Mensaje de la Primera Presidencia
Oh, está todo bien
Cuando pienso en nuestra herencia pionera, una de las cosas más conmovedoras que me vienen a la mente es el himno “¡Oh, está todo bien!” (Himnos, Nº 17). Aquellos que hicieron el largo viaje al Valle del Lago Salado a menudo cantaban ese himno durante el trayecto.
Soy muy consciente de que no todo estaba bien con los santos; los acosaban la enfermedad, el calor, la fatiga, el frío, el miedo, el hambre, el dolor, la duda e incluso la muerte.
Pero, a pesar de tener buenas razones para gritar “nada está bien”, ellos cultivaron una actitud que hoy en día no podemos dejar de admirar. Miraban más allá de sus problemas hacia las bendiciones eternas; y sentían gratitud en sus circunstancias. A pesar de la evidencia de lo contrario, cantaban con toda la convicción de su alma: “¡Oh, está todo bien!”.
Nuestro elogio a los pioneros es en vano si no conlleva una introspección por nuestra parte. Al contemplar su sacrificio y compromiso, éstos son algunos de sus atributos que me inspiran:
Compasión
Los pioneros velaban unos por otros independientemente de sus antecedentes sociales, económicos o políticos. Aun cuando ello los retrasara, causara molestias o significara sacrificio personal y trabajo arduo, se ayudaban los unos a los otros.
En este mundo tendencioso y orientado hacia la ambición, los objetivos personales o partidistas pueden anteponerse a velar por los demás o a fortalecer el reino de Dios. En la sociedad actual, parece que alcanzar ciertos objetivos ideológicos determina la medida de nuestra valía.
El establecer metas y alcanzarlas puede ser algo maravilloso; pero cuando el alcanzar nuestros objetivos se logra a costa de desatender, ignorar o herir a otras personas, el costo de ese éxito tal vez sea demasiado alto.
Los pioneros cuidaron de los que formaban parte de su compañía, pero también tuvieron en cuenta a los que vendrían después de ellos y sembraron cultivos para las caravanas de carromatos que los seguían.
Conocían la fortaleza que provenía de la familia y de los amigos y, dado que dependían los unos de los otros, se hicieron fuertes. Los amigos se convirtieron en familia.
Los pioneros sirven como un buen recordatorio de la razón por la que debemos alejarnos de la tentación de aislarnos y, en vez de ello, tender una mano para ayudarnos mutuamente, y tener compasión y amor los unos por los otros.
Trabajo
“Santos, venid, sin miedo, sin temor”.
Esa frase se convirtió en un himno para los cansados viajeros. Es difícil imaginar cuán arduamente trabajaron esas grandes almas. Caminar fue una de las cosas más fáciles que hicieron. Todos tenían que trabajar juntos para proveer de alimentos, reparar carromatos, atender a los animales, asistir al enfermo y al débil, buscar y recoger agua, y protegerse de la apremiante amenaza de los elementos y de los muchos peligros del desierto.
Se despertaban cada mañana con objetivos y metas claramente definidos que todos entendían: servir a Dios y a su prójimo, y llegar al Valle del Lago Salado. Cada día, tenían claros esos objetivos y metas; sabían lo que tenían que hacer y que el adelanto que lograran ese día era importante.
En esta época en la que tenemos tan fácilmente a nuestro alcance muchas de las cosas que deseamos, resulta tentador desistir o darnos por vencidos cuando el camino que tenemos por delante presenta obstáculos o la pendiente se eleva abruptamente ante nosotros. En esos momentos, quizás pueda inspirarnos el reflexionar sobre esos hombres, mujeres y niños que no permitieron que la enfermedad, la privación, el dolor y ni aun la muerte les impidieran seguir la senda que habían escogido.
Los pioneros aprendieron que hacer cosas difíciles desarrollaba y fortalecía el cuerpo, la mente y el espíritu; expandía la comprensión que tenían de su naturaleza divina y aumentaba su compasión por los demás. Ese hábito afirmó sus almas y llegó a ser una bendición para ellos mucho tiempo después de que acabara su viaje a través de las planicies y las montañas.
Optimismo
Cuando los pioneros cantaban, expresaban lo que considero una tercera lección: “…mas con gozo andad”.
Una de las grandes ironías de nuestra época es que a pesar de las muchas bendiciones que tenemos nos sintamos tan desdichados. Las maravillas de la prosperidad y la tecnología nos inundan y nos ofrecen seguridad, diversión, satisfacción instantánea y comodidad; no obstante, vemos mucha tristeza a nuestro alrededor.
Los pioneros, quienes sacrificaron tanto, pasaron gran escasez y estaban desesperados aun por las cosas más básicas necesarias para sobrevivir. Comprendían que la felicidad no viene como resultado de la suerte, ni por accidente; y que ciertamente no está en que se cumplan todos nuestros deseos. La felicidad no proviene de las circunstancias externas; viene de adentro, independientemente de lo que suceda a nuestro alrededor.
Los pioneros sabían eso y, con ese espíritu, hallaron felicidad en cada circunstancia y en cada prueba, aun en aquellas que alcanzaron y atribularon lo más profundo de su alma.
Pruebas
A veces pensamos en lo que los pioneros tuvieron que soportar y, con un suspiro de alivio, decimos: “Menos mal que no viví en esa época”; sin embargo, si aquellos valientes pioneros hubieran podido vernos hoy en día, me pregunto si no hubieran expresado la misma preocupación.
Aunque los tiempos y las circunstancias han cambiado, los principios para afrontar las pruebas y lograr vivir juntos como una comunidad solidaria y próspera ante Dios no han cambiado.
De los pioneros podemos aprender a tener fe y a confiar en Dios; podemos aprender a tener compasión por otras personas; y que el trabajo y la laboriosidad nos bendicen, no sólo temporalmente, sino también espiritualmente. Podemos aprender que la felicidad está a nuestro alcance, sin importar nuestras circunstancias.
La mejor manera de honrar a los pioneros y mostrar nuestra gratitud es incorporar a nuestra vida la lealtad a los mandamientos de Dios, la compasión y el amor por nuestros semejantes, el trabajo, el optimismo y el gozo que los pioneros demostraron tan bien en su propia vida.
Al hacerlo, podemos extender nuestro brazo a través de las décadas, tomar en las nuestras las manos de aquellos nobles pioneros y añadir nuestras voces a las suyas al cantar con ellos “¡Oh, está todo bien! ¡Oh, está todo bien!”.