2019
El nuevo Templo de Barranquilla
Febrero de 2019


Mensaje de Área

El nuevo Templo de Barranquilla

¡Cuán agradecido estoy de que el Señor haya bendecido a Colombia con un segundo templo! El nuevo Templo de Barranquilla, el número 161 de la Iglesia, es realmente una joya, como lo es cada uno de los templos del Señor en tantas otras partes del mundo.

Durante los primeros días de puertas abiertas, tuvimos la oportunidad de acompañar a muchos de los visitantes a esta hermosa construcción y de verlos salir impresionados por su belleza, por su perfección en cada detalle y, en especial, por aquella profunda paz y serenidad que les transmitía. Tan solo el leer la inscripción que dice “Santidad al Señor. La Casa del Señor” los llenaba de admiración y humildad, ya que sentían que no era tan solo una linda obra arquitectónica, sino que a este edificio lo revestía un significado mucho más profundo.

A lo largo de las cuatro semanas de haber abierto sus puertas a todos los visitantes interesados, casi 35 000 personas pudieron obtener una impresión propia del Templo y de su significado e importancia para los miembros de la Iglesia.

Lo cierto es que los templos de la Iglesia siempre han sido y siempre serán una expresión de nuestra fe en el Señor Jesucristo y un reflejo de los sacrificios que los Santos en todo el mundo están dispuestos a hacer para poder efectuar los convenios y las ordenanzas sagradas para sí mismos y para sus amados antepasados.

Contar ahora con un nuevo templo en Colombia también es producto de la fidelidad, la diligencia y la fe de los miembros en este país. Espero que al pasar cerca de estas hermosas construcciones, siempre podamos recordar nuestra identidad divina como hijos e hijas de un Padre Celestial amoroso y ser muy conscientes del propósito eterno que tiene nuestra existencia. Que podamos recordar a Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor, y como aquel que hace posible que retornemos a su presencia luego de nuestro paso por esta vida.

A aquellos que ya han efectuado los convenios y las ordenanzas sagradas del templo, que los puedan siempre atesorar y honrar con exactitud; y a aquellos que aún no las han recibido, que se esfuercen y preparen todo lo necesario en sus vidas para poder entrar a la Casa del Señor y participar de sus bendiciones.

Mi esposa Irene y yo amamos ir al templo. No habiendo nacido en la Iglesia, sino habiéndonos convertido y bautizado en Alemania, adonde nos mudamos poco después de casarnos, fue maravilloso poder ir al Templo de Fráncfort en Alemania. Como recién conversos, un matrimonio de buenos amigos nos acompañó a recibir nuestras propias investiduras y a ser sellados como marido y mujer por tiempo y eternidad. Técnicamente, ya nos habíamos casado dos veces antes, la primera vez por el rito de la Iglesia Protestante en Bogotá y una segunda vez ante un notario colombiano antes de irnos a Alemania, pero en ambas ocasiones se había mencionado de una vez su fecha de caducidad ya que ambas culminaban con “hasta que la muerte los separe”. Sin embargo, esta vez en el Templo de Fráncfort fuimos sellados como marido y mujer por tiempo y eternidad, cumpliéndose así lo que Jesús enseñó a sus apóstoles: “… y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos” (Mateo 16: 19). Qué enorme alegría y emoción es saber que, gracias al poder y la autoridad del sacerdocio, y en especial gracias a su poder sellador, el cual fue restaurado por Elías el Profeta en el Templo de Kirtland en 1836, las familias tienen la posibilidad de mantenerse unidas aun después de la muerte.

Asimismo, la restauración del evangelio de Jesucristo en su poder y pureza no estaría completa sin que también abarcara y bendijera a todas aquellas personas que pasaron por esta tierra sin la oportunidad de conocerlo y aceptarlo. Es por ello que la obra vicaria, la cual efectuamos en los templos del Señor, es realmente una “obra maravillosa y un prodigio”.

