El sacrificio abnegado y sagrado del Salvador
Del discurso “Las verdades más dignas de ser conocidas”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young, el 6 de noviembre de 2011. Para leer el texto completo, véase lds.org/broadcasts/ces-devotionals.
El Señor siempre está a nuestro alcance. Si ustedes están dispuestos a aceptarlo como su Redentor, Él ya ha sufrido y pagado la deuda.
Todos tenemos una deuda espiritual, que se incrementa de una u otra forma. Si van pagando sobre la marcha, tienen poco de qué preocuparse; pronto comenzarán a adquirir disciplina y sabrán que vendrá el día del ajuste de cuentas. Aprendan a pagar su cuenta espiritual a intervalos regulares en vez de dejar que crezcan los intereses y los recargos.
Debido a que éste es un estado de probación, se supone que cometerán errores. Imagino que habrán hecho algunas cosas en su vida de las que se lamentan, de las que no pueden excusarse y menos aún, enmendar; por lo que llevan una carga. Ahora es el momento de usar la palabra culpa, la cual puede manchar como tinta indeleble y no es fácil de quitar. Un derivado de la culpa es la desilusión, el pesar por las bendiciones y oportunidades perdidas.
Si se debaten bajo el peso de la culpa, no son muy diferentes del pueblo del Libro de Mormón, de quien el profeta dijo: “Y por motivo de su iniquidad, la iglesia había empezado a decaer; y comenzaron a dejar de creer en el espíritu de profecía y en el espíritu de revelación; y los juicios de Dios se cernían sobre ellos” (Helamán 4:23).
A menudo tratamos de resolver el problema de la culpa diciéndonos unos a otros, y a nosotros mismos, que no importa; pero, en lo más profundo de nuestro ser, realmente no lo creemos, ni tampoco nos creemos a nosotros mismos cuando lo decimos. En realidad, sabemos la verdad: ¡Claro que importa!
Los profetas siempre han enseñado el arrepentimiento. Alma dijo: “Y he aquí, viene para redimir a aquellos que sean bautizados para arrepentimiento, por medio de la fe en su nombre” (Alma 9:27).
También le dijo claramente a su hijo descarriado: “Mas el arrepentimiento no podía llegar a los hombres a menos que se fijara un castigo, igualmente eterno como la vida del alma, opuesto al plan de la felicidad…” (Alma 42:16).
La vida terrenal tiene dos propósitos básicos: El primero es recibir un cuerpo que, si queremos, puede ser purificado y exaltado, y vivir para siempre. El segundo propósito es ser probados. Al ser probados, ciertamente cometeremos errores; pero, si queremos, podemos aprender de ellos. “Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:10).
Quizás se sientan inferiores en cuerpo y mente, y estén turbados o apesadumbrados por el peso de una cuenta espiritual que está “vencida”. Cuando se enfrentan a ustedes mismos en esos momentos de tranquila meditación (que muchos de nosotros tratamos de evitar), ¿hay cuentas sin saldar que les preocupan? ¿Tienen algún remordimiento de conciencia? ¿Continúan, de una u otra forma, siendo culpables de algo, ya sea pequeño o grande?
Con demasiada frecuencia, recibimos cartas de personas que han cometido trágicos errores, sienten el peso de esa carga y suplican: “¿Podré ser perdonado? ¿Podré cambiar alguna vez?”. La respuesta es: ¡Sí!
Pablo enseñó a los corintios: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).
El Evangelio nos enseña que, por medio del arrepentimiento, nos podemos librar del tormento y de la culpa. Salvo aquellos pocos —muy pocos— que luego de haber conocido la plenitud optan por la perdición, no existe hábito ni adicción, no hay rebelión, transgresión ni ofensa, grande o pequeña, que esté exenta de la promesa del perdón total. Sea lo que sea que les haya pasado en la vida, el Señor ha preparado una vía de regreso, si escuchan las impresiones del Santo Espíritu.
Algunos sienten un apremio incontenible, una tentación recurrente que quizás se convierta en hábito y luego en adicción. Tenemos la tendencia a cometer ciertas transgresiones y pecados, y también a justificarnos de que no somos culpables porque hemos nacido así; quedamos atrapados y de ahí provienen el dolor y el tormento que sólo el Salvador puede sanar. Ustedes tienen el poder para ponerle fin y ser redimidos.
Satanás ataca a la familia
El presidente Marion G. Romney (1897–1988) me dijo una vez: “No les hables sólo para que te entiendan, háblales para que no te malentiendan”.
