“En un mundo lleno de ruido, ¿te haces el tiempo para sentir la quietud de Dios”, Liahona, junio de 2024.
Jóvenes adultos
En un mundo lleno de ruido, ¿te haces el tiempo para sentir la quietud de Dios?
Cuando he dedicado tiempo a estar tranquila, me he acercado más al Padre Celestial y a Jesucristo y he sentido Su paz.
Cuando estaba en la escuela primaria, mi mamá me iba a buscar a la escuela todos los miércoles para que pudiéramos hacer un poco de ejercicio nadando juntas. Al principio, no me gustaba. Tenía muy poco talento deportivo y solo iba porque significaba que no tendría que viajar de la escuela a casa en autobús.
Sin embargo, pronto me di cuenta de los beneficios de esta cita semanal. Mi mamá me enseñó cómo fortalecer mis brazadas, cómo alinear mi cuerpo en el agua y cuándo respirar. Encontré un ritmo pausado mientras me impulsaba por el agua.
Avanza, avanza, avanza, respira.
Aunque lo que más atesoraba era el tiempo ininterrumpido que pasaba con mi mamá. Nunca tuve que preocuparme por seguir el paso de mis compañeros más talentosos ni por llevar la cuenta de la cantidad de vueltas que nadaba. Solo éramos mi mamá y yo manteniendo el ritmo.
No hace mucho empecé a nadar de nuevo. Volver a aprender el ritmo ha sido fácil. Avanza, avanza, avanza, respira. La quietud de la experiencia me ha resultado familiar y se ha convertido en una medicina para mi mente a menudo frenética. He descubierto que, gracias a que encontré un lugar donde no puedo escuchar mucho del ruido que me rodea, mis pensamientos son menos susceptibles a las influencias externas.
Durante este tiempo dedicado a mí misma, en el que no estoy buscando mi teléfono o tachando cosas de mi lista de tareas pendientes, he visto cuán valioso puede ser un ambiente tranquilo. Eliminar algunos de los ruidos excesivos de mi vida cotidiana hace que sea mucho más fácil dirigir mis pensamientos al Padre Celestial y a Jesucristo.
Y al buscar regularmente esta quietud, he podido invitar a mi vida experiencias espirituales más frecuentes. Apagar mi teléfono o alejarme de mis tareas diarias por un momento es una manera de decir: “Padre Celestial, me he preparado para acercarme más a Ti. Estoy lista para escuchar”.
Muchas veces, mientras espero y escucho, no hay una voz audible, ni siquiera un pensamiento específico, sino un sentimiento de quietud. Con la quietud viene la calidez, la paz y la cercanía a Dios y a Jesucristo (véase Salmo 46:10). Puedo sentir que mis esfuerzos por estar alineada con Ellos se han fortalecido. En definitiva, es la búsqueda de momentos tranquilos ininterrumpidos como estos lo que me ha permitido sentirme cerca de mi Padre Celestial y de mi Salvador, Jesucristo, conocerlos y escucharlos.
Escuchar al Buen Pastor
A lo largo de los años he aprendido a encontrar la quietud de Dios de otras maneras. Durante la mayor parte de mi edad adulta, he estudiado pinturas con especial atención en las de naturaleza sagrada. He encontrado muchas pinturas que tal vez no parezcan religiosas para el observador casual, pero que son sagradas para mí.
Una de ellas es una pintura sencilla de un pastor que conduce un pequeño rebaño de ovejas a través de un paisaje cubierto por la niebla. El conocido símbolo del pastor de esta pintura nos hace recordar a Juan 10:27: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”.
Tal como se enseña muchas veces a lo largo de las Escrituras, el Padre Celestial nos ha invitado a escuchar la voz de Su Hijo Jesucristo (véase Mateo 17:5; 3 Nefi 11:7; José Smith—Historia 1:17). Desde que vi esta pintura por primera vez, me ha servido como recordatorio de lo que puede significar escuchar la voz de Jesucristo, el Buen Pastor, en nuestra vida cotidiana.
El artista de esta pintura, Granville Redmond, se quedó sordo a temprana edad y, como resultado, desarrolló una habilidad particular para pintar imágenes que de alguna manera dan la sensación de tranquilidad.
