Mensaje del Área
Predicar el Evangelio con bondad
En las Escrituras leemos muchos ejemplos de cómo compartir el evangelio de Jesucristo de maneras increíbles.
Por ejemplo, al leer El Libro de Mormón quedé impresionada por la manera en la que un joven valiente, llamado Samuel el lamanita usó sus habilidades físicas y su espíritu para llamar a los nefitas al arrepentimiento. Por esta gran hazaña, posiblemente se haya convertido en el héroe de muchos, como lo es para mí.
Él deseaba con todo su corazón, alma, mente y fuerza que los nefitas escucharan las enseñanzas y las amonestaciones que el Señor había puesto en su corazón; tanto fue así, que al ser echado y al no permitírsele entrar a la ciudad de Zarahemla, pensó en una idea para que lo escucharan. Se subió a lo alto de una muralla y predicó el arrepentimiento al pueblo extendiendo la mano y clamando en voz alta. Y aunque vio cómo era rechazado, aun en medio de flechas y piedras que le arrojaban, él continuó valientemente hasta terminar lo que debía decir a este pueblo (véase Helamán 13–15).
¿Qué impulsó al profeta Samuel el lamanita a hacer esto?
¿Qué nos impulsa a nosotros a querer compartir el Evangelio con otras personas?
En 2 Nefi 6:3 encontramos la respuesta: nos impulsa el anhelo del bienestar de las almas de nuestros hermanos.
Nos impulsa el no poder soportar que alma humana alguna se pierda (véase Mosíah 28:3).
Nos impulsa el gran amor que tenemos a Dios y a Sus hijos cada vez que brindamos pequeños actos de bondad y amor, los cuales nos califican para la obra de compartir el Evangelio restaurado (Doctrina y Convenios 4:5).
El Salvador nos ha hecho la invitación:
“Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha” (3 Nefi 27:20).
La invitación de seguirlo nos compete a todos y es por medio de nosotros que nuestros hermanos pueden hallar la verdad.
Es muy probable que no necesitemos subir a una muralla para ser escuchados, es probable que no seamos echados de los hogares de nuestros amigos o familiares, pero sí es necesario ser valientes para compartir e invitar a todos a venir a Cristo.
Y tal vez también necesitemos valor para derribar nuestras propias murallas, las cuales nos impiden compartir el Evangelio, ya sea por temor o vergüenza.
¿Qué cosas podríamos hacer para ayudar en la obra y traer almas a Cristo?
Una herramienta poderosa es el ejemplo: un corazón piadoso, unas manos dispuestas a servir, un testimonio firme, amoroso y compasivo, estos atributos sin dudas conmueven hasta el corazón de hierro.
¿Qué otros pequeños actos de bondad podríamos empezar a hacer?
Podríamos invitar a que se unan a servir con nosotros, a que participen de nuestras reuniones dominicales y otras actividades que se desarrollen dentro de la Iglesia.
Podemos ayunar y orar por nuestros hermanos, apoyar a los misioneros, acompañándolos a predicar.
Utilizar nuestras redes sociales para dar a conocer el Plan de Salvación. Buscar oportunidades para hablar de Cristo, ofrecer esperanza a quienes se hallen angustiados. Testificar sin temor de la veracidad del evangelio restaurado de Jesucristo. Servir una misión de tiempo completo.
Hay muchas otras maneras más de predicar el Evangelio. El élder Uchtdorf lo resumió en estas tres sencillas palabras: amar, compartir e invitar.
Sin duda, los misioneros que estuvieron en los inicios de mi conversión supieron muy bien cómo llevar a la práctica estos pasos. Ellos primeramente conocieron a mi madre, un tiempo después le entregaron un ejemplar de El Libro de Mormón, luego llegó la invitación a participar en una actividad de la Iglesia, finalmente ejercieron la fe y la paciencia hasta esperar esas gloriosas palabras: “élderes enséñenme las charlas, ¡quiero bautizarme!”.
Mi madre realizó convenios con nuestro Padre y Su Hijo Jesucristo seis meses después de que me hube bautizado, y cuando partió de esta vida llevaba dentro de sus bolsillos su recomendación vigente para entrar en el templo. Su paso por esta vida la llevó no solo a las aguas del bautismo, sino también a realizar convenios más sagrados en el templo.
Jesucristo dijo a Sus discípulos:
“Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14).
Que podamos nosotros también reconocer a esas ovejas de quienes hablan las Escrituras, esas que están preparadas para oír y seguirlo.
Que podamos ser valientes, poniendo nuestro corazón para ser guiados a los escogidos y compartir con ellos este Evangelio que trae gozo y salvación.