Estudio doctrinal
Paz
Mucha gente piensa que la paz es la ausencia de guerra, pero podemos sentir paz en tiempos de guerra e incluso carecer de paz cuando no hay guerra. La paz viene por medio del Evangelio, por conducto de la expiación de Jesucristo, de la ministración del Espíritu Santo y nuestra propia rectitud, nuestro arrepentimiento sincero y nuestro servicio diligente.
Reseña
A pesar de lo agitado que esté el mundo a nuestro alrededor, podemos recibir la bendición de la paz interior; esa bendición nos seguirá acompañando si permanecemos leales a nuestro testimonio del Evangelio, y si recordamos que nuestro Padre Celestial y Jesucristo nos aman y velan por nosotros.
Además de sentir paz nosotros mismos, podemos ser una influencia de paz en nuestra familia, en nuestra comunidad y en el mundo. Trabajamos a favor de la paz cuando guardamos los mandamientos, prestamos servicio, velamos por los integrantes de nuestra familia y nuestros semejantes, y cuando compartimos el Evangelio. Trabajamos a favor de la paz cuando ayudamos a aliviar el sufrimiento de otra persona.
Las palabras del Salvador que se encuentran a continuación nos enseñan de qué manera podemos sentir la paz que proporciona el Evangelio:
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho.
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:26–27).
“No tengáis miedo, hijos míos, de hacer lo bueno, porque lo que sembréis, eso mismo cosecharéis. Por tanto, si sembráis lo bueno, también cosecharéis lo bueno para vuestra recompensa.
“Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer.
“He aquí, no os condeno; id y no pequéis más; cumplid con solemnidad la obra que os he mandado.
“Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis.
“Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos” (Doctrina y Convenios 6:33–37).
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Si recordamos al Salvador y le seguimos, podemos en verdad ser de buen ánimo; podemos experimentar una paz real y duradera en todo momento; podemos hallar esperanza en las primeras palabras que el Salvador dijo a Sus discípulos después de Su resurrección: “¡Paz a vosotros!” (Juan 20:19).
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