2019
Nuestra fe en el Señor Jesucristo
Febrero de 2019


Mensaje de los Líderes del Área

Nuestra fe en el Señor Jesucristo

La fe en el Señor Jesucristo, y una conexión personal con Él, es de importancia crucial en nuestra vida. En el cuarto Artículo de Fe leemos que la “Fe en el Señor Jesucristo” es uno de los principios básicos del Evangelio1. Frecuentemente nos referimos a este principio básico mediante la forma abreviada “fe”. La verdad es que fe no es algo aislado, sino que se centra en Jesucristo y en nuestro testimonio personal de que es el Salvador y Redentor de cada uno de nosotros. La fe en Jesucristo nos proporciona gozo, esperanza y confianza, así como “la fortaleza para sostenernos en todo momento importante de nuestra vida”2. Sin embargo, a veces, la fe, de incluso el discípulo más fuerte del Señor, se pone a prueba. No debería sorprendernos esto, sino que debería convertirse en un aliciente.

Todos conocemos el incidente con el apóstol Tomás. Los discípulos a los que el Señor se apareció después de su resurrección dijeron a Tomás:

“¡Hemos visto al Señor!”. Tomás, que no había estado presente, replicó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos y meto mi mano en su costado, no creeré”. Ocho días después, el Señor se apareció a los apóstoles y le dijo a Tomás, que estaba presente en esta ocasión con Él: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca acá tu mano y ponla en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás se sobrecogió y solo pudo decir: “¡Señor mío y Dios mío!”, tras lo cual el Señor pronunció las palabras famosas: “Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creyeron”3.

Cuando escuchamos esta historia, quizás nos preguntemos por Tomás y por qué se supone que su fe era “pequeña”. Era un apóstol y había acompañado a Cristo, había visto muchos milagros y, ciertamente, tenía un testimonio firme de las enseñanzas del Señor. Sin embargo, lo que experimentó Tomás no está tan alejado de los desafíos que todos enfrentamos en un mundo que, cada vez más y más, cuestiona todo.

Es lo mismo que le sucedió a un miembro joven que creció en la Iglesia, internalizó los principios del Evangelio desde su niñez y los siguió, pero incluso así, en un momento dado, llegó al punto de no estar ya seguro de su propio testimonio. Sus experiencias del Evangelio se apoyaban, sobre todo, quizás como Tomás, en una comprensión intelectual de las enseñanzas y principios o tradiciones con los que había crecido y que amaba, y no en una experiencia perdurable del corazón. Cuando, luego, tropezó con temas de doctrina o historia que no podía comprender sin profundizar, su fe se tambaleó. Ese joven miembro me preguntó en una entrevista personal, inquieto, cómo podía desarrollar fe real en Cristo. Quiero responder a esta pregunta para ti, igual que la contesté a este miembro joven. Hay un modelo aquí, que el Señor ha revelado en las Escrituras por medio de sus profetas4. Todos podemos aplicar ese modelo, tanto el que duda o busca como el que es probado, o el que sencillamente desea nutrir su fe en el Señor Jesucristo de forma duradera.

Este modelo se encuentra, por ejemplo, en la maravillosa historia de la conversión de Enós. Estos son los pasos que siguió Enós: (1) Enós escuchó las verdades del Evangelio de su padre; intentó comprenderlas y dejó que las cosas que su padre le había enseñado penetraran su “corazón profundamente”5. (2) Enós obedeció los mandamientos de Dios, lo cual le permitió ser receptivo al Espíritu Santo. (3) El alma de Enós “tuvo hambre”6; tuvo el deseo de saber por sí mismo si lo que había aprendido era verdadero. (4) Enós acudió a la fuente de toda verdad: “Y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos”7. No fue fácil para Enós. Él describe su experiencia como una “lucha … ante Dios”8. Sin embargo, el esfuerzo valió la pena, recibió una confirmación espiritual en su corazón.

Cada uno de nosotros debe emprender esta lucha espiritual en el camino del discipulado para obtener una fe verdadera en el Señor Jesucristo, pero desafortunadamente no existen atajos. Para muchos de nosotros este camino está plagado de crisis o desafíos personales graves. Otras personas han tenido experiencias espirituales en el templo, en la reunión sacramental, durante la oración o al estudiar las Santas Escrituras, pero todos tenemos que buscar activamente estas experiencias personales. Lo único que requiere es tiempo y a veces el camino es arduo y sediento espiritualmente. “Pero si cultiváis la palabra, sí, y nutrís el árbol mientras empiece a crecer, mediante vuestra fe, con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol que brotará para vida sempiterna”9.

La verdadera fe en el Señor Jesucristo exige “celo y paciencia” constantes, un “corazón quebrantado y … espíritu contrito”10 y nuestra propia lucha espiritual ante Dios. Pero puedo testificaros lleno de amor que seguir este camino es gratificante. El gozo y seguridad que proporcionan es maravilloso y completo. “No conseguimos seguridad por medio de riquezas infinitas, sino por medio de una fe infinita”11. Si preguntamos llenos de fe para saber que Jesucristo es nuestro Redentor, llegará un testimonio completamente personal, “el cual es sumamente precioso, y el cual es más dulce que todo lo dulce, y más blanco que todo lo blanco, sí, y más puro que todo lo puro; y comeréis de este fruto hasta quedar satisfechos, de modo que no tendréis hambre ni tendréis sed”12. Estas experiencias personales del corazón son la fuente inquebrantable de fe duradera en el Señor Jesucristo13.

Notas

  1. Artículos de Fe 1:4.

  2. Dallin H. Oaks, Conferencia General, primavera 1994; cf también Moroni 7:33.

  3. Juan 20:25–29.

  4. cf Romanos 10:14–17, 3 Nefi 18:20; Moroni 10:3–5; 2 Nefi 31:20; véase también Russell M. Nelson, “Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Liahona, mayo 2018.

  5. Enós 1:3.

  6. Enós 1:4.

  7. Id.

  8. Enós 1:2.

  9. Alma 32:41.

  10. 2 Nefi 2:7.

  11. Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, págs. 72–73.

  12. Alma 32:42.

  13. cf Russell M. Nelson, “Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”.