el 23 de noviembre de 2018, habían transcurrido casi cinco meses desde que tuvimos la bendición de recibir en nuestro hogar a los misioneros, cinco meses de visitas permanentes hablando del evangelio restaurado de Jesucristo y de la importancia del bautismo. Poco a poco nuestra mente y nuestro corazón se fueron abriendo hasta que llegó aquel hermoso día.

Habíamos sido una familia más que bendecida, pero lo mejor estaba por venir. Mi esposa Jineth venía padeciendo una enfermedad similar a la de la mujer que tocó el manto de nuestro Redentor Jesucristo y fue sanada por su fe (Mateo 9: 18−26, Marcos 5:21−34). Desde el año 2012, mi esposa y yo habíamos sufrido mucho a causa de esa enfermedad que, a pesar de las visitas a doctores y especialistas, no lograba remitir. Hubo ocasiones en las que sentí mucha tristeza y hasta preocupación extrema por que pudiera pasarle algo más y que el Padre Celestial la llamara a ella primero.

Teníamos la promesa de que, al llegar nuestro aniversario de bautismo, podríamos ir al templo a tomar nuestra investidura y efectuar nuestro sellamiento eterno, y ese año se nos hizo eterno; tal era la necesidad espiritual de recibir la paz de que podríamos encontrarnos detrás del velo sin importar quién partiera a nuestro hogar celestial primero.

Desafío tras desafío, sentíamos que estábamos siendo sostenidos por nuestro Padre Celestial mientras llegaba ese bendito día, el 14 de diciembre de 2019, pocas semanas antes de que los templos cerraran durante muchos meses a causa de la pandemia que estaba por venir.

Recuerdo que ese día mi esposa amaneció muy mal, su rostro estaba pálido y se notaba frágil, y solo me dijo que estaba lista para un milagro, así que partimos hacia el templo donde nos esperaban los queridos hermanos que nos acompañaron en ese día. Nadie sabía cómo andaba mi esposa, pero mi Padre Celestial sí lo sabía.

Terminamos nuestra investidura y nuestro esperado sellamiento eterno, y ya cuando estábamos afuera del templo, nuestro hermano Marshal Nickel nos preguntó si queríamos ir a comer con ellos. Mi primer pensamiento fue decirle que no, ya que mi esposa no se sentía bien, pero mi sorpresa fue que ella se adelantó a la respuesta y dijo que sí. Cuando la miré para asegurarme de que estaba bien vi su rostro diferente, una mirada de paz, de amor y que algo diferente estaba pasando en ella. Cuando acabamos de comer y nos despedimos de nuestros hermanos, partimos de regreso a casa y lo único que le pregunté a mi esposa fue cómo se sentía. Con una sonrisa, ella me dijo que se encontraba muy bien y que había sido sanada. Yo sonreí y le dije: “Qué bueno que te sientas bien”, pero me pregunté cómo sería el día siguiente.

Al despertar, lo primero que hice fue preguntarle a mi amor cómo había amanecido, si se sentía mejor, y ella me respondió: “No siento nada, Héctor, siento que Dios me sanó”.

Mi Dios sostiene en el tiempo este milagro y, a día de hoy, mi amada esposa está sana, la enfermedad nunca volvió y mi Padre Celestial nos regaló este milagro el mismo día de nuestra investidura y nuestro sellamiento.

Testifico que los templos están llenos de bendiciones y de milagros para todos los que pedimos con fe que agrade a nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador Jesucristo.

Asimismo, como nos pidió nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson, en la Conferencia General de abril de este año: “Procuren y esperen milagros”, Dios siempre está dispuesto a intervenir en nuestras vidas, creamos en Él. “Mas he aquí, yo os mostraré a un Dios de milagros, sí, el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob; y es ese mismo Dios que creó los cielos y la tierra, y todas las cosas que hay en ellos” (Mormón 9:11).

Invito a todos los hermanos Santos de los Últimos Días alrededor del mundo a hacer convenios en los templos y a procurar milagros para sus vidas y las de sus seres amados. En el nombre sagrado de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo. Amén.