Y el Señor llamó Sion a su pueblo
Ruego que cumplamos con el mandato profético de edificar Sion, que seamos uno en corazón y voluntad, vivamos en rectitud y nos esforcemos para que no haya pobres entre nosotros.
Cuando la gente visita el Centro humanitario de la Iglesia, en Salt Lake City, a menudo les pido que lean en voz alta la declaración de José Smith, la cual está colgada en la entrada del edificio: “[El miembro de la Iglesia] debe alimentar al hambriento, vestir al desnudo, proveer para la viuda, secar las lágrimas del huérfano y consolar al afligido dondequiera que los encuentre, ya sea en esta Iglesia o en cualquier otra, o sin iglesia alguna de por medio”1.
Esa declaración se hizo en un momento en el que la Iglesia estaba muy endeudada, los líderes estaban asentando a conversos en un nuevo país y el Templo de Nauvoo estaba en construcción. ¿Cómo era posible que el Profeta considerara proveer sustento para los pobres de esta Iglesia, y mucho menos de cualquier otra? Sin embargo, incluso en esas terribles circunstancias, José entendió que el cuidado de los necesitados siempre debe ser un enfoque central del pueblo del Señor bajo convenio.
Una visión de Sion
Una de las primeras tareas que emprendió José después de organizar la Iglesia en abril de 1830 fue una traducción inspirada de la Biblia. Muchas veces me he preguntado por qué. En aquel momento crítico de la historia de la Iglesia, ¿por qué trabajaría en volver a traducir Génesis? Ese libro ya era muy conocido, pero esa labor de traducción finalmente se convirtió en el libro de Moisés, en la Perla de Gran Precio, con valiosos detalles de importancia doctrinal y fundamental para la Iglesia moderna.
Esos capítulos revelaron las experiencias de Moisés y de Enoc, que en algunos aspectos son notablemente similares a la experiencia que tuvo José. Cada profeta fue llamado por el Señor para llevar a cabo una gran obra. El Señor les mostró a cada uno de ellos Sus creaciones para que pudiesen visualizar mejor la parte que desempeñarían en el plan (véanse Doctrina y Convenios 76; Moisés 1; 7). La tarea principal que tenían se podría resumir de la siguiente manera: Recoger a Israel como nación sacerdotal, edificar Sion y prepararse para recibir a Jesucristo.
Pero ¿cómo se ha de lograr? Enoc da una respuesta sucinta: “Y el Señor llamó Sion a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18; cursiva agregada).
Una parte fundamental de la misión de la Iglesia en los últimos días es erradicar la pobreza que existe en nuestras comunidades y en nuestros corazones, establecer una Sion unida y preparar al pueblo para el regreso de Jesucristo, el Hijo de Dios.
El proveer conforme a la manera del Señor
En el siglo pasado, los gobiernos y las organizaciones han gastado miles de millones de dólares para erradicar la pobreza. Sin embargo, a pesar de todo el trabajo bien intencionado, una gran parte ha resultado infructuoso y se ha desperdiciado. ¿Por qué? Porque inadvertidamente creó dependencia en vez de capacidad.
La manera del Señor consiste en edificar tanto a los que dan como a los que reciben, permitir que las personas sean sus propios agentes y exaltar a los pobres “de modo que los ricos sean humildes” (Doctrina y Convenios 104:16). A veces a eso lo llamamos autosuficiencia; pero, en realidad, significa liberar el poder divino que hay en el interior de cada persona para resolver sus propios problemas con la ayuda de Dios, lo que les permite, a su vez, servir a los demás.
Ejemplos antiguos y nuevos
José Smith practicaba de buena gana el servicio a los demás a la manera del Señor. James Leach y su cuñado, después de buscar trabajo en Nauvoo durante muchos días sin éxito, decidieron pedirle ayuda al Profeta. James recordó:
“Dije: ‘Sr. Smith, por favor, ¿tiene algún empleo que pueda darnos a ambos y de esa forma podamos obtener algunas provisiones?’. Nos miró con un semblante alegre y con un sentimiento de bondad, dijo: ‘Bueno, muchachos, ¿qué pueden hacer? […]. ¿Podrían cavar una zanja? Le respondí que lo haríamos lo mejor posible […].
“Cuando terminé, fui y le dije que habíamos terminado. Fue, la miró y dijo: ‘… Si la hubiera hecho yo mismo, no podría haberlo hecho mejor. Ahora vengan conmigo’. Lo seguimos a su tienda y nos dijo que eligiéramos el mejor jamón o trozo de cerdo. Como yo era un tanto tímido, le dije que preferiríamos que él nos lo diera, de modo que eligió dos de los trozos de carne mejores y más grandes y un saco de harina para cada uno, y nos preguntó si eso sería suficiente. Le dijimos que estaríamos dispuestos a trabajar más por ellos, pero él dijo: ‘Si están satisfechos, muchachos, yo también’.