Recuerdo que, una vez que comprendimos aquel principio de que la humanidad deberá “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Malaquías 4:6), contacté a mis abuelos alemanes, que aún vivían en aquel entonces, para preguntarles por sus antepasados y saber si tenían informaciones o registros de ellos. Quedé maravillado al ver que mi abuelo paterno me entregaba un archivo completo que él había compilado con documentos y registros de sus antepasados que llegaban hasta el siglo XVII. Igualmente mi abuelo materno me entregó todo lo que tenía sobre sus antepasados. ¡Qué milagro se desplegaba ante mis ojos!

Al comenzar a recopilar esta información y comenzar a conocer sus nombres, los lugares, sus profesiones, las fechas de sus nacimientos, sus matrimonios y defunciones, comencé a sentir cómo mi corazón virtualmente se volcaba hacia ellos y desarrollaba un amor y aprecio muy fuerte y especial por cada uno. Descubrí que mi bisabuelo paterno había llegado precisamente a Barranquilla en 1880 y que de esa forma había comenzado a escribir la historia de mi familia en este país de Colombia. Por ello, estoy seguro de que no es una coincidencia el hecho de que dos jóvenes misioneros sintieran la inspiración de tocar nuestra puerta en el lejano país de Alemania, un siglo más tarde. Gracias a que Irene los dejó entrar, pudimos conocer y recibir con brazos abiertos el Evangelio restaurado hace más de 30 años.

Sentía un agradecimiento profundo por ellos, ya que sabía que las bendiciones que yo mismo había recibido en mi propia vida, en gran medida eran consecuencia de las vidas y las decisiones que mis antepasados habían tomado en otros tiempos. En especial sentí un gozo infinito por saber que, luego de Su muerte en la cruz, el Salvador “organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los justos, investidos con poder y autoridad, y los comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio a los que se hallaban en tinieblas, es decir, a todos los espíritus de los hombres; y así se predicó el evangelio a los muertos” (D. y C. 138: 30).

Sentía y sabía que a estos, mis antepasados, se les estaba predicando el Evangelio y que muchos de ellos estaban esperando ansiosamente a que yo, una vez bautizado y confirmado en la Iglesia restaurada, pudiera llevar sus nombres al Templo y hacer por ellos lo que ellos no estaban en capacidad de hacer por sí mismos. El haber tenido el privilegio de hacerlo y de efectuar la obra vicaria por ellos, me llenó de una alegría y de un sentimiento de paz indescriptibles.

Todo los que hacemos en la Iglesia apunta hacia el templo. Es allí donde podemos recibir para nosotros mismos y para nuestros antepasados TODAS las ordenanzas salvadoras, las cuales nos permitirán regresar algún día de nuevo a su presencia como familias eternas y cumplir así con nuestro designio divino.

El nuevo Templo de Barranquilla será sin duda alguna una enorme bendición para las vidas de los miembros, sus antepasados, sus descendientes y también para todo el entorno y la comunidad de donde se ha construido.

Me encanta la siguiente declaración de 1907 de parte de la Primera Presidencia: “… consideramos a todos los seres humanos del pasado, del presente y del futuro como seres inmortales, cuya salvación es nuestra misión labrar; y a esta obra, extensa como la eternidad y profunda como el amor de Dios, nos dedicamos ahora y para siempre”1 (citado en Hunter, 1991, párr. 9).

Quiero finalizar compartiendo mi firme y seguro testimonio de que Jesús es el Cristo, de que Él vive y que ha restaurado Su Iglesia con todos los poderes, autoridad y llaves necesarias para llevar a cabo Su Obra sobre esta tierra. Les testifico que Russell M. Nelson es su profeta y su portavoz para nosotros en estos días. Amo esta obra. Amo a mi Salvador. En el nombre de Jesucristo, Amén.

Nota

  1. El Evangelio: Una fe universal. Disponible en: www.lds.org/general-conference/1991/10/the-gospel-a-global-faith?lang=spa&country=mx