Liahona
El testimonio de una madre: Un don de Dios
Junio de 2024


“El testimonio de una madre: Un don de Dios”, Liahona, junio de 2024.

El testimonio de una madre: Un don de Dios

En la familia de mi esposo encontré un hogar, un sentido de pertenencia y, lo más importante, un testimonio de mi Padre Celestial.

Crecí como hija única, criada por una madre soltera. Nos mudamos muchas veces. Recuerdo que sentía que no tenía estabilidad ni un lugar al cual llamar mi hogar. Cuando estaba en el último año de la escuela secundaria, mi madre se mudó a California y yo me quedé en Utah con la esperanza de encontrar algo de estabilidad en mi vida.

Me mudé con unos parientes. Llegaba y me iba a mi antojo y no tenía que avisarle a nadie. Suena como el sueño de todo adolescente, ¿verdad? No lo era para mí y no era la estabilidad que esperaba. Seguía sintiendo que no formaba parte de nada. Me sentía sola.

Durante el día, ponía un rostro valiente y feliz, pero durante la noche a menudo terminaba dentro de mi auto en el estacionamiento de una capilla, escuchando música de la Iglesia mientras lloraba. Comencé a sentir desesperación por saber que Dios realmente existía.

Mujer sentada en un automóvil

“Padre Celestial, quiero saber que Tú existes. Estoy perdida, me siento sola, quiero saberlo por mí misma, necesito saberlo desesperadamente”.

Silencio, todo lo que oía era silencio.

La paz y el consuelo nunca llegaban. Siempre me iba sintiéndome derrotada, como si hubiera desperdiciado mi tiempo orando. Las oraciones que ofrecía aquellas noches en mi auto, llorando, siempre parecían no obtener respuesta. Siempre parecía haber… silencio.

Durante los años siguientes, seguí sintiéndome sola, pero a pesar de esas oraciones que parecían no obtener respuesta, seguía teniendo fe en que Dios existía.

Un sentido de pertenencia

Cuando conocí al hombre que llegó a ser mi esposo, finalmente tuve un sentido de pertenencia y estabilidad, una sensación de hogar. Su familia me recibió de todo corazón. Eso fue muy importante para mí porque había anhelado esos sentimientos durante mucho tiempo. Cuando nos casamos en el templo, sentí mucho gozo al unirme a una familia centrada en el Evangelio.

Me encantaba ver las bendiciones del sacerdocio que se daban en casa, asistir a la Iglesia en el barrio de la madre de mi esposo y, posteriormente, cenar en su huerto frutal y escuchar dulce música que sonaba desde la ventana de la cocina mientras todos nos sentábamos, comíamos y conversábamos. Esas experiencias se arraigaron en mi corazón y empezaron a llenar un vacío que tanto necesitaba llenarse. Esta unidad familiar era justo lo que necesitaba, y Dios lo sabía, pero Él no había terminado de contestar esas oraciones que yo hacía tarde por las noches.

Una mañana, me senté con mi suegra en la entrada de su casa. Ella dijo algo que fue muy significativo para mí. Por primera vez en mi vida, escuché al Espíritu testificarme que el Padre Celestial realmente existía.

Ella dijo: “Cuando sabes que el Padre Celestial realmente está ahí, todo cambia”.

¡A partir de ahí, todo cambió! Mi testimonio creció a medida que procuraba saber más. Ahora sé cuándo el Espíritu me habla. Conozco ese dulce sentimiento cuando Él está cerca.

Una respuesta del Padre Celestial

Un día, leí una pregunta inspiradora en las redes sociales que decía: “¿Dónde encontrarás al Señor hoy?”.

Yo lo “encontré” por medio de una impresión espiritual que recibí al caminar por un sendero cerca de nuestra casa varios años después de casarme. Dejé de caminar y anoté la impresión. Me vi a mí misma todos esos años sentada sola en el estacionamiento de la capilla y comprendí que, en aquel entonces, Dios veía lo que yo no podía ver.

Lo que no podía ver entonces era que un día Dios me mostraría quién era Él por medio de mi futura suegra, a quien todavía no había conocido. Él podía ver que yo establecería un vínculo con ella que me edificaría y fortalecería de maneras que nunca antes había conocido.

Él me estaba respondiendo desde hacía mucho tiempo, pero yo no lo oía. Él veía el panorama general y yo no. Yo no podía ver Sus planes para mí. En ese momento de mi caminata, Él me grabó suavemente en el corazón lo que había tenido reservado para mí todo ese tiempo.

Cuando escucho a mi suegra orar o hablar de su amor inquebrantable por su Salvador, puedo sentir su testimonio. El haber sido bendecida con llegar a ser una de sus hijas es un don especial de Dios. El testimonio de ella también es un don de Dios que bendice la vida de todos nosotros. Sé que mi Salvador vive porque ella ha pasado toda su vida acercándose a Él. Ella irradia Su realidad para que todos la vean.