El milagro de la conversión
“¿Habéis experimentado este potente cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:13–14).
La primera vez que fuimos a la capilla con mi familia, yo tenía apenas seis años. Recuerdo que entré a la Primaria; todo era tan nuevo que me incomodaba que la maestra me hiciera preguntas, no por el simple hecho de hacerlas, sino que no tenía las respuestas. Por lo que era más sencillo convencer a nuestros padres que regresáramos pronto a casa.
Así fueron pasando los años, hasta que mi hermano menor tuvo la edad de bautizarse, entonces aprovecharon bautizarnos a los dos, y nuevamente cuando entré a la Primaria, me di cuenta de que aún no eran suficientes mis conocimientos para darle respuestas a muchas preguntas, por lo que decidí no regresar más.
Sin embargo, cuando estaba a punto de cumplir 12 años, sucedió algo. Entraba al nuevo mundo de las Mujeres Jóvenes, todas ellas eran amables, incluso me ayudaban a contestar muchas de las preguntas. Entonces al fin sentí que todo empezaba a encajar, por lo que ya no volvimos a faltar.
Como familia empezamos a fortalecernos; empezamos a orar y a leer las Escrituras. Al conocer más a Jesucristo, mi testimonio empezaba a crecer. Pasé una época difícil cuando falleció mi abuelito paterno; todos estábamos tristes, en especial mi abuelita, entonces empecé a orar mucho para que hubiera paz y consuelo. Encontré una Escritura en Moroni 10:34, “Y ahora me despido de todos. Pronto iré a descansar en el paraíso de Dios, hasta que mi espíritu y mi cuerpo de nuevo se reúnan, y sea llevado triunfante por el aire, para encontraros ante el agradable tribunal del gran Jehová, el Juez Eterno de vivos y muertos. Amén”. Sabía que esa era la respuesta, así que fui con mi abuelita y se la compartí, esa pequeña Escritura la consoló, siendo el milagro de la oración, así que a los 13 años supe sin dudas que las oraciones son contestadas.
Mi testimonio fue fortaleciéndose poco a poco. A los 15 años, de regalo de cumpleaños, fuimos como familia a Salt Lake City, Utah. Mi padre, como sorpresa, le escribió al presidente Monson, contándole el motivo de nuestra visita, y él, muy amable, se tomó el tiempo para enviarme una carta deseándome un feliz cumpleaños. En el momento que la vi, pude sentir en mi corazón la veracidad de toda esta obra; si él tenía tiempo para escribirme, de la misma forma nuestro Padre Celestial tiene tiempo para cada uno de nosotros y nos conoce individualmente; él era un profeta llamado por el Señor.
Mi conocimiento fue creciendo; asistí a seminario fielmente, allí aprendí mucho. Ya tenía suficientes respuestas para las preguntas que me hacían, por lo que ahora mi mayor anhelo es tener la oportunidad de servir una misión de tiempo completo y compartir este hermoso Evangelio. Sé que aún me falta mucho que aprender, pero Dios me enseñará qué decir; Éxodo 4:12: “Ahora pues, ve, que yo estaré en tu boca, y te enseñaré lo que has de decir”.
Yo sé que la Iglesia es verdadera, que todos los profetas son llamados por Dios, que por medio de ellos el Padre Celestial se comunica con nosotros. Sé que el templo es la casa del Señor, donde podemos hacer convenios y ordenanzas sagradas. Sé que la oración es nuestro medio de comunicación con nuestro Padre, siempre nos escucha y da respuesta a nuestras oraciones a Su tiempo (porque Él tiene el tiempo perfecto para nosotros). En el nombre de Jesucristo. Amén.