2020
Tenemos el Evangelio en nuestras vidas
Agosto de 2020


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Tenemos el Evangelio en nuestras vidas

Vivíamos en un barrio militar, donde nadie podía entrar sin que fuera invitado con anticipación y dejara sus documentos en la guardia de la entrada. Por mucho tiempo yo no veía a mi hermana. Un día de madrugada, como a las 3:00 h, golpearon la puerta y nos asustamos, pues no sabíamos quién podría ser. Cuando mi esposo abrió la puerta, Graciela entró y nos dijo que venía a visitarnos. Abrió su valija y sacó un libro de tapas color celeste que tenía un ángel con una trompeta en la portada. Me llamó mucho la atención, ya que no me interesaba leer nada a esa hora, yo quería ver fotos de sus hijos. Ella me habló de ese libro, y me preguntó si yo sabía que Jesucristo había venido a América.

Me sorprendió mucho su pregunta y le dije que nada sabía del tema, pero a la vez me intrigó. Me contó que ese libro hablaba de una familia que había venido de Jerusalén guiada por Dios para venir a este continente, y que apareció Jesucristo a ellos y formó Su iglesia aquí, con un profeta y doce apóstoles.

Con mi esposo no salíamos de nuestro asombro. ¿Cómo la dejaron entrar a este lugar, si siempre teníamos problemas para invitar o recibir visitas sin previo aviso?

Al otro día me pidió que buscáramos al obispo de la capilla de ese lugar; nada sabíamos de eso; como tenía una dirección donde encontrarlo, mi esposo nos llevó allí. Tocamos a su puerta, era tarde, ya de noche; no pudimos ver bien su cara, pero a mi esposo lo impresionó mucho el verlo a través de una luz que daba a su espalda. Tuvo una fuerte impresión al verlo y no sabía por qué.

Mi hermana estuvo unos días. Ella vivía a 500 kilómetros de mi casa. Antes de su partida, contactó a dos jóvenes de Estados Unidos, y tuvimos una charla con ellos, yo y ella. La verdad no les entendí mucho lo que decían, pero sentía un ardor en mi pecho que no entendía bien qué era, todo lo que pude entender fue que mi Padre Celestial me amaba y me venía a visitar. Era una alegría muy grande, ya que siempre me preguntaba: ¿Por qué no había ningún libro que dijera que Cristo o Dios nos habían visitado en América? Cuando me mostraron esa lamina donde Jesús bajaba a visitar al pueblo de América, me saltó el corazón de mi pecho y supe que era verdad.

Nos contaron de José Smith y de cómo recibió el Libro de Mormón; yo ya sabía que esa historia era verdad. Nada de lo que me enseñaron ese día me produjo dudas. Me encantó esa charla. Fuimos a casa y le conté a mi esposo. Yo quería recibirlos en mi casa a ellos otra vez, lamentablemente mi esposo se opuso rotundamente.

Mi hermana se fue. Pasaron varios meses. Yo me había hecho de una amiga que venía cada día a tomar mate, pero nunca le había dicho mi apellido. Un día que ella estaba vino el cartero y preguntó si allí vivía la familia Beloqui. Yo le dije que sí, y ella dijo: “¿Vos sos Beloqui?”. “Sí”, le contesté. “Hace varios meses que te buscaba”, me contestó. Nos reímos juntas y me dijo si podían venir los misioneros a charlar con nosotros. Le dije que mi esposo no deseaba que viniera ningún joven a mi casa. Me sugirió que su esposo y un señor mayor podrían visitarnos. 

Esa noche, cuando mi esposo vino del trabajo le conté lo que había pasado y la propuesta de Susana. Dijo que no había problemas y que vinieran cuando quisieran, así que concretamos una cita y ellos vinieron.

Al domingo siguiente me llevó a la iglesia, era una casita en la calle Brown, que la Iglesia alquilaba. Mi esposo no bajó del auto, pero me vino a buscar cuando terminó la reunión. El obispo salió a saludarlo y él bajó del auto por cortesía. Además, los dos eran militares en actividad. El obispo lo invitó a una actividad para pintar el salón sacramental el sábado desde la mañana. Así fue como empezamos a ir a la capilla. Esa misma semana los misioneros fueron a mi casa, aunque mi esposo no quería que ellos nos enseñaran, pues los veía demasiado jóvenes.

A la semana siguiente vinieron dos misioneras, y él aceptó que entraran a la casa. Cuando fue a hacer los trámites a la guardia de entrada del barrio para conseguir que ellas pudieran entrar, el oficial que estaba allí, le dijo: “No hay problemas, que vengan cuando quieran”. Nosotros no entendimos nada, cómo no ponían ninguna traba para ellas, pero cuando venía mi madre se pasaba horas esperando que la dejaran entrar. Las misioneras, la hermana Yates y la hermana Holm, vinieron a casa y dos meses más tarde estábamos todos bautizados.

El 2 de mayo era un día muy especial para la familia de mi esposo, ese día era el cumpleaños de su padre y venían todos los hijos de 700 kilómetros a visitarlo y festejar juntos. El horario de nuestro bautismo era a las 2 de la tarde y a esa hora la familia se sentó a la mesa a almorzar y ese día era muy importante que todos estuviésemos juntos, pero nosotros tuvimos que dejarlos para ir a la capilla. Fue un golpe muy duro para toda la familia, fue como un desprecio por parte de nosotros hacia el padre. Fue muy duro tomar esa decisión, pero no vacilamos y nos fuimos a bautizar.

Con el tiempo nos fuimos a vivir a Comandante Espora, un barrio de mi infancia, donde vivían mis padres. Allí, también vivimos en un barrio militar, donde no se podía dejar entrar a cualquiera.

Los misioneros nos visitaban con mucha frecuencia ya que siempre estábamos enseñando a distintas familias a pesar de las complicaciones que surgían.

Nunca dudamos de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la única iglesia verdadera, que es la única iglesia que tiene el poder del sacerdocio, el mismo poder que Jesucristo y el Padre Celestial tienen; que las familias pueden ser eternas, si somos obedientes a los mandamientos de Dios, y así llegaremos a estar juntos por toda la eternidad, si hacemos convenios en el Templo del Señor; que gracias a José Smith tenemos el Libro de Mormón; que él vio al Padre y al Hijo en una arboleda, y le dijeron que no se tenía que unir a ninguna iglesia. Es maravilloso saber esto. Me llena el corazón de esperanza. Tengo fe en que estamos en las manos de Dios, que Jesucristo tiene todo poder y todo el control del mundo y de lo que pasa en él. Nosotros somos padres de 7 hijos. El mayor, Mariano, cruzó el velo con tan solo 45 días de edad. Además, están Walter, Wendy, Micaela, Matías, Elías y Daiana. Tres de nuestros hijos sirvieron en una misión de tiempo completo. Tres se casaron antes y están activos con sus familias. Somos muy felices con nuestros 18 nietos porque tenemos el Evangelio en nuestras vidas. No necesitamos nada más. Este es mi testimonio. En el nombre de Jesucristo. Amén.