Lo primero que hacía al recibir su salario era apartar la parte del diezmo
Desde muy pequeña tuve la oportunidad de conocer sobre el diezmo. Mientras estaba en la Primaria se me enseñó que debía devolver al Señor una décima parte de aquellos ingresos que recibiera. Pero eso no pasó sino hasta que yo llegué a ser una mujer joven y aprendí a elaborar collares de bisutería. Fue allí que comencé a venderlos y a recibir ingresos con los cuales podría pagar por primera vez mi diezmo.
Al principio no reconocía las bendiciones que recibía por hacer este pequeño acto, y seguí haciéndolo cada vez que recibía ingresos. Más adelante cuando me gradúe de la universidad, obtuve un trabajo muy bien remunerado en una industria de alimentos. Cada vez que la producción mejoraba recibía un aumento. ¡Estaba muy feliz! pues ya podía aportar a los gastos en mi hogar. Un día hablando con mi presidente de estaca me sugirió que dejara ese trabajo y me buscara otro por la naturaleza del producto. Me pareció acertada su sugerencia, pero ¿ahora que iba a pasar?, me preguntaba. Me encantaba ese trabajo y ya no pagaría diezmos. Sin embargo, no me imaginaba las bendiciones que Dios tenía preparadas para mí.
Inmediatamente después de dejar de trabajar en ese lugar me sellé con mi esposo en el templo y empecé a reconocer las muchas bendiciones que se reciben por ser un fiel pagador del diezmo. Recién casados mi esposo ganaba el veinticinco por ciento de lo que yo ganaba en mi anterior trabajo, pero siempre lo primero que hacía al recibir su salario era apartar la parte del diezmo. Quizás piensen que vivimos momentos angustiantes, pero no fue así, una tras otra las bendiciones iban llegando a nuestro hogar. Nunca olvidaré las palabras que mi obispo me dijo en una ocasión, “prefiero vivir con el noventa por ciento de mi salario y el cien por cientos de las bendiciones de Dios, que con el cien por ciento de mi salario y cero por ciento de las bendiciones de Dios”, porque realmente se cumplía la Escritura de Malaquías 3:10-12, derramando bendiciones hasta que sobreabundan y muchas personas nos llamaron ¡bienaventurados!
Ahora puedo decir con toda seguridad que Dios bendice con cosas que casi nunca son visibles, como la confianza, la fe y esperanza en un mundo convulsionado, que reprende al devorador. Nos bendice con techo sobre nuestras cabezas, vestido sobre nuestros cuerpos, calzado en nuestros pies, y alimento en nuestra casa. No me puedo imaginar vivir la vida sin cumplir con esta ley de pagar los diezmos. Por mí misma no soy capaz de obtener tantas bendiciones y testifico que Dios cumple con Sus promesas. Él es mi sustento, mi Salvador Jesucristo, el Redentor.