Nefi dijo: “Porque mi alma se deleita en la claridad; porque así es como el Señor Dios obra entre los hijos de los hombres. Porque el Señor Dios ilumina el entendimiento…” (2 Nefi 31:3).
Así que, ¡escuchen atentamente! Hablaré claramente, como alguien que ha sido llamado y que tiene la obligación de hacerlo.
Ustedes saben que hay un adversario; las Escrituras lo definen en estos términos: “esa antigua serpiente, que es el diablo, el padre de todas las mentiras” (2 Nefi 2:18). Él fue expulsado en el principio (véase D. y C. 29:36–38) y se le negó un cuerpo mortal. Ahora ha jurado frustrar “el gran plan de felicidad” (Alma 42:8) y se ha convertido en enemigo de toda rectitud. Él centra su ataque en la familia.
Ustedes viven en una época en que el flagelo de la pornografía azota al mundo; es difícil eludirlo. La pornografía se concentra en esa parte de su naturaleza por medio de la cual ustedes tienen el poder para procrear; ceder a ella conduce a problemas, divorcio, enfermedades y dificultades de todo tipo; ninguno de sus aspectos es inofensivo. El coleccionar, ver o distribuir pornografía de cualquier forma, es como llevar una serpiente de cascabel en la mochila; los expone inevitablemente al equivalente espiritual de la mordedura de la serpiente que inyecta un veneno mortal. En la condición en que está el mundo, es fácil comprender que, casi inocentemente, ustedes puedan estar expuestos a la pornografía, leerla o verla sin darse cuenta de las terribles consecuencias de ello. Si ése es su caso, los amonesto a que se detengan. ¡Deténganse ahora mismo!
El Libro de Mormón enseña que todos “los hombres son suficientemente instruidos para discernir el bien del mal” (2 Nefi 2:5). Eso los incluye a ustedes; ustedes saben lo que es correcto y lo que es incorrecto. Cuídense de no cruzar esa línea.
Si bien la mayoría de las faltas pueden confesarse al Señor en privado, algunas transgresiones requieren más que eso para obtener el perdón. Si sus faltas han sido graves, vayan a ver al obispo. En los demás casos, la confesión normal, personal y en privado será suficiente; pero recuerden que la gran mañana del perdón puede que no venga inmediatamente. Si al principio tropiezan, no desistan. El superar el desánimo forma parte de la prueba; no se den por vencidos; y como he aconsejado anteriormente, una vez que hayan confesado y abandonado sus pecados, no miren hacia atrás.
El Salvador sufrió por nuestros pecados
El Señor siempre está a nuestro alcance. Si ustedes están dispuestos a aceptarlo como su Redentor, Él ya ha sufrido y pagado la deuda.
Como seres mortales, quizás no entendamos, y de hecho, no entendemos plenamente cómo llevó a cabo el Salvador Su sacrificio expiatorio; pero, por ahora, el cómo no es tan importante como el porqué de Su sufrimiento. ¿Por qué lo hizo por ustedes, por mí y por todos los seres humanos? Lo hizo por amor a Dios el Padre y a toda la humanidad. “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
En Getsemaní, Cristo se alejó de Sus apóstoles para orar. ¡Lo que fuere que ocurrió allí está más allá de nuestra capacidad de comprensión! Pero sabemos que llevó a cabo la Expiación; estuvo dispuesto a tomar sobre Sí las faltas, los pecados y la culpa, las dudas y los temores de todo el mundo; sufrió por nosotros para que no tengamos que sufrir. Muchos seres mortales han sufrido tormento y padecido una muerte dolorosa y terrible, pero la agonía de Él superó a la de todos ellos.
A mi edad he llegado a saber lo que es el dolor físico ¡y no es nada agradable! Nadie parte de esta vida sin haber aprendido algo sobre el sufrimiento; pero el tormento personal que yo no puedo aguantar es cuando me doy cuenta de que he ocasionado sufrimiento a otra persona. Es entonces cuando percibo algo de la agonía que sufrió el Salvador en el jardín de Getsemaní.
Su sufrimiento fue diferente al de todas las personas que sufrieron antes o después de Él, pues tomó sobre Sí todo el castigo que jamás se imponga sobre la familia humana. ¡Imagínense! Él no tenía ninguna deuda que pagar, no había cometido ningún mal; no obstante, la suma de toda la culpa, la tristeza y el pesar; el dolor y la humillación; todos los tormentos mentales, emocionales y físicos que el hombre ha conocido, todo lo sufrió Él. En los anales de la historia humana sólo ha habido Uno enteramente libre de pecado que haya estado facultado para responder por los pecados y las transgresiones de toda la humanidad y sobrevivir al dolor que acompañó el pago de esa deuda.
