Voces de los Santos
El susurro de los hijos de Dios
Cuando apenas era un miembro nuevo, me preocupaba que nuestras capillas dependieran de misioneros extranjeros para tocar el piano o dirigir los himnos de la congregación. Fue así que me propuse aprender a hacerlo, y gracias a la bondad de algunos hermanos pude iniciarme tomando mis primeras clases. Por ejemplo, un miembro del sumo consejo asignado a nuestra unidad, el hermano Alfredo René Goyeneche, al ver mi interés, se hacía tiempo cada domingo para sentarse unos minutos y darme pautas e instrucciones que yo debía seguir.
Meses después, vino mi participación en el coro de la estaca, donde la misma directora, la hermana Dolly González Underwood, comenzó a pulirme y a contagiarme con su amor por los himnos. Cada semana me esforzaba por viajar a la capilla para poder practicar en el piano tantos días y horas como me fuera posible. ¡Cuán grande fue mi satisfacción cuando me llamaron para tocar los himnos en las reuniones dominicales!
Sabía que me quedaba apenas un año hasta que pudiera salir a la misión y que luchaba contrarreloj para pulirme y prepararme aún mejor. En mis oraciones, yo le había pedido al Señor que no solo quería ser misionero de Su Iglesia, sino que también quería que Él me enviara a áreas donde necesitaran que yo ayudase sirviendo como pianista, o director de música, tal y como los misioneros ayudaban en mi propio barrio.
Aun cuando mi súplica era bastante ambiciosa, debo decir que el Señor cumplió el deseo de mi corazón, dado que no hubo una sola área, incluso reuniones de zona, donde no tuviera oportunidad de servir con la música.
Mientras mi compañero de misión y yo estábamos en la Rama Clorinda, se nos pidió colaborar con otro compañerismo de misioneros que estaban asignados para iniciar la prédica a unas colonias de indios nativos, eran personas de pueblos originarios llamados Tobas. Fue así que viajábamos una vez por semana a Laguna Naineck, a una distancia de 40 kilómetros de nuestra área.
Recuerdo que bajábamos del transporte en el medio de una ruta y caminábamos varias cuadras de tierra hasta llegar a la casa del cacique. Todo lo que había era una casa precaria de chapa y cartón, con piso de tierra, y mucha vegetación. Los únicos sonidos eran los de las aves y del viento entre los árboles, que contrastaban con sus propias voces, que eran muy suaves, casi como un susurro. De hecho, la mayoría no hablaba español, sino su dialecto Toba, y esto representaba un desafío para nosotros.
Fue así que saqué mi libreta de misionero y comencé a tomar clases de Toba, tratando de traducir algunas palabras con la ayuda de ellos. Recuerdo el desafío de adaptar nuestras charlas misionales, donde tanto el idioma como la cultura representaban una barrera. Por ejemplo, los grados de gloria eran círculos dibujados en tierra con una rama seca, lo cual me recordaba al Salvador cuando “escribía en la tierra con el dedo”1. Sin embargo, yo sabía que más allá de cualquier barrera, era “el poder del Espíritu Santo [quien] lleva [el mensaje] al corazón”2.
Un día sentí que faltaba algo: ¡Los himnos! ¿Cómo era posible que me sintiera completo sin haberles enseñado a cantar los himnos de la Restauración? Ahora, el problema era como hacerlo. Fue así que, con la ayuda de la hija del cacique que sabía algo de español, decidí comenzar a traducir la primera estrofa del texto del himno “Soy un hijo de Dios”3. Los sonidos comenzaron a fluir:
“Alem hia llalek ñontaha, hie lemagayek
Hie iañe da imahagiahak, cate itaha sogorak.
Hielohoge hie guipaguenek,
Da qui hia bohoquenaha, aiem iyet ñevanehe”.
Cuando lo cantamos no había piano, ni órgano, ni congragaciones entonando con júbilo, sino apenas unos pocos jóvenes Tobas que susurraban en su propio dialecto que eran hijos de Dios, que tenían padres buenos, y que querían ser guiados y enseñados para algún día con Dios volver a vivir.
No deja de sorprenderme la manera que tiene el Señor de contestar oraciones, y de utilizarnos para bendecir a Sus hijos, incluso a través de la música. Sí, quizás esa tarde no lo vi tan claramente, pero ahora distingo cuán ciertas son las palabras que el presidente Nelson declaró: “Cada vez que hacen algo que ayuda a cualquiera, a ambos lados del velo, a dar un paso para hacer convenios con Dios … están ayudando a recoger a Israel. Es así de sencillo”4.