Voces de los miembros
Mi testimonio
Cuando tenía la edad de 17 años, llegó el tiempo de prepararme para servir en una misión. Tuve mis entrevistas con mi obispo; en una de ellas él me preguntó si yo tenía un testimonio de la Iglesia restaurada del Salvador Jesucristo.
Me puse a meditar y le compartí simplemente las cosas que había escuchado en los otros hermanos del barrio al compartir sus testimonios. Pero él se dio cuenta de que nunca había orado por mí mismo para saber si la Iglesia era verdadera. Nací dentro del convenio, pero cuando llegó el momento de prepararme para ir a la misión me di cuenta de que simplemente estaba activo en la Iglesia por costumbre o tradición.
Me puse la meta de estudiar El Libro de Mormón todos los días y orar al Padre para saber si era verdadero. Pasaba el tiempo y no sentía ninguna respuesta hasta que llegué al último capítulo del libro de Moroni en los versículos del 3 al 5, que dice:
“He aquí, quisiera exhortaros a que, cuando leáis estas cosas, si Dios juzga prudente que las leáis, recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones.
“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.
“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:3–5).
Me preocupé porque ya había terminado todo el libro y no sentía que había recibido ninguna respuesta. En mi vecindario había mucho ruido, tanto que las ventanas de mi habitación vibraban. Me arrodillé e hice la oración más sincera que he hecho en mi vida, y le rogué a mi Padre Celestial que me ayudará a saber si El Libro de Mormón era verdadero y si el profeta José Smith fue un profeta verdadero y si esta era Su Iglesia.
Con lágrimas en los ojos y un sentimiento muy cálido en mi pecho sentí cómo todo a mi alrededor se puso en silencio y allí escuché la voz del Espíritu testificándome que era verdad. Desde ese día fui una persona totalmente diferente, y tuve un testimonio sólido y firme gracias a mi Padre Celestial.