¿Debíamos aceptar aquel llamamiento?
Como padres de una niña pequeña y un recién nacido, nos costaba mucho trabajo cumplir con los llamamientos de la Iglesia. Así que, cuando llamaron a mi esposo para servir como obispo de un barrio de estudiantes jóvenes adultos solteros, a los dos nos asaltaron las dudas.
Teníamos miles de preguntas en cuanto a si tendríamos la capacidad para manejar todo con esa responsabilidad adicional. Unos días después de recibir el llamamiento, descubrimos que estaba embarazada de nuestro tercer hijo. Debido a mi historial médico, los embarazos anteriores habían sido difíciles. Mientras hablábamos de lo que nos esperaba en los próximos meses si mi esposo aceptaba el llamamiento, no estábamos seguros de qué hacer. Comenzamos a orar fervientemente en busca de consuelo y guía.
En cierto momento, mi esposo se preguntó si debía explicar la situación al presidente de estaca y rechazar el llamamiento. Eso tenía sentido para nosotros; pero, al orar y ayunar, recordamos las palabras del presidente Thomas S. Monson (1927–2018): “[C]uando estamos al servicio del Señor, tenemos derecho a recibir Su ayuda” (véase “Llamados a servir”, Liahona, julio de 1996, pág. 47).
Nuestro corazón se consoló y cesaron nuestras preocupaciones. Recibimos la certeza de que ese llamamiento no provenía del presidente de estaca; venía del Señor, y Él sabía, antes que nosotros, que yo estaba embarazada cuando se extendió el llamamiento. Él podía hacer más por nuestra familia que lo que podía hacer mi esposo por sí solo si no aceptaba el llamamiento.
Con fe en el corazón, mi esposo aceptó el llamamiento y empezamos a vivir día a día, sin preocuparnos por el futuro. Mi tercer embarazo resultó ser un gran milagro y nuestro hijo nació sano y fuerte. Los años que pasé asistiendo al barrio que correspondía a nuestro vecindario con nuestros hijos no solo nos permitieron estrechar lazos como familia, sino también con los miembros del barrio. Mientras mi esposo trabajaba diligentemente en su llamamiento, aprendí a acudir a mi familia del barrio cuando necesitaba ayuda con mis hijos.
Mi esposo y yo estamos agradecidos a muchos santos fieles y, lo más importante, a nuestro Padre Celestial, por ayudarnos en nuestros esfuerzos de conciliar trabajo, familia y servicio en la Iglesia.