Las personas, no los edificios ni la organización
El presidente M. Russell Ballard dijo en la sesión del sábado por la mañana de la conferencia general de abril 2018 que hay relatos de las Escrituras de hombres y mujeres llamados por Dios para realizar una gran obra, que se esforzaron por dar lo mejor de sí mismos, pero ninguno de ellos era aún perfecto. “Lo mismo sucede con nosotros hoy en día”, añadió. Y el élder Lynn G. Robbins, en la misma sesión, dijo que la fe inquebrantable de Nefi le ayudó a ir de fracaso en fracaso hasta conseguir por fin las planchas de bronce, y Moisés lo intentó diez veces antes de que finalmente lograra salir de Egipto con los israelitas. Y añadió que podríamos preguntarnos, si tanto Nefi como Moisés estaban en la obra del Señor, ¿por qué no intervino Él personalmente o les ayudó a lograr el éxito en el primer intento? ¿Por qué les permitió que tropezaran y fracasaran, y que a nosotros nos pase lo mismo en nuestros intentos por tener éxito? El obispo Gérald Caussé, en la sesión del domingo por la tarde, casi contestó a la pregunta, cuando explicó que la Iglesia se refiere a las personas, no a los edificios ni a la organización.
Dios resumió el Plan de Salvación con estas palabras reveladas a Moisés, “Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). El plan de nuestro Padre Celestial es salvar a Sus hijos, no crear organizaciones perfectas ni construir bellos edificios. Y Dios pone todo su poder y conocimiento al servicio de este objetivo. Y salvarse no es “entrar en el cielo”, sino volverse celestial (cfr. D. y C. 88: 21–31), lo cual significa progresar, y este progreso significa muchas veces “ensayo y error”. Y Dios permitirá que cometamos errores, para ayudarnos en nuestro camino de aprender a convertir lo humano en divino.