Él ofrendó Su vida y, en esencia, dijo: “Porque soy yo quien tomo sobre mí los pecados del mundo…” (Mosíah 26:23). Él fue crucificado, y murió; no pudieron quitarle la vida sino que Él consintió en morir.
Es posible lograr el perdón total
Si han tropezado o aun si se han extraviado durante un tiempo, si sienten que el adversario los tiene cautivos, pueden avanzar con fe y dejar de ir a la deriva en el mundo. Hay quienes están prestos para guiarlos de regreso a la paz y la seguridad. La gracia de Dios, tal como se promete en las Escrituras, se recibe “después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23). La posibilidad de lograr eso es, para mí, la verdad que más vale la pena conocer.
Les prometo que llegará esa radiante mañana del perdón; entonces volverán a sentir “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7), como un nuevo amanecer; y ustedes y Él no se acordarán “más de su pecado” (Jeremías 31:34). ¿Cómo lo sabrán? ¡Les aseguro que lo sabrán! (Véase Mosíah 4:1–3.)
Esto es lo que he venido a enseñar a los que estén en dificultades. Él intervendrá y resolverá el problema que no puedan resolver, pero ustedes deben pagar el precio; si no lo hacen, no sucederá. Él es un líder muy bondadoso en el sentido de que ya ha pagado el precio exigido, pero desea que ustedes hagan su parte, aunque sea dolorosa.
Amo al Señor y amo al Padre que lo envió. Podemos poner ante Él nuestras cargas de la desilusión, el pecado y la culpa y, bajo Sus generosas condiciones, cada monto de la cuenta se puede marcar como “pagado por completo”.
“Venid ahora, dice Jehová, y razonemos juntos: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. Pero, Isaías continúa: “Si queréis y escucháis” (Isaías 1:18–19).
Venid a Él
El versículo que dice “aprende sabiduría en tu juventud; sí, aprende en tu juventud a guardar los mandamientos de Dios” (Alma 37:35) es una invitación acompañada de la promesa de paz y protección contra el adversario. “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en fe y en pureza” (1 Timoteo 4:12).
No esperen que todo transcurra sin obstáculos en la vida; aun para los que viven como debe ser, a veces es justamente lo contrario. Enfrenten cada dificultad con optimismo y confianza, y tendrán la paz y la fe que los sostendrá ahora y en el futuro.
A los que aún no tengan todas las bendiciones que piensan que quieren y necesitan, les digo que tengo la firme creencia de que, a quienes viven fielmente, no se les negará ninguna experiencia ni oportunidad que sean esenciales para la redención y la salvación. Permanezcan dignos, tengan esperanza, sean pacientes y persistan en la oración. Las cosas tienen solución. Mediante el don del Espíritu Santo, Él los guiará y dirigirá sus acciones.
Si alguno de ustedes lucha con la culpabilidad, la desilusión o la depresión como resultado de errores cometidos o de bendiciones que aún no han recibido, lea las enseñanzas tranquilizadoras que se hallan en el himno “Venid a Cristo”:
Venid a Cristo, desconsolados;
vuestros pesares Él llevará.
Él os invita al bello puerto
donde descanso habrá.
Venid a Cristo, Él os atiende,
aun en sendas de la maldad.
Con infinito amor os busca
y os dará Su verdad.
Venid a Cristo, Él os escucha,
y suplicadle en oración.
Él os envía ángeles santos
de Su eterna mansión1.
Con mis hermanos del apostolado proclamo ser un testigo especial del Señor Jesucristo. Ese testimonio se reafirma cada vez que siento en mí o en los demás el efecto purificador de Su sagrado sacrificio. Mi testimonio y el de mis hermanos son verdaderos. Conocemos al Señor; Él no es un extraño para Sus profetas, videntes y reveladores.
Entiendo que ustedes no son perfectos, pero están avanzando por el sendero de la perfección. Sean valientes. Sepan que una persona que tiene cuerpo tiene poder sobre una que no lo tiene2. A Satanás le fue negado un cuerpo; así que, cuando afronten tentaciones, sepan que pueden vencerlas todas al ejercer el albedrío que se les dio a Adán y a Eva en el jardín, y que se ha transmitido hasta esta misma generación.
Si miran hacia adelante con esperanza y el deseo de hacer lo que el Señor quiere que hagan, eso es todo lo que se requiere.