Así como el artista ha creado un ambiente sagrado y significativo a través de esta expresiva pintura sin palabras, así también el Buen Pastor habla con frecuencia a Su rebaño con una voz que no se pronuncia, sino que se siente, solo para aquellos que tienen “oídos para oír” (Mateo 13:9). Esta imagen, pintada por un artista que entendía profundamente el valor de la ausencia de palabras, me ha enseñado el poder de otro tipo de audición: no del ámbito físico, sino del espiritual. No que va de la voz al oído, sino de alma a alma.
Un amigo cercano a Granville Redmond dijo una vez de él: “A veces, pienso que el silencio en el que vive ha desarrollado en él cierto sentido, una gran capacidad de sentir felicidad que nos falta a los demás. Él pinta la soledad como nadie más puede hacerlo y, sin embargo, por alguna extraña paradoja, su soledad nunca es soledad”.
Al contemplar esta pintura a lo largo de los años, me ha traído sentimientos familiares a los que he experimentado en la calma de la piscina, procurando sentirme cerca de Dios y escuchar la voz del Buen Pastor. En esa búsqueda he descubierto que mis pensamientos y acciones personales están influenciados por la sensación de estar cerca del Padre Celestial y Jesucristo, y no necesito escuchar Sus voces de forma audible para tener una experiencia espiritual con Ellos.
Encontrar quietud
El presidente Russell M. Nelson ha enseñado: “El saber escuchar es una parte esencial de la oración. El Señor responde muy calladamente, por lo que nos ha dicho: ‘Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios’ (Doctrina y Convenios 101:16)”.
Las maneras que encontramos de estar tranquilos y escuchar la voz del Señor serán diferentes para cada uno. Y he descubierto que, dependiendo de las circunstancias de mi vida, algunos enfoques para encontrar quietud han sido más posibles que otros.
Ha habido ocasiones en las que he sentido quietud al ofrecer consuelo a un amigo preocupado, al escuchar el testimonio de un ser querido o al sentarme con mis hermanas en una clase de la Sociedad de Socorro. Otras veces, he encontrado quietud al simplificar mi sobrecargado horario, al pasar tiempo al aire libre o al abrir las Escrituras.
Cuando estoy sentada en una reunión sacramental y oigo el susurro de bandejas, vasos y bebés inquietos, me reconforta el hecho de que, incluso entre las personas que me rodean, puedo concentrarme en mis pensamientos y estar en comunión con Dios. Como el presidente Nelson lo ha declarado, puedo hallar “descanso de la intensidad, la incertidumbre y la angustia de este mundo venciendo al mundo por medio de [mis] convenios con Dios”.
Cuando me siento en el salón celestial del templo (ya sea que haya muchas personas allí o pocas), puedo volver a estar en comunión con Dios. Es en esos espacios sagrados donde más recuerdo estar sin prisa, callada y tranquila. Y es en esos espacios sagrados donde me siento más preparada para derramar mi corazón ante mi Padre y recibir la sagrada quietud que Él tiene para mí (véase Gálatas 5:22–23).
Acercarse a Dios
A lo largo de Su ministerio, el Salvador se apartó de las crecientes multitudes de Sus discípulos. En la Traducción de José Smith de Mateo, leemos que “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para estar con Dios” (Traducción de José Smith, Mateo 4:1 [en Mateo 4:1, nota a al pie de página]). El Salvador tenía un equilibrio de prioridades en Su vida y estoy agradecida de saber que, entre Sus milagros y enseñanzas, Él se tomó tiempo para estar a solas con Su Padre.
No puedo saber lo que pudieron haber compartido el Santo Padre y el Hijo en esos momentos, pero he tratado de buscar esas experiencias para mí. Aun cuando hay cosas buenas que ocupan mi ajetreada vida, pocas cosas han invitado más experiencias espirituales que el encontrar tiempo para estar tranquila y conectarme con mi Padre Celestial.
En el período de la escuela primaria, yo no tenía ni la más remota idea de que, cuando mi madre me invitaba a nadar con ella cada semana, también me estaba enseñando a buscar la quietud y a escuchar la voz del Buen Pastor. A medida que he crecido y practicado la búsqueda de momentos y lugares para estar en comunión con Dios, más me he dado cuenta de que Dios siempre está allí y que ha estado esperando con ansias que me acerque más a Él.
Dedicar tiempo a estar en comunión con Dios con regularidad es una oportunidad para que escuchemos la voz de Su Hijo Amado. Y cuando buscamos a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo, recibimos de Ellos paz, calma y dirección. Hay dulces experiencias a nuestro alcance cuando nos apartamos del mundo y he descubierto que cuanto más lo hago, más puedo sentir la quietud de Dios.