¡Debemos ir al templo ahora!
Mary Holmes Ewen, California, EE. UU.
Un domingo por la mañana presentaron en el barrio a una hermana que se acababa de bautizar. Se llamaba Lydia, y se ganó nuestro afecto casi inmediatamente.
Lydia era mayor y estaba ciega como resultado de años de lucha contra la diabetes, pero no tardó en llegar a conocer a los miembros del barrio por sus voces y pisadas. Decía nuestro nombre y nos estrechaba la mano, y nosotros nunca mencionábamos el hecho de que era ciega.
Después de esperar el año que se requiere, Lydia se reunió con el obispo y con el presidente de estaca para recibir su recomendación para el templo. Un domingo, en la Sociedad de Socorro, me agarró del brazo, hizo que me sentara a su lado y dijo: “El presidente de estaca me dijo que debía ir al templo lo antes posible. ¿Me podrías llevar?”.
Era la primera semana de diciembre, una época en la que todos estábamos ocupados. Intenté dar las excusas acostumbradas y le dije: “¿No podríamos esperar hasta enero?”.
“No, ¡debemos ir ahora!”
Un grupo de hermanas del barrio iba al templo cada mes, por lo que me acerqué a ellas para preguntarles si podían hacer el viaje con Lydia. Todas estaban muy ocupadas también; pero Lydia, con lágrimas en los ojos, nos dijo de nuevo que el presidente de estaca le había dicho que fuera lo antes posible.
Ante eso, todas acordamos hacer el viaje de 241 kilómetros la siguiente semana. En el camino, las ocho mujeres disfrutamos de la conversación y compartimos nuestra amistad. Lydia estuvo encantada con su experiencia en el templo y con la bendición de recibir su investidura.
La primera semana de enero, la condición de Lydia empeoró y la internaron en el hospital para recibir atención de emergencia. Una semana después, falleció; pero Lydia se fue con las bendiciones eternas que había recibido en el templo apenas unas semanas antes.
Más tarde, le relaté al presidente de estaca la historia de nuestro viaje y le dije lo impresionada que estaba de que él hubiese tenido la inspiración de decirle a Lydia que fuera al templo inmediatamente.
“En realidad no quise decir que tenía que ir inmediatamente”, me respondió. “Siempre les digo a los que reciben la recomendación para el templo por primera vez que vayan pronto; fue el Espíritu el que le habló a Lydia, ¡no yo!”
Lydia nos enseñó a todos a escuchar al Espíritu y a actuar de conformidad con ello de inmediato. Agradezco su recordatorio de escuchar la voz suave y apacible.