“Una preparación esencial”, capítulo 5 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, 2021
Capítulo 5: “Una preparación esencial”
Capítulo 5
Una preparación esencial
Al arribar su barco al puerto de Liverpool, Inglaterra, Inez Knight, de veintiún años, vio a su hermano mayor William en los muelles, que esperaba entre un montón de compañeros misioneros. Era el 22 de abril de 1898. Inez y su compañera, Jennie Brimhall, llegaban a la Misión Británica como las primeras mujeres solteras apartadas como “damas misioneras” de la Iglesia. Tal como Will y los otros élderes, ellas estarían predicando en reuniones en la calle y yendo de puerta en puerta para dar a conocer el evangelio restaurado de Jesucristo1.
La decisión de llamar a mujeres como misioneras fue en parte una consecuencia de la predicación de Elizabeth McCune el año anterior. Después de ver el efecto que tenía Elizabeth en las audiencias, Joseph McMurrin, un líder de misión, había escrito al presidente Woodruff. Él razonó que “si un número de mujeres brillantes e inteligentes fueran llamadas a servir misiones en Inglaterra, los resultados serían excelentes”2.
La Primera Presidencia estuvo de acuerdo. Louisa Pratt, Susa Gates y otras mujeres casadas habían servido en misiones exitosas junto a sus maridos, aunque sin un llamamiento misional oficial. Además, las líderes de la Sociedad de Socorro y de la AMMMJ habían sido buenas embajadoras de la Iglesia en lugares como la Feria Mundial de 1893. Muchas mujeres jóvenes solteras habían obtenido experiencia al enseñar y dirigir reuniones en la AMMMJ, preparándose así para predicar la palabra de Dios3.
Después de reunirse con Will, Inez caminó con él y con Jennie hasta la oficina central de la misión: un edificio de cuatro pisos que los santos habían ocupado desde la década de 1850. Fue allí donde conocieron al presidente McMurrin. “Quiero que cada una de ustedes comprenda que el Señor las ha llamado aquí”, dijo él. Mientras él hablaba, Inez sintió por primera vez la gran responsabilidad que había sobre sus hombros4.
Al día siguiente, ella y Jennie acompañaron al presidente McMurrin y a otros misioneros a Oldham, un poblado al este de Liverpool dedicado a la manufactura. Por la tarde, formaron un círculo en una transitada esquina de una calle, ofrecieron una oración y cantaron himnos hasta que se formó una gran multitud a su alrededor. El presidente McMurrin anunció que al día siguiente se llevaría a cabo una reunión especial, e invitó a todos a venir y escuchar predicar a “mujeres mormonas de carne y hueso”.
Al escucharle decir eso, Inez se sintió enferma; la idea de hablar a una gran multitud la ponía nerviosa. Aun así, al estar entre misioneros con sus sombreros de seda y trajes negros, sintió que nunca había estado más orgullosa de ser una Santo de los Últimos Días5.
La tarde siguiente, Inez temblaba mientras esperaba su turno para hablar. Las personas, que habían escuchado mentiras horribles sobre las mujeres Santos de los Últimos Días por parte de William Jarman y otros críticos de la Iglesia, tenían curiosidad en cuanto a ella y las otras mujeres que hablarían en la reunión. Sarah Noall y Caroline Smith, la esposa y la cuñada de uno de los misioneros, fueron las primeras en dirigir la palabra a la congregación. Después habló Inez, a pesar de su miedo, y se sorprendió por lo bien que lo hizo.
Al poco tiempo asignaron a Inez y a Jennie a trabajar en Cheltenham. Ellas iban de puerta en puerta y, a menudo, testificaban en reuniones en la calle. También aceptaron invitaciones de reunirse con las personas en sus hogares. Por lo general, los oyentes las trataban bien, aunque en ocasiones había alguien que se burlaba de ellas o las acusaba de mentir6.
