El Señor habló paz a mi alma
Trisha Tomkinson Riggs, Arizona, EE. UU.
Nuestra hija Carlie había estado enferma por unos días, y yo pensé que lo único que tenía era un resfriado; pero conforme sus síntomas avanzaban, empecé a pensar que podía ser algo más grave.
Se confirmaron e intensificaron mis temores durante su cita con el médico: a Carlie le diagnosticaron diabetes tipo 1. Estaba cayendo en un coma diabético y necesitaba ir al hospital rápido. Oré en el corazón que yo estuviera tranquila y que los doctores pudieran ayudarla.
Cuando llegamos a la sala de urgencias, los doctores y las enfermeras de inmediato se pusieron a trabajar para tratar de salvarla. Le supliqué a mi Padre Celestial que me diera consuelo y paz.
En un momento de quietud, mi esposo y su padre le dieron a Carlie una bendición del sacerdocio. En la bendición, mi esposo le aseguró que era la voluntad de su Padre Celestial que viviera, y comencé a sentir paz.
Después de varias horas más de ver a los doctores colocarle agujas, examinarla y verificar su progreso, me sentía agotada. Como a la una de la mañana su habitación dejó de ser un lugar de ajetreo y yo no sabía qué esperar; no podía dormir y me sentía sola.
Saqué un ejemplar del Libro de Mormón que mi hermana me había llevado al hospital y supliqué en oración que las Escrituras me brindaran la tranquilidad que necesitaba. El libro se abrió en Alma 36:3. Al leer, sentí que el Señor me estaba hablando a mí: “…sé que quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones, y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en el postrer día”.
Por segunda vez esa noche, sentí paz. Supe que el Padre Celestial estaba al tanto de nosotros. Él deseaba que yo supiera que Él estaba allí y que yo necesitaba tener fe en Él.
Al reflexionar en cuanto a los acontecimientos del día, pensé en la forma en que el Señor nos había bendecido. Yo había sentido la urgente necesidad de llevar a Carlie al doctor; habíamos llegado al hospital sin incidentes; y poseedores del sacerdocio habían llegado rápidamente para darle una bendición.
Desde ese día, hemos establecido la rutina de controlar el azúcar de la sangre y siempre tener algo para comer a la mano. Hemos aprendido cómo el control de la diabetes puede afectar al cuerpo. La enfermedad de Carlie sigue siendo una prueba, pero hemos aprendido a confiar en nuestro Padre Celestial todos los días.
Ese día en el hospital no es uno que quisiera volver a vivir, pero es uno por el que siempre estaré agradecida. Fue un día de aprendizaje, de ejercitar la fe, de sentir gratitud. Aprendí que el Padre Celestial es consciente de cada uno de Sus hijos y que realmente nos apoyará en nuestras pruebas.