Los obispos… nuestros benditos obispos
La palabra bendito, en español, tiene que ver con bondad, con amor, con paciencia. En la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nuestros queridos obispos representan esas cualidades y algunas más. Además, al ser apartados como tales, cae sobre ellos un manto especial que permanece hasta el día en el que son relevados.
Hace años tuve una experiencia que nunca he olvidado.
Un día entre semana, me encontraba en una de nuestras capillas, cuando entró un hombre, sudoroso y lleno de ansiedad y nervios, con la cara desencajada y poco aseado. Supe al momento que era miembro de la Iglesia, porque me preguntó dónde podría ver a un obispo de manera urgente.
Le indiqué que los dos obispos que servían en ese edificio, debido a la temprana hora de la mañana, estaban trabajando.
El hermano insistía, y yo no sabía qué hacer. No tenía mi libreta de teléfonos conmigo. En esos momentos, sin embargo, algo pasó que aumentó mi fe como creyente.
Ese buen hermano, de manos caídas y rodillas debilitadas, necesitaba ver a un obispo, aunque no fuera el suyo, y el Señor, cuyo ojo divino estaba sobre él, dejó caer sobre mí un rayo de luz, pues recordé que, en algún lugar, entre los muchos papeles que siempre llevo en mi cartera, había apuntado, y no recordaba la razón para ello, el número telefónico del obispo Ernest Lanning, que hablaba español, y este hermano necesitado no sabía inglés.
No tardé mucho en hallar el número que estaba buscando. En una esquina, en una hoja de papel, lo había apuntado. Hicimos la llamada telefónica, y en unos pocos segundos oímos la voz del obispo, y en un instante la cara del hermano cambió.
Sus facciones se relajaron y el nerviosismo en su voz desapareció. Se fijó una hora para una reunión. El hermano salió de la capilla con la segura esperanza de que un siervo del Señor iba a magnificar su llamamiento socorriendo al débil, levantando las manos caídas y fortaleciendo las rodillas debilitadas.
Dios, nuestro Padre Eterno, siempre bendice a nuestros obispos, que hacen una obra única, a la que han sido llamados, dispensando ese bálsamo que solamente ellos pueden portar.
Amemos siempre y respetemos a nuestros queridos obispos y, de vez en cuando, acerquémonos a ellos para darles las gracias por su ministerio tan sacrificado, sin pedirles nada más.