Los esfuerzos por corregir la información errónea recibieron un impulso cuando James E. Talmage, un erudito Santo de los Últimos Días oriundo de Inglaterra, viajó por el Reino Unido para ofrecer disertaciones públicas sobre Utah, el oeste de los estados Unidos y los santos. Las disertaciones se ofrecieron en auditorios muy conocidos y atrajeron a cientos de personas. Para sus presentaciones, James usaba un artefacto conocido como un estereopticón para proyectar imágenes de Utah de alta calidad a una pantalla grande y ofrecer así a la audiencia una vívida estampa de las personas y los lugares del estado. Después de una presentación, un hombre dijo al marcharse: “Eso fue muy diferente del sermón de Jarman”7.
Mientras tanto, Inez y Jennie esperaban ver a más mujeres servir en una misión. “Sentimos que el Señor nos bendice en nuestros intentos de atenuar los prejuicios y esparcir la verdad —informaron a los líderes misionales—. Confiamos en que se permita que muchas de las jóvenes dignas de Sion gocen del mismo privilegio que tenemos nosotras ahora, puesto que sentimos que podemos hacer mucho bien”8.
Por el tiempo en que Inez Knight y Jennie Brimhall partieron hacia Inglaterra, Hirini Whaanga llegó a Wellington, Nueva Zelanda, como misionero de tiempo completo. La Primera Presidencia le había extendido el llamamiento a principios de 1898, e Hirini respondió de inmediato. “Haré todos los preparativos necesarios —le dijo a la Presidencia—, y me esforzaré por magnificar mi llamamiento como élder de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”9.
El llamamiento misional de Hirini, tal como el de las hermanas misioneras solteras, marcaron un hito en la historia de la Iglesia. Si bien los “misioneros locales” maoríes habían ayudado en ocasiones a los élderes en Nueva Zelanda, Hirini fue el primer maorí llamado al servicio misional de tiempo completo. El llamamiento llegó después de que Benjamin Goddard y Ezra Stevenson, dos ex misioneros que habían estado en Nueva Zelanda, recomendaron al presidente Woodruff que enviara a Hirini a la misión. Como uno de los maoríes más amados y respetados en la Iglesia, Hirini podría hacer una gran obra entre su pueblo, incluso al reunir genealogía y testificar de la obra sagrada que él y su esposa, Mere, estaban efectuando en el Templo de Salt Lake10. Ante los informes exagerados de las dificultades de su familia en Kanab, que generaban malestar entre algunos santos maoríes, él también podría dar un relato fiel de sus experiencias en Utah11.
Conscientes de las dificultades económicas de la familia Whaanga, los miembros de la Asociación Maorí de Sion prometieron pagar la misión de Hirini. El Barrio 11 de Salt Lake City también celebró un concierto benéfico para recaudar fondos para él12.
Hirini dejó a su familia en Utah y viajó a Nueva Zelanda con otros misioneros nuevos. Ahora, tenía 70 años y era mayor que todos sus compañeros por varias décadas. Ezra Stevenson, que hacía poco tiempo había perdido a su esposa y a su único hijo, dirigió al grupo como el presidente de misión. Él había servido como secretario de la Asociación Maorí de Sion justo antes de su llamamiento y hablaba bien el idioma maorí. Ninguno de los otros misioneros nuevos estadounidenses podía hablar el idioma13.
El día después de llegar a Nueva Zelanda, Hirini y sus compañeros asistieron a una conferencia celebrada a unos 80 kilómetros al noreste de la ciudad de Wellington. Al saber que Hirini estaría allí, muchos de los santos maoríes hicieron un esfuerzo extra por asistir. Ellos y los otros santos de Nueva Zelanda recibieron a los misioneros con una banda de música y los escoltaron por la calle hasta el lugar de la conferencia. Allí se recibió a los recién llegados con un baile maorí ceremonial conocido como el haka.
Durante el resto de la tarde, rodaron las lágrimas libremente. Los santos disfrutaron de una comida, y los familiares de Hirini le estrecharon la mano y juntaron su frente y nariz con las de él de acuerdo con el saludo tradicional maorí. Entonces, el presidente de la misión dirigió a los santos maoríes a un porche cercano donde se reunieron alrededor de Hirini y ofrecieron discursos para darle la bienvenida de nuevo a la isla del Norte. No se marcharon hasta pasadas las dos de la mañana14.
Al día siguiente, Hirini predicó a los santos sobre José Smith, la autoridad del sacerdocio y la obra de la Asociación Maorí de Sion. También pidió a los santos que reunieran sus genealogías y que hicieran la obra del templo por sus difuntos15.
Tras la conferencia, los santos regresaron a sus hogares, y Ezra e Hirini comenzaron su recorrido por la misión16.
En la primavera de 1898, surgieron tensiones entre los Estados Unidos y España después de que un buque de guerra estadounidense explotara en la costa de La Habana, Cuba. Los periódicos culparon a España de la explosión y publicaron historias desgarradoras sobre la lucha de los cubanos por la independencia del dominio español. En todo Estados Unidos, los ciudadanos indignados pedían al Congreso que interviniera en nombre de Cuba17.
En Utah, los líderes de la Iglesia estaban divididos en cuanto a si se debía comenzar una guerra contra España. Aparte de proporcionar el Batallón Mormón para la Guerra Estados Unidos-México de 1846–1848, la Iglesia nunca había alentado a los santos a alistarse en el ejército durante los conflictos armados. George Q. Cannon estaba a favor de tomar acción contra España, mientras que Joseph F. Smith lamentaba la fiebre de la guerra que se extendía en la nación. En El adalid de la mujer [Woman’s Exponent], Emmeline Wells publicó artículos que apoyaban y artículos que estaban en contra de la guerra18.
El apóstol Brigham Young, hijo, fue el líder de la Iglesia que más expresó su oposición a la guerra. “La misión del Evangelio es la paz —declaró en una reunión en el Tabernáculo de Salt Lake— y los Santos de los Últimos Días se deberían esforzar por crearla y mantenerla”. Al definir el creciente conflicto como “un abismo que habían cavado hombres sin inspiración”, instó a los jóvenes santos a no alistarse en las fuerzas armadas19.
Cuando surgían controversias en la Iglesia, Wilford Woodruff solía dirigirse a sus consejeros, George Q. Cannon y Joseph F. Smith, y les preguntaba: “Bueno, hermanos, ¿qué piensan de esto?”. Pero después de enterarse de lo que había dicho Brigham, hijo, el profeta rápidamente lo censuró. La Iglesia había enmendado recientemente su relación con los Estados Unidos, y el presidente Woodruff no quería que los líderes prominentes de la Iglesia parecieran desleales a la nación.
“Tales comentarios fueron muy imprudentes y no deberían haberse hecho —dijo— Ahora somos parte de la nación, y tenemos la obligación de hacer nuestra parte junto con los otros ciudadanos del gobierno”20.
Estados Unidos declaró la guerra a España el 25 de abril de 1898, el día después del discurso de Brigham, hijo, y el noticiero Deseret Evening News hizo una publicación que afirmaba la lealtad de los santos para con Estados Unidos. “No son amadores de la guerra ni dados a la sed de sangre; sin embargo son fieles y firmes con nuestro país y por él en todas las causas justas”, declaraba. Pronto, más de seiscientos ciudadanos de Utah se alistaron a las fuerzas armadas de Estados Unidos para luchar en la guerra, que tan solo duró unos meses21.
Alrededor de ese tiempo, la salud de Wilford comenzó a deteriorarse. A principios de junio, George Q. Cannon sufrió un leve derrame cerebral. Por invitación de amigos de la Iglesia en California, los dos hombres viajaron a San Francisco, con la esperanza de que el clima templado los ayudara a descansar y recuperarse. Allí consultaron médicos, visitaron amigos y se reunieron con la rama local de santos22.
El 29 de agosto, Wilford y George fueron en carruaje por un parque junto al océano Pacífico. Mientras observaban las olas del mar que rompían contra la orilla, Wilford habló sobre su tiempo como misionero en los primeros días de la Iglesia. Recordó haber compartido el Evangelio con su padre y su madrastra, quienes se bautizaron poco antes de que naciera el primer hijo de Wilford.
Él y George se habían conocido por primera vez un año y medio después, cuando Wilford era un joven apóstol en su primera misión a Inglaterra. George era un niño de trece años al que le gustaban los libros.
Ahora, sentados uno al lado del otro, casi sesenta años después, hablaban del Evangelio y de la felicidad que les traía. “Qué labor maravillosa hemos tenido —afirmaron— de ofrecer testimonio de la obra de Dios”23.
Tres días después, el 2 de septiembre, George envió un telegrama desde San Francisco a Joseph F. Smith en Salt Lake City:
El presidente Woodruff ha muerto. Nos dejó a las 6:40 esta mañana. Dale las noticias a su familia. Durmió en paz toda la noche y falleció sin movimiento24.
Lorenzo Snow estaba en su casa en el norte de Utah cuando recibió las noticias de la muerte del profeta. De inmediato fue en tren a Salt Lake City, nervioso por el futuro. Como el apóstol de mayor antigüedad, sabía que era probable que pasara a ser el siguiente Presidente de la Iglesia. De hecho, seis años antes, el presidente Woodruff le había hablado a Lorenzo sobre la voluntad del Señor para él como su siguiente profeta.
“Hermano Snow, cuando me vaya, no quiero que se retrase sino que organice la Primera Presidencia —le había dicho—. Llame a George Q. Cannon y a Joseph F. Smith como sus consejeros. Son buenos, sabios y tienen experiencia”25.
Sin embargo, Lorenzo estaba preocupado de asumir el cargo, especialmente al pensar en el estado financiero de la Iglesia. A pesar de los esfuerzos de Heber J. Grant y de otras personas, la Iglesia seguía estando sumida en deudas, y algunas personas especulaban que debía al menos un millón de dólares estadounidense a sus acreedores. El mismo Lorenzo se temía que la deuda alcanzaba los tres millones26.
En los días que siguieron a la muerte del presidente Woodruff, Lorenzo dirigió los asuntos de la Iglesia como Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles. Aun así, se sentía sumamente inadecuado. El 9 de septiembre, el día después del funeral, Lorenzo se reunió con los Doce. Seguía sintiéndose inadecuado para el llamamiento, y propuso retirarse como Presidente del Cuórum. Sin embargo, los Apóstoles aprobaron en votación continuar sosteniéndolo como su líder27.
Fue por estos días que, una tarde, Lorenzo procuró la voluntad del Señor en el Templo de Salt Lake, ya que se sentía deprimido y desanimado en cuanto a sus nuevas responsabilidades. Después de ponerse la ropa del templo, le rogó al Señor que le iluminara la mente. El Señor contestó su oración, manifestando con claridad que Lorenzo debía seguir el consejo del presidente Woodruff y reorganizar la Primera Presidencia de inmediato. George Q. Cannon y Joseph F. Smith debían ser sus consejeros.
Lorenzo no compartió la revelación con sus compañeros Apóstoles, sino que esperó, con la esperanza de que ellos también recibieran el mismo testimonio espiritual sobre lo que debían hacer28.
El cuórum se volvió a reunir el 13 de septiembre para tratar sobre las finanzas de la Iglesia. Con la partida del presidente Woodruff, la Iglesia ya no tenía un fideicomisario para manejar sus asuntos temporales. Los Apóstoles sabían que esta responsabilidad con el tiempo recaería sobre el próximo Presidente de la Iglesia. Sin embargo, el Cuórum de los Doce Apóstoles siempre había esperado más de un año antes de organizar una nueva Primera Presidencia. Por el momento, necesitaban autorizar a alguien para que llevara a cabo los asuntos de la Iglesia hasta que los santos sostuvieran a un nuevo presidente.
Mientras los Apóstoles hablaban sobre las soluciones al problema, Heber J. Grant y Francis Lyman sugirieron simplemente organizar una nueva Primera Presidencia. “Si el Señor le manifiesta a usted, presidente Snow, que es apropiado hacerlo —dijo Francis—, estoy preparado no solo para votar por un nuevo fideicomisario, sino por el Presidente de la Iglesia”.
Los otros Apóstoles estuvieron de acuerdo con la idea rápidamente. Joseph F. Smith propuso llamar a Lorenzo como el nuevo presidente, y todos sostuvieron la moción.
“Me corresponde hacer lo mejor que pueda y depender del Señor”, dijo Lorenzo. Entonces les habló a los Apóstoles sobre la revelación que había recibido en el templo. “No he mencionado este asunto a nadie, sea hombre o mujer —dijo—. Quería ver si ustedes tenían el mismo Espíritu que el Señor me manifestó a mí”.
Ahora que los Apóstoles habían recibido el testimonio, Lorenzo estaba preparado para aceptar el llamamiento del Señor de servir como el siguiente Presidente de la Iglesia29.
Un mes más tarde, durante la Conferencia General de octubre de 1898, los santos sostuvieron a Lorenzo Snow, George Q. Cannon y Joseph F. Smith como la nueva Primera Presidencia30.
Para el presidente Snow, su primera prioridad como presidente consistía en sanear la situación financiera de la Iglesia. Llevó a cabo un plan aprobado por Wilford Woodruff antes de su muerte para vender bonos a largo plazo de bajo interés para ayudar a cubrir los gastos inmediatos de la Iglesia. Organizó un comité de auditorías para evaluar las finanzas de la Iglesia e instituyó un nuevo sistema de contabilidad. También procuró generar nuevos ingresos haciendo que la Iglesia adquiriera la propiedad completa de Deseret News, que antes había sido de propiedad privada31.
Estos esfuerzos mejoraron el piso económico de la Iglesia, pero no fueron suficientes. En la Conferencia General de abril de 1899, el presidente Snow y otros líderes de la Iglesia predicaron sobre el diezmo, una ley que los santos no habían cumplido con diligencia desde que el gobierno confiscara importantes bienes de la Iglesia, hacía más de una década. El profeta también aconsejó a los santos que no se endeudaran.
“Lleven puestos sus sombreros viejos hasta que puedan pagar uno nuevo —les dijo—. Puede que su vecino pueda comprar un piano para su familia, pero esperen hasta tener los fondos antes de adquirir uno”32.
También instruyó a los líderes locales para que gastaran los fondos de la Iglesia sabiamente. “Puede que haya circunstancias que justificarían contraer deudas, pero son pocas en comparación —dijo—. Como regla, es erróneo hacerlo”33.
Un día de mayo, temprano por la mañana, el presidente Snow estaba sentado en la cama cuando su hijo LeRoi entró en la habitación. LeRoi acababa de regresar de una misión en Alemania y trabajaba como el secretario personal de su padre. El profeta lo saludó y anunció: “Me voy a St. George”34.
LeRoi se sorprendió. St. George estaba en la esquina sudoeste del estado, a unos 480 kilómetros de distancia. Para llegar, tenían que ir en tren lo más al sur posible, y después hacer el resto del viaje en carruaje. Sería un viaje difícil y exigente para un hombre de 85 años35.
Salieron más adelante ese mes y viajaron con varios amigos y líderes de la Iglesia. Cuando llegaron a St. George, polvorientos y cansados del viaje, fueron al hogar del presidente de estaca, Daniel McArthur, donde pasarían la noche. Con curiosidad, el presidente de estaca preguntó cuál era la razón de su visita.
—Bueno —dijo el presidente Snow—, no sé por qué hemos venido a St. George; solo sé que el Espíritu nos dijo que viniéramos36.
Al día siguiente, el 17 de mayo, el profeta se reunió con los santos en el Tabernáculo de St. George, un edificio construido con arenisca roja, que quedaba a varias manzanas al noroeste del templo. El presidente había estado inquieto la noche anterior, pero se veía fuerte y alerta al esperar que comenzara la reunión. Él fue el primer discursante y, al ponerse de pie para dirigirse a los santos, su voz era clara37.
“Apenas podemos expresar la razón por la que vinimos —dijo—; sin embargo, supongo que el Señor tendrá algo que decirnos”. No había estado en St. George en trece años, y habló sobre lo complacido que estaba de ver a los santos del lugar que ponían el Reino de Dios por encima de la búsqueda de riquezas. Los instó a escuchar la voz del Espíritu y obedecer Sus palabras.
“Para ir al cielo, primero debemos aprender a obedecer las leyes del cielo —les dijo—, y nos acercaremos al Reino de Dios tan pronto como aprendamos a obedecer Sus leyes”38.
Durante el sermón, el presidente Snow se detuvo inesperadamente y el salón quedó en completo silencio. Los ojos y el rostro le brillaban. Cuando abrió la boca, su voz era más fuerte; la inspiración de Dios parecía llenar el salón”39.
Entonces habló sobre el diezmo. La mayoría de los santos de St. George pagaban un diezmo íntegro, y el profeta reconoció su fidelidad. También recalcó que los pobres eran los pagadores de diezmos más generosos. Sin embargo, lamentaba que muchos otros santos eran reacios a pagar un diezmo íntegro, aunque la reciente crisis económica había terminado y la economía estaba mejorando. Él deseaba que todos los santos observaran el principio con exactitud. “Esta es una preparación esencial para Sion”, dijo40.
La próxima tarde, el presidente Snow volvió a hablar en el tabernáculo. Anunció a la congregación: “Ha llegado la hora en que todo Santo de los Últimos Días que tenga la intención de prepararse para el futuro y de tener los pies firmemente asentados en el cimiento adecuado, cumpla con la voluntad del Señor y pague un diezmo íntegro. Esa es la palabra del Señor para ustedes y será la palabra del Señor a toda población de la tierra de Sion”41.
En su viaje de regreso a Salt Lake City, el presidente Snow se detuvo en poblados y ciudades a lo largo del camino para testificar de la voluntad revelada del Señor. “Se nos ha educado sobre la ley del diezmo durante sesenta y un años, pero todavía no hemos aprendido a observarla —les dijo a los santos de una ciudad—. Estamos en una condición terrible, y por eso la Iglesia está en servidumbre. El único alivio es que los santos observen esta ley”. Los desafió a obedecer la ley plenamente y les prometió que el Señor los bendeciría por sus esfuerzos. También declaró que el pago del diezmo sería en lo sucesivo un requisito firme para la asistencia al templo42.
Cuando llegó a Salt Lake City, continuó instando a los santos a pagar el diezmo, con la promesa de que el Señor perdonaría su pasada desobediencia a la ley, santificaría la tierra y los protegería de daños. El 2 de julio, habló sobre la ley en una reunión en el Templo de Salt Lake con Autoridades Generales, Oficiales Generales de la Iglesia, presidencias de estaca y obispos43.
“El Señor nos ha perdonado por nuestro descuido a la hora de pagar el diezmo en el pasado, pero ya no nos perdonará más —declaró—. Si no obedecemos esta ley, estaremos esparcidos tal como lo estuvieron los santos en el condado de Jackson”.
Antes de terminar la reunión, el profeta pidió a todos que se pusieran de pie, que levantaran la mano derecha y que hicieran juramento de aceptar y guardar la ley del diezmo como la palabra del Señor. “Queremos que sean diligentes en la obediencia de esta ley —les dijo a los santos—, y que se aseguren de que estas palabras alcancen a todas las partes de la Iglesia”44.