“Le dimos las gracias amablemente y nos dirigimos a casa, regocijándonos en la bondad del Profeta de nuestro Dios”2.
Un ejemplo actual de ese mismo equilibrio delicado entre la generosidad y la autosuficiencia ocurrió en 2013 cuando el tifón Haiyán arrasó el centro de Filipinas, y dañó o destruyó más de un millón de viviendas. En lugar de limitarse a distribuir ayuda de manera generalizada, lo que podría resultar en dependencia y desperdicio, la Iglesia puso en práctica principios de autosuficiencia para ayudar a los residentes afectados a desarrollar las habilidades necesarias para la reconstrucción. Se compraron materiales para construir viviendas y los líderes locales de la Iglesia contrataron a asesores de la construcción. A los residentes que necesitaban una vivienda se les proporcionaron herramientas, materiales y capacitación, y ellos proporcionaban la mano de obra para construir sus propios refugios y ayudar a sus vecinos a hacer lo mismo.
Al final, cada participante recibió un certificado de formación profesional que acreditaba las nuevas habilidades adquiridas y los calificaba para oportunidades laborales fundamentales. Esa combinación de ayuda y capacitación práctica no solo construyó refugios, sino también habilidades. Hizo algo más que restaurar las viviendas: restableció la confianza de la gente en sí misma3.
Las pequeñas contribuciones son importantes
No tenemos que ser ricos para prestar ayuda. Un joven escribió acerca de una experiencia que tuvo con José Smith: “Estaba en casa de José […] y varios hombres estaban sentados en la verja. José salió y nos habló a todos. Al poco rato, se presentó un hombre y dijo que a un pobre hermano que vivía a cierta distancia del pueblo se le había quemado la casa la noche anterior. Prácticamente todos los hombres dijeron que lamentaban la situación de aquel hombre. José se metió la mano en el bolsillo, sacó cinco dólares y dijo: ‘Yo lo lamento por este hermano hasta la cantidad de cinco dólares; ¿cuál es la cantidad por la que todos ustedes lo lamentan?’”4.
Hace poco conocí a un niño de diez años de una comunidad rural que estaba empleando sus escasos recursos para comprarle a un niño un cupón que le proporcionaría la vacuna contra la polio. Aquel niño había leído sobre otros niños que estaban paralizados por la polio, y no quería que otros sufrieran esa enfermedad. Me sorprendió lo mucho que había estudiado y lo considerado que fue con respecto a su pequeña contribución.
Claramente, cada uno de nosotros tiene algo que contribuir, independientemente de nuestras circunstancias, y el verdadero significado de nuestra contribución no puede medirse únicamente por su valor monetario.
El poder de combinar corazones
Si tomamos en serio nuestros convenios, nos esforzaremos por ser uno en corazón y voluntad, por vivir en rectitud y para que no haya pobres entre nosotros. Eso entrelazará nuestros corazones en unidad y ayudará a reducir las desigualdades en el mundo; pero hay un poder aun mayor cuando las personas del convenio combinan sus esfuerzos: las familias, los cuórums, la Sociedad de Socorro, las clases de las Mujeres Jóvenes y las estacas pueden organizarse para abordar necesidades específicas en sus comunidades con un efecto formidable.
La organización humanitaria de la Iglesia, Latter-day Saint Charities, combina muchos pequeños esfuerzos para ayudar a las personas en casos de emergencia por todo el mundo5. Los miembros de la Iglesia contribuyen generosamente con tiempo, dinero y experiencia. La mayor parte de esas contribuciones son modestas: una pequeña donación monetaria o unas pocas horas de servicio voluntario. Eso se convierte en el paralelo moderno de la blanca de la viuda (véase Marcos 12:41–44); esas contribuciones aparentemente pequeñas demuestran al mundo lo que las viudas, los granjeros y los niños de diez años pueden hacer cuando combinan sus recursos y luego piden al Señor que añada Su crecimiento (véase 1 Corintios 3:6).
Hemos avanzado mucho desde los primeros días de la Iglesia en establecer las condiciones para Sion, pero aún queda mucho por hacer. Ruego que Dios nos bendiga a todos para buscar a los necesitados y hacer lo que podamos a fin de aliviar sus cargas y fortalecer su capacidad. Y ruego que Él también bendiga a Su Iglesia para coordinar y magnificar los esfuerzos individuales de sus miembros y así cumplir con el mandato profético de edificar Sion: ser uno en corazón y voluntad, vivir en rectitud y esforzarnos para que no haya pobres entre nosotros, hasta que el Salvador venga de